Durante las primeras horas del jueves, sobrevivientes al huracán Otis categoría 5, el más destructivo que ha enfrentado la costa de Guerrero, fueron captados mientras salían con carritos llenos de papel, despensa o electrodomésticos. La solidaridad de aquellos que guardan en lo profundo de su ser aquel complejo de “salvador blanco”, de inmediato, se tornó en indignación y tanto los encabezados como los mensajes tornaron rápido de la compasión a la desaprobación acusando “saqueo” y “rapiña”. Hablemos en los mismos términos pues las palabras importan: el desclasamiento, según el Diccionario de la RAE, consiste en la “acción o efecto de hacer alguien deje de pertenecer a la clase social de la que proviene, o que pierda conciencia de ella”, o sea, que se imagine perteneciente a una clase distinta; rapiña, dice la RAE, se trata del acto de “saqueo que se ejecuta arrebatando con violencia” mientras que, a su vez, la se define “saqueo” como “entrar en una plaza o lugar robando cuanto se halla.”
¿Qué de malo puede haber en que personas que acaban de perder gran cantidad de artículos de sus hogares tomen artículos en total paz? En ningún acto se ha observado violencia, por el contrario, pareciera que ordenadamente entran las familias haciendo filas y van tomando de cada pasillo lo que van buscando. Hay escenas con mujeres que empujan carritos llenos de papel de baño y también hay niños cargando pantallas en cada mano. ¿Sabrán los que se sienten dueños del Wal-Mart o del Sam’s que aquellas cadenas trasnacionales de supermercados cuentan con seguros cuantiosos contra catástrofes naturales? ¿Estarán conscientes de que, ante este tipo de huracanes o hechos de la naturaleza, las mercancías suelen ser descartadas y desechadas por perder los estándares de calidad? ¿Acaso la indignación porque damnificados tomen lo que necesiten podrá dejarles un espacio para recordar que en Estados Unidos este tipo de acontecimientos suelen suceder, y por ello, acompañan sus productos de garantías y seguros que cubren infraestructura y mercancía?
El asunto de los indignados nace desde la manera en que los medios de comunicación nombran este tipo de actos, colocándose, por definición, desde la perspectiva del que posee propiedad privada, aunque en sí mismo, no sean ellos. Palabras como “saqueo” o “rapiña” deshumaniza a los afectados por una catástrofe natural y los coloca dentro de una categoría que el ideario colectivo ubica cerca de la delincuencia. Cuando una situación de excepción sucede, lo habitual es buscar formas de preservar la vida y la familia. Sin embargo, aquellos medios que colocan la propiedad privada por encima de la dignidad y recuperación humana encuentran en el señalamiento clasista una nota, ahí nace todo este linchamiento desde la moral desclasada. El clasismo nace desde dos visiones: en capitalismo, debes de formarte y pagar en la caja, no importa si acabas de quedarte sin techo o si perdiste a la mitad de tu familia en un huracán, tampoco importa si no haya un alma en aquella tienda o si los comercios están destrozados y los tráileres volteados… si no pagaste por ello, la sanción social de los no propietarios caerá con furia y la segunda visión es que, si eres damnificado, solo eres digno de recibir alimentos, víveres, pantallas o lo que sea si es que alguien, desde su filantropía, te envía la ayuda. Pero claro que, para ello, deberás esperar horas y escasez, no solo por las carreteras cerradas y los caminos colapsados sino porque la propiedad privada que para las grandes cadenas de supermercados se convierte en basura tras un incidente de esta categoría no deja de ser propiedad privada que alguien debe conceder o entregar. Si no existe aquel acto, no hay solidaridad y se nos acaba la empatía.
Lo más curioso es que los propietarios de este tipo de cadenas suelen ser los primeros en implementar programas de ayuda que, a menudo, incrementan la cantidad de apoyo sin algún tipo de reproche por lo que los juiciosos medios y preocupados usuarios de redes sociales condenan como “saqueos”. Como, por ejemplo, la Fundación Walmart de México que, en años pasados, entregó a Cruz Roja Mexicana 22 toneladas de alimento en forma de despensas para apoyar a más de 10 mil personas y comunidades de Jalisco y Colima, que podrían fueron afectadas por el paso del Huracán Patricia. Ante el paso del huracán Otis, de hecho, la Cruz Roja Mexicana recibió una donación de parte de Walmart de 150 toneladas de apoyo en especie para Guerrero. También se entregaron 100 toneladas de alimentos, productos de limpieza e higiene personal a la Secretaría de la Defensa Nacional.
El punto es que ni siquiera las grandes cadenas de supermercados de donde se ha mostrado que damnificados extraen artículos, han condenado estos actos o criminalizado a los damnificados. No como críticos tuiteros que entre la audacia han asegurado que ciertas cadenas “se replantean volver a abrir ante estos actos”.
Si usted es de los lectores con dolor de estómago por familias que llevan pantallas, hornos, alimentos o papeles de baño, puede aprovechar este texto para cuestionarse quiénes, y cómo le han inculcado defender aquello del más rico, que no es usted. ¿Cuáles son esos mecanismos de condicionamiento que tan solo le permite aceptar las relaciones verticales de un salvador que entrega cualquier producto a una persona que lo necesita? ¿De dónde nace su molestia si es que unas horas antes se cuestionaba cómo ayudar o qué enviar? ¿Cómo le afecta que personas que probablemente perdieron todo y no tengan ya productos o electrodomésticos funcionales hayan tomado aquello que necesitaban? ¿Qué le hace sentir que las personas puedan movilizarse por sí mismas para comenzar a recuperarse sin esperar a que algún gobierno o grupo salvador llegue a entregarle algo? ¿Acaso usted pagó o pagará por algo de lo que aquellos niños llevan? ¿Y qué de malo habría si es que, tras esto, una familia se hace de dos pantallas si aún aquellos artículos están garantizados y asegurados por un tercero que pagará? ¿Sabe usted que las pólizas de seguro cubren estos daños y que las cadenas son las primeras en lograr recuperarse de las catástrofes, mucho antes que los pobladores? ¿Sabe usted que Guerrero es una de las entidades más pobres del país? ¿Sabe que las cadenas de supermercados que usted considera “saqueadas” están donando mucho más de lo que según usted les robaron? Si usted hubiese vivido esto y no tuviera más víveres ¿qué haría? Genial. Entonces ahora puede ahorrar su indignación para algún otro tema mejor, recordando que las catástrofes naturales no distinguen de clase y cualquiera de nosotros podemos pasar en un lugar similar, sea por huracanes, sismos, tornados, maremotos o cualquier evento de la naturaleza. El calentamiento global es y debe ser entendido como un llamado a la solidaridad, empatía y combate a la desigualdad, de lo contrario, aquella ficción de los humanos más ricos que deciden comerse a los humanos más pobres tras una hambruna mundial podría hacerse real. Que la crisis no nos nuble la humanidad ni nos quite la empatía.