Se plantean aquí algunos apuntes sobre las elecciones del pasado domingo en el Estado de México y el estado de Coahuila.
La atención de tales comicios concentró el más amplio interés de buena parte del país, en tanto no sólo definieron la titularidad de los gobiernos en tales entidades, lo que ya de por sí es relevante por el peso que tienen desde el punto de vista económico y electoral en el país, sino también por constituir lo que será el referente más próximo de las elecciones presidenciales de 2024.
Ambas entidades tenían el antecedente de gobiernos del PRI y de que nunca habían vivido la alternancia política; ahora esa condición se mantiene en el caso de Coahuila, mientras no ocurre así en el Estado de México. En el primero la participación de los electores rebasó el 50%, en tanto en el segundo apenas se acercó a ese porcentaje.
El nuevo gobierno morenista del Estado de México se tendrá que desempeñar con una mayoría opositora en el Congreso, lo que pondrá en juego la capacidad de su nueva titular para alcanzar acuerdos, situación que significará un reto de gobernabilidad que la aleja del espectro que tiene lugar en el ámbito federal, donde la presidencia se ejerce detentando la mayoría absoluta a través de su partido y de las fuerzas políticas que le están asociadas.
Por consecuencia, la gobernanza en el Estado de México habrá de significar un reto peculiar. Esa situación no se presenta en Coahuila, pues ahí el partido en el gobierno tendrá una correspondencia de representación en el Congreso local que le es favorable a la nueva administración, además que vivirá una continuidad en el ejercicio del poder que es asumida por los electores como una situación favorable.
A contrario censo de lo que muchos esperarían, los signos que son posibles advertir desde esta frontera no son capaces de determinar el 2024; muestran que la moneda está en el aire y que los protagonistas de las elecciones presidenciales tienen un gran trabajo por desempeñar para delinear sus expectativas de triunfo. De hecho, si se suman los votos emitidos por las dos elecciones en el Estado de México y de Coahuila, se suma un total de 7 millones de sufragios, que arrojaron un saldo equivalente de 3.5 millones para Morena y sus aliados, como también respecto de los obtenidos por la coalición Va por México.
Es evidente que no hay ganadores y derrotados absolutos; las cargas que pueden establecerse dependen de los enfoques desde los que se asuman, pues igual se puede referir lo difícil de la derrota del PRI en el Estado de México, como el revés del partido en el gobierno en Coahuila, muy a pesar de las acciones comprometidas en tal dirección y de la evidente estrategia del gobierno federal para fracturar la campaña del candidato del PRI. En otras palabras, puede señalarse que ninguno de los contendientes alcanzó la plenitud de resultados que hubiese esperado obtener.
Por otra parte, la reiterada propensión a decretar la desaparición del PRI cada vez que es posible plantearla con alguna pretendida lógica, como sucediera a propósito de las elecciones de 1988 - cuando por primera vez obtuvo una mayoría ajustada en la Cámara de Diputados y una calificación angustiada de las elecciones presidenciales - como también sucedió con la alternancia en la presidencia de la República en el año 2000, o con su derrota en el 2018, aparece de nueva cuenta.
Con ligereza se olvida que después de la crisis del PRI en 1988, ocurrió su impresionante recuperación en 1991, y que a posteriori de su reemplazo en el gobierno en el 2000 y de su derrota en el 2006, pudo recuperar la presidencia de la República en 2012. Las visiones apocalípticas tienen el atractivo de su sensacionalismo y un público que gusta de ellas, pero lo que parece estar en el camino de la competencia política es la necesidad de convivir con situaciones que plantean contextos de tensiones extremas de diverso tipo para el conjunto de los actores políticos.
La tendencia a decretar saldos definitivos de los procesos electorales es una práctica que tiene bastante seguidores, pues permite introducir lo que se podría llamar notas de color en el análisis político, pero la recurrencia de la cita electiva muestra que es posible replantear expectativas, que existe espacio para la disrupción y que en vez de asumir que todo está escrito, pude señalarse casi lo contrario, que buena parte está por escribirse.
Cada actor político debe hacer su lectura más acabada de las elecciones que acaban de ocurrir, pues sin duda ellas marcan indicios de lo que está próximo a ocurrir.
Todo indica que el 2024 será el escenario de una intensa contienda política en donde todos los involucrados hubiesen querido arribar mejor de como lo harán; el gobierno con una Cámara de Diputados emanada de las elecciones de 2021 con mayoría calificada y con el triunfo, a más del Estado de México, en Coahuila, lo que le brindaría un camino allanado para su triunfo en el 2024; la coalición Va por México, a más del triunfo en Coahuila, con la aspiración de haberlo obtenido en el Estado de México y así navegar con el mejor viento hacia la renovación presidencial.
El augurio es de competencia y más competencia por el poder.