Este martes 23 de abril se conmemoró, una vez más, el día internacional del libro y la lectura. Ese día fue elegido, entre otras razones, debido al aniversario luctuoso de Miguel de Cervantes, que es uno de los más importantes escritores de la historia humana.
Qué bien. Ese es un buen motivo para alegrarnos y festejarlo: debiera ser un día muy importante en nuestra sociedad, como el día de la madre o la navidad. Es agradable saber que, en algunos lugares, ya existe arraigada esa tradición pues se cuenta con la bella costumbre de obsequiar, ese día, una rosa y un libro. Sé que es una tradición catalana.
Ojalá que algún día adoptemos esa tradición en México y en los países de América Latina y el Caribe. Sin embargo, la realidad indica que hoy esto no es así en México; es decir, nuestra cultura de adquisición de libros y para ejercitar la lectura no constituyen una tradición cultural generalizada.
La lectura y la tenencia de libros no son ni deben ser actividades, labores o distracciones elitistas, en el sentido que lo planteó críticamente alguna vez Argüelles (2019). (Ver el texto de Juan Domingo Argüelles. La élite y el bonche: La cultura y el resentimiento. El Universal. Confabulario. 13 de julio. 2019. https://confabulario.eluniversal.com.mx/mexico-politica-cultural/)
Todo lo contrario. El fomento de la lectura, la escritura y la creación de bibliotecas en casa formarían una combinación que habrá de multiplicarse e incentivarse desde las agendas y como prioridades de las políticas públicas educativas.
Los programas de fomento a la lectura y para crear bibliotecas de escuela o aula, por recordar una experiencia valiosa (SEP), no deberían sólo retomarse en el futuro cercano, a nivel de autoridades educativas federales y locales, sino también debiera de impulsarse desde la escuela, desde la autonomía de gestión, de tal manera que también la sociedad participe libre y creativamente en esa noble labor.
Crear, por ejemplo, bibliotecas en la casa, en el barrio, en la colonia, en el centro de trabajo, en fin, en los espacios donde se reúnen los colectivos sociales o comunitarios, etcétera, es una iniciativa que generaría ricos frutos en lo educativo, lo cultural y lo cívico, entre otras ventajas.
Hagamos una autovaloración y pensemos, por un momento, o simplemente cuestionémonos: ¿hay una biblioteca en casa al alcance de nuestros hijos o nietos? ¿Contamos con el hábito de obsequiar libros a otras familias, vecinos, escuelas o comunidades diversas para alimentar sus propias bibliotecas públicas o realizamos jornadas de intercambio de libros u otros formatos de textos?
¿Qué actividades de lectura fomentamos, además del ejercicio a través de la lectura de libros, es decir, también con periódicos, impresos o digitales, revistas de divulgación, círculos de lectura y escritura, entre otras y muy variadas modalidades?
Ahora que estamos en tiempos de campañas políticas en México, ¿por qué en las agendas de los/las candidatas no aparece como “de alta relevancia” el fomento a la lectura, la adquisición de libros y la construcción de bibliotecas? ¿Por qué no pensar en un programa ambicioso, permanente y transexenal en el cual se promueva la lectura con el apoyo de grandes recursos?
Hay que crear una tradición potente, de promoción de la lectura, dónde el día 23 de abril se convierta en una fiesta; un día de lectura en todos los escenarios sociales, programas de radio y televisión, redes sociales en las cuales se desarrollen festivales de lectura, sesiones de lectura en voz alta, teatro en atril, realización de obras de teatro, organización de grupos de lectura en plazas, parques públicos, kioscos, túneles del metro, paradas de autobuses, aeropuertos, terminales de autobuses foráneos y demás espacios públicos.
Que ese día sea el motor de reconocimiento a lectores y escritores; que la literatura se convierta en un valor y no en un olvido. Que los géneros literarios sean reconocidos y ejercitados. No esperar a que se celebre una feria de libros para comprar libros, sino que esa sea una práctica cotidiana y de masas.
En síntesis, convertir a la nación en un país de lectoras y lectores; de escritoras y escritores. Soñar, como lo hizo Cervantes a través de don Quijote y Sancho Panza, no cuesta nada.
Las redes sociales se pueden convertir, también, en poderosos activos para fomentar la lectura: desde ahí se pueden impulsar o promover torneos o festivales de lectura y escritura; lectura en colectivo tanto de libros electrónicos como de periódicos, revistas o blogs especializados en literatura general u otras literaturas relevantes para la vida social: la literatura comercial o mercadotécnica; la literatura científica y de divulgación (paradójicamente esta última palabra refiere al acto de hacer algo al alcance del vulgo, del pueblo), literaturas de historia, de las artes y de las culturas populares, etcétera.
Pero quizá el medio más importante y poderoso para lograr estos propósitos lectores y de escritura, sea la labor personal, cara a cara, para intercambiar textos en los círculos familiares, del trabajo, de las asociaciones, organizaciones y colectivos sociales.
Sin duda, la escuela es uno de los lugares más importantes para la formación de hábitos de lectura, pero esa gran institución no debe ser la única encargada de hacerlo.
Ojalá que un día digamos que, en México, “el libro de texto gratuito, de la SEP y de CONALITEG, no es el único libro que se encuentra en los hogares de las y los mexicanos”. Ojalá.
Para concluir y profundizar a propósito del tema de los libros y las élites, sugiero la lectura del texto: “El trabajo docente, la lectura y las élites”, publicado en SDP Noticias el 16 de julio, 2019.
X: @jcma23 | Correo: jcmqro3@yahoo.com