Con un millón 800 mil habitantes, la antigua ciudad de Alepo es la más poblada de Siria, tras la escalada constante entre occidente y los enemigos de Israel, Irán y Siria, las fuerzas opuestas al régimen de Bashar Al Assad iniciaron una cruda ofensiva que terminó por derrotar al ejército regular y tomar el control de este núcleo comercial y segunda ciudad en importancia después de Damasco. El grupo Hayat Tahrir Al Sham que es el nombre de Al Qaeda en Siria, controla prácticamente toda la ciudad salvo algunos reductos que controlan las fuerzas Kurdas. Los grupos rebeldes de corte islamista atacaron y vencieron en una ofensiva relámpago a las fuerzas regulares que tienen permanente apoyo del ejército ruso y de la guardia revolucionaria iraní. Estos acontecimientos se dieron justo en el interregno del alto al fuego entre Hezbolá e Israel.

Lo que parecía bastante impredecible y se veía lejano es que, en sólo cuatro días, la denominada alianza de liberación de Levante, con apoyo de fuerzas turcas, han podido expulsar a las fuerzas de Siria, Rusia e Irán que mantenían, desde 2016, el control de Alepo. Es imposible no notar que las fuerzas anti Irán que dejaron de combatir en Líbano tienen los mismos motivos y quizá patrocinadores que Al Qaeda (apoyada por familias saudíes) y el resto de las fuerzas de la alianza anti Al Asad. Lo crítico de este hecho es que por más que trate de des escalarse un conflicto entre potencias en distintos teatros de operación, reaparecen elementos que siguen contribuyendo a la creación de un ambiente que parece dibujar la tercera guerra mundial.

La influencia rusa en medio oriente está representada por los amplios destacamentos de tropa y equipo que el Kremlin (junto con su aliado Irán) ha mantenido en Siria desde la derrota del Estado islámico. Es perfectamente predecible el incremento de la actividad militar rusa incluidos, como ya sucedió, el lanzamiento de misiles hipersónicos utilizados en la guerra de Ucrania.

El arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos presionó de manera clara a la administración Netanyahu a declarar un alto al fuego contra la milicia pro iraní Hezbolá, cosa ésta que preconizaba un probable acuerdo de tregua permanente entre las fuerzas en conflicto en la zona, sin embargo, la naturaleza geopolítica del conflicto y los múltiples intereses en juego (como las cabezas de la Hidra mítica) se duplican al ser cortadas.

Este nuevo frente genera para Irak, Turquía, Irán, Siria y Líbano, un cuestionamiento profundo sobre el frágil pacto que musulmanes chiitas y sunitas parecían haber alcanzado con la visita del canciller iraní al reino de Arabia Saudita en meses pasados.

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En medio de una mayoría sunita, el presidente Al Assad representa en Siria al chiismo iraní que había combatido junto a una coalición amplia (incluidos Irak, Estados Unidos, Rusia y Saudí Arabia) al califato proclamado por el Estado islámico.

La presencia de Rusia en la zona es un recordatorio constante para Israel y el resto de occidente, de que en esa región del mundo de grandes yacimientos y oleoductos, los intereses de Putin son defendidos, de ser necesario, con las armas; aquí, a diferencia de Ucrania, los intereses de Trump y Moscú podrían no coincidir muy pronto pues, a pesar de que la administración norteamericana por entrar quisiera volver al status alcanzado en los acuerdos de Abraham durante el anterior periodo trumpista, una buena parte de los intereses israelíes y sauditas considera que hay que acabar con Hezbolá y su dominio sobre el Líbano, y si Trump “le dobla la mano” a Israel, los aliados en la sombra (como Al Qaeda o el nacionalismo kurdo), son suficientes para mantener el nivel de conflicto que permita a Israel concluir con la dominación chiita de su vecino Líbano. Las decisiones que vayan a tomarse desde la Casa Blanca con relación a la alianza contra Al Assad, pueden detonar una crisis que involucre a las principales potencias de Medio Oriente que buscan un nuevo orden regional que pasa por la eliminación de las milicias pro iraníes en Gaza, Yemen, Líbano, Irak y Siria.

A diferencia de la crisis ucraniana, donde el conflicto depende de la voluntad norteamericana de apoyar o no a Zelensky, en el conflicto medio oriental, cualquier decisión puede desembocar en la activación o reactivación del fundamentalismo chiita o sunita. Podemos decir que, aunque Trump forza la paz, la guerra encuentra sus causes.