El pasado 9 de noviembre tuve la oportunidad de participar en un interesante foro (spaces) convocado por “Sociedad Civil México”, para hablar de la importancia de las organizaciones sociales en el devenir democrático del país.
Las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) surgieron en los gobiernos autoritarios de Europa del Este, como la extinta Unión Soviética, y las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), aparecieron en los países de ultraderecha o “neoliberales, como contrapeso a los gobiernos que no atendían un sinnúmero de temas del mayor interés para la sociedad.
Las ONG´s resultaron fundamentales para el desarrollo democrático. Según la concepción liberal, las ONG’s deben reemplazar parcialmente los servicios de protección social del Estado, mientras que, para la izquierda, son el nuevo vehículo para canalizar los reclamos de justicia tras el colapso de la alternativa socialista
Desde su inicio, estas organizaciones se enfocaron en temas de derechos humanos, seguridad laboral, corrupción y educación. En los países más democráticos pronto se convirtieron en parte de la vida pública y los gobiernos, legisladores y el poder judicial se vieron forzados a considerar su posición y conocimientos, más adelante, se generaron apoyos y financiamientos públicos y privados con el objeto de mantener su labor de equilibrio y contrapeso. Nunca falto quien abuso de ellas para evadir impuestos o capitalizar tragedias a su beneficio.
La sociedad civil en México
En este foro organizado por la imprescindible Ana Lucía Medina, sociedad civil y Fernando Soto-Hay, estuvo como invitado especial Claudio X. González, un personaje muy activo y controversial, no solo por su agenda político social, que, dicho sea de paso, es muy importante, sino porque es uno de los blancos de ataque predilectos del compañero presidente Andrés Manuel López Obrador. (Lo ha mencionado 97 veces en las mañaneras)
Más allá de filias y fobias en torno a este personaje, la propuesta de la Sociedad Civil México reviste gran importancia, sobre todo en momentos como estos, cuando los partidos políticos de oposición están perdidos, sin propuestas ni criterios propios para incluir la representación de la sociedad y, con la 4T y Morena pretendiendo desmantelar cualquier tipo manifestación de oposición para imponer una visión unilateral de las cosas.
De esa visión unilateral y discriminatoria, surgen los ataques de AMLO a las OSC y la actitud de confrontación que ha mantenido desde el inicio de su gobierno.
Para AMLO a las OSC representan un freno a su proyecto personal, por eso las desacredita. Como candidato presidencial, en marzo de 2018 dijo: “Le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil o iniciativas independientes. El problema es que han simulado demasiado con lo de la sociedad civil, es como lo de las candidaturas independientes que son independientes del pueblo, no de la mafia del poder”.
El origen de su desconfianza radica en su idea de regresar al esquema clientelar que inventó el PRI, donde el gobierno dice lo que es bueno o malo o entrega dádivas a cambio de votos sin que nadie lo cuestione ni haya quien interceda frente a las demandas de la sociedad.
Al inicio de su administración, AMLO publicó una circular mediante la cual pretendió terminar con la participación de las ONG: “Todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregarán de manera directa a los beneficiarios”, es decir, sin la participación de organizaciones sociales, campesinas, empresariales o de cualquier índole.
El dinero como extorsión y la izquierda
Con este tipo de acciones ha minado cualquier forma de participación, al eliminar incentivos o por medio de la persecución política: “Ya no vamos a entregar recursos a organizaciones ni a fundaciones, para eso es el gobierno, esto debe quedar muy claro”.
AMLO olvida el camino andado por la izquierda democrática, cuyos líderes participaron en diversas organizaciones de la sociedad civil, como Mariclaire Acosta, que presidió la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos y Javier Bonilla, en defensa de los derechos políticos, organizaciones como el movimiento de Liberación Nacional con Heberto Castillo o el llamado “Grupo San Ángel”, donde participaron personajes como la hoy secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, Amalia García, el finado Manuel Camacho Solís, Lorenzo Mayer, el historiador de cabecera de AMLO y padre del secretario de Desarrollo Urbano y, hasta el alter ego de AMLO y Jesús Ramírez Cuevas, Carlos Monsiváis.
De la izquierda han surgido también organizaciones especializadas en temas de cuidado al medio ambiente como el “Ombligo Verde” en Cancún, que frenó la construcción de desarrollos que destruirían ecosistemas y el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, que detuvo la construcción de un megaproyecto denominado Dragon Mart.
Incluso, la organización que más ataca AMLO, Mexicanos Contra la Corrupción, contribuyó a destapar temas como la “estafa maestra” y en general, la corrupción que privó durante la administración de Peña Nieto o en el SNTE con la maestra Elba Esther Gordillo.
Pero ahora AMLO no quiere que nadie más que él, use la bandera de combate a la corrupción. No se sabe si es para cubrir a sus colegas o con fines electorales.
Lo que resulta incomprensible es que, aunque en gran parte, la llegada al poder de AMLO fue gracias a la acción de las ONG, porque fueron las encargadas de abrir el espacio público y derribar las barreras autoritarias del PRI, sea quien hoy pretenda reconstruirlas a partir de acusaciones injustificadas de ser un producto del neoliberalismo para robar, e incluso ha señalado que la política neoliberal las promovió en el mundo: “para saquear a sus anchas, los llamados nuevos derechos, y se alentó mucho, incluso por ellos mismos, el feminismo, el ecologismo, la defensa de los derechos humanos, la protección de los animales, todas causas muy nobles, pero el propósito era crear todas estas nuevas causas para que no reparamos, para que no volteáramos a ver que estaban saqueando al mundo”.
No es momento poner en duda la trascendencia de la participación de la sociedad civil en la vida pública de México como un factor vital para la democracia, al hacerlo retrocederíamos a los regímenes autoritarios del viejo PRI aún más.