No sólo Acapulco, el país ha recibido un brutal golpe de la naturaleza. La dimensión del desastre afecta al conjunto de la nación. Tan grave es la devastación que da oportunidad para pensar en un nuevo Acapulco, que la reconstrucción y la recuperación económica permitan hacer lo que no ocurrió en los años dorados de crecimiento y que hizo del paraíso un foco de criminalidad, contaminación, pobreza y hacinamiento. El Acapulco rico murió por no llevar progreso a los cientos de miles del Acapulco pobre; el Acapulco de los acomodados tuvo que salir de una de las bahías más hermosas y prósperas del mundo para trasladarse al mar abierto, pretenciosamente llamado diamante.

Es inevitable que las autoridades reciban el castigo de la opinión pública por el siniestro. Hubo negligencia y un oportunista y pésimo manejo de la tragedia; peor aún, no se advierte que las autoridades dimensionen el tamaño del reto de la reconstrucción, mejor hacer demagogia con los recursos ajenos de los fideicomisos del Poder Judicial. Si la emergencia ha sido mal gestionada, lo que viene se anticipa considerablemente peor, además ya sin la atención noticiosa que pone al descubierto la mentira o la dejadez.

El presidente se empeña en cuestionar a los medios sobre la cobertura de la tragedia. Le preocupa no sólo la popularidad, sino el impacto en la elección de 2024. Meses antes le desestabilizaron la irrupción del Frente Amplio concurrentemente al de Xóchitl Gálvez como candidata presidencial. Ahora, un huracán de proporciones mayores le roba la tranquilidad. Los medios, hacen su trabajo informativo como en cualquier desastre, pero el presidente demanda incondicionalidad, aplauso y reconocimiento. “Buitres”, “carroñeros” “corruptos” les grita, expresiones en él comunes porque el insulto es parte de su ejercicio de la política.

La vida sigue, no necesariamente una buena noticia para todos por el impacto que tendrá la reconstrucción de las zonas afectadas. La situación de las finanzas públicas no da para mucho si se dimensionan con precisión los recursos públicos necesarios. Ni los números alegres de los ingresos petroleros dan para tanto, además Pemex está en quiebra. La sociedad generosamente contribuye a la emergencia, pero muy diferente es la recuperación social, urbana y económica que corre a cuenta de las autoridades y, de alguna manera, a la némesis del presidente: la inversión privada.

La vida sigue y el ciclo noticioso e informativo de la tragedia irá decayendo. Las noticias, aunque dramáticas, pasarán a un segundo plano, como sucede con la cobertura de tantos eventos criminales que ya forman parte del paisaje. Nuevamente la mañanera dictará qué es importante y buena parte de los medios se someterá al dictado propagandístico del gobierno. Los medios son empresas, más empresas que medios, de allí la brecha entre información y opinión editorial.

La vida sigue y la política ocupará el escenario. Las campañas en disputa por el poder tomarán su curso. Claudia y Xóchitl hicieron bien en ceder en su proselitismo ante la tragedia, ya vendrá el balance en esta obligada pausa. Viene la definición de las candidaturas, por lo pronto para el 4 de noviembre los partidos deberán definir el criterio de competitividad para sus candidatos en la Ciudad de México, Jalisco y Yucatán. Para el caso de Morena la situación es mucho más compleja porque en todas las entidades, excepto Veracruz, son hombres los que encabezan las encuestas. En el Frente hay más flexibilidad, en Yucatán habrá de ser ratificado el alcalde Renán Barrera y en Jalisco lo relevante será si los partidos del Frente suscribirán acuerdo o coalición con MC para respaldar a Pablo Lemus, alcalde de Guadalajara como candidato a gobernador. También en breve se conocerá si Ebrard habrá de estar en la boleta presidencial por MC, como debe ser el anhelo de Dante Delgado.

La vida sigue, pero electoralmente las cosas no serán igual, al menos para Guerrero y el Valle de México. No hay dinero que alcance, por lo que el entorno se modificará en detrimento de quien gobierna, en este caso Morena. López Obrador lo presiente y entiende, de allí su exasperación y mala respuesta ante la tragedia, cargándola contra los medios, en un momento en que su poder mengua. Aunque el miedo hacia el presidente persiste, la campaña impone diferentes términos de relación tanto con los votantes como con los factores de poder, entre éstos los dueños de medios.