Hágase la ley en los bueyes de mi compadre”, era el principal argumento de la oposición frente a la asignación de diputaciones y senadurías por el principio de representación proporcional; así hicieron la ley el PRI y el PAN, así había que aplicarla y así se aplicó.

En la Cámara de Diputados la pura asignación de plunimominales posibilitó la mayoría calificada para Morena y los aliados; en el caso del Senado sólo hacian falta tres para la misma mayoría, pero en la instalación del primer pleno dos perredistas abandonaron las filas amarillas y se sumaron a las guindas; con este acto se cerró la vida simbólica de un instituto político que vivió treinta y cinco años. Sin duda la izquierda le cobró la factura a los últimos dueños del PRD.

Pero no fue grato, quedó un mal sabor de boca, algo de amargura; el PRD habia sido el último esfuerzo de las izquierdas por encaminarse a un proyecto alternativo, muchas y muchos pusimos el esfuerzo de años, de décadas de activismo político. Fue la bisagra que cerró un método de lucha y abrió otro.

Un día miles llegamos de buena fe a lo que sería el nuevo instrumento de lucha; pusimos nuestro trabajo, nuestras ideologías y esfuerzo en un proyecto que poco a poco se fue desdibujando hasta perder las líneas divisorias con la derecha. Contagiados, hicimos del medio el fin, y las candidaturas a puestos de elección popular y para dirigir el partido se volvieron la obsesión, el punto de llegada, la culminación de la lucha de todos los militantes y, en esa lucha, la alevosía se quedó con el partido, lo administraron explotaron, y exprimieron hasta la última gota.

Ahora Morena y la coalición tienen una mayoría legislativa que sólo en los mejores tiempos del PRI se pudo tener.

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No todas y todos los legisladores de la gran mayoría calificada deberían estar y, muchos que no están, deberían estarlo pero, en aras de construir la mayoría, se hizo lo necesario: una segunda gran alianza, una mayor que la del 2018, una que dejó atrás el vergonzoso 2021.

Está terminando el sexenio que Andrés Manuel López Obrador llamo “la revolución de las conciencias”. En esta revolución, se tuvieron que echar mano de todas las conciencias, algunas no tan cercanas a la esperada conciencia de clase.

Está próximo a iniciar el gobierno que con 35 millones de votos colocará a la primera mujer en la presidencia, en una revolución donde el inconsciente se volcó en síntoma colectivo y se constituyo en el sujeto social que protagonizó el triunfo.

En el país hay una gran fuerza legislativa, pero también hay una fuerza intangible de mujeres y hombres que no sólo participaron en el ejercicio electoral pasado, también han reclamado su participación en la construcción de un proyecto nacional.

Sigamos haciendo historia, representa sin duda el compromiso partidista del electorado con el gobierno de la doctora Claudia Sheinbaum, pero no todos ni todas quienes impulsan la construcción de la segunda etapa de la cuarta transformación están en esos partidos, y no todas y todos los que están, representan y han representado las luchas del movimiento social.

Desde hace seis años hemos andado un largo y difícil camino de transformación y, en los siguientes seis, enfrentaremos a una oposición enardecida, una derecha rabiosa que no sabe a quien en ladrar ni a quién morder; ello será decisivo,

En esta transformación no estará el Partido de la Revolución Democrática, no tendrán grupo parlamentario ni representantes en el INE; no estarán más sus siglas en la distribución de las prerrogativas, pero estará la gente, la militancia que, hasta el último suspiro, confió en un proyecto que nunca fue consecuente.

Habrá que sumar a todas y a todos,  sumar a quienes hasta hoy habían invertido sus esfuerzos y confianza en proyectos que fueron rebasados, que dejaron de representar los intereses de las mexicanas y mexicanos.

Hay que sumar desde la convicción y la verdad, desde el conocimiento y conciencia de la realidad nacional, desde los principios de la izquierda, desde la experiencia de los movimientos sociales.

La desaparición del otrora primer gran proyecto partidista de izquierda debería ser un duelo fugaz y transformarse en un ejemplo de aquello que no hay que hacer; que nos signifique una posibilidad para revisar el medio y el fin de nuestros instrumentos de lucha.