En todo en este asunto de la llamada casa gris sorprende lo aislado que está el presidente López Obrador. Preocupa, y mucho, su distancia de la realidad y del sentido común. Es explicable, como toda persona, que le lastimen las revelaciones que involucran a sus hijos. Y tiene razón, la embestida mediática -propio de cualquier democracia- no es por ellos, es por él, por lo que dice y por su prédica moralista donde la pobreza es virtud y la riqueza, pecado. La indignación lo hace incurrir en un error grave y reincidir en él. El tema es la ausencia de temple y el flaco favor que recibe de quienes escucha o de quienes debiendo hablar callan o le dan por su lado. Sorprende que el presidente esté tan solo y abandonado a sus peores pulsiones.

Él mismo es la causa de su propia dificultad, ahora no sólo de él, también de su gobierno y del país. No entiende los términos de su responsabilidad. Su compromiso es con el conjunto nacional y lo que representa; la fortaleza de un jefe de Estado no deriva de la causa que él asume, sino de su capacidad para representar a todos y actuar en función de la diversidad que representa un país complejo en lo social y lo institucional, plural en lo político, y con enormes problemas y desafíos.

López Obrador ganó la Presidencia con una indiscutible ventaja, también los suyos lograron la mayoría en el Congreso y en un altísimo número de los estados y municipios que se renovaron al tiempo de los poderes federales. El aval del presidente era abrumador, con un mandato irrefutable para acabar con la corrupción. La historia llamó a su puerta y no la entendió o no la quiso escuchar. Prefirió refugiarse en el encono y la visión estrecha de él y los suyos. El sentimiento de guerra se impuso montándose en la polarización y la indignación preexistentes y ganó popularidad, a pesar de los magros resultados. Las elecciones intermedias fueron la oportunidad para recomponer. Lo hizo parcialmente, marginalmente. Lamentablemente se impuso la intransigencia, la intolerancia y la cerrazón. En lugar de moderar y sumar, se regocijó en el radicalismo que reconforta, pero que poco sirve y mucho daña.

El conflicto con los medios, no sólo con Carlos Loret, revela la soledad de López Obrador y también su incapacidad para entender la realidad y las consecuencias de su actuar intolerante y autoritario. Ha pasado de una guerra de baja intensidad a otra, frontal, abierta, explícita. En esta nueva etapa, quienes están en contra deben atenerse a todas las consecuencias de su ira y eso vuelve al presidente una amenaza mayor. Por otra parte, el miedo es la peor respuesta, alienta la conducta que se teme.

Cuestiona que sus antecesores se hayan vuelto soldados de la mafia del poder; pero no pretende combatirla, denunciarla, mostrar las complicidades ni sancionarla con todo el peso de la ley. Por las palabras del pasado viernes referidas a Televisa y por la identidad del empleador del hijo, busca que esa misma mafia del poder se vuelva su “soldado”, regresar al país de hace cuarenta años. La amenaza se ha recibido y se advierte por el silencio de muchos en medio de esta batalla del presidente contra la libertad de expresión.

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López Obrador es un excelente luchador desde la oposición. Desde el poder es abusivo, nefasto y pernicioso. No entiende la diferencia ahora que es presidente y eso lo traslada del autoritarismo al totalitarismo. El presidente, sin la menor duda, está convencido de su dicho y de su causa. Eso no le da la razón; al contrario, lo vuelve extremadamente peligroso al desconocer los límites legales, éticos y políticos de su responsabilidad. Busca tener los privilegios del ciudadano común cuando es el hombre más poderoso del país.

Sorprende que López Obrador sea el más eficaz y entusiasta promotor de la cobertura mediática y la subsecuente polémica a lo que hoy le inquieta: la duda sobre su integridad y la de su círculo familiar. Su comportamiento mediático propio de peleador callejero le hace perder más de lo que advierte. Persistir en ello es condena y razón para su derrota histórica, justo su mayor preocupación. El escándalo y el problema legal y mediático escala cada vez que más elementos se conocen, cada vez que el presidente y los suyos aclaran.

Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto