El nuevo héroe de la derecha mexicana y de los “progres” antimorena -para todo propósito, son lo mismo- es el senador republicano Ted Cruz, de origen ultraderechista y con vínculos a ese grupo de odio surgido la década antepasada, el “Tea Party”.
Cruz, fallido aspirante presidencial que fue destruido en varios debates por el expresidente y conductor de reality shows, Donald Trump, ahora se muestra “preocupado” por un supuesto “estado de derecho roto” e “instituciones colapsando” en México.
Si hablamos de un estado de derecho “roto”, podemos recordar que en Estados Unidos policías blancos ejecutan extrajudicialmente a personas afroamericanas, como fue el caso de George Floyd; que actualmente existen toda clase de crímenes de odio contra personas -en su mayoría mujeres- de origen asiático debido al anticomunismo y sinofobia que permea los medios y el gobierno norteamericano, o el intento de “putsch” para imponer a Trump en las pasadas elecciones, ocurrido el 6 de enero de 2021.
Si a Ted Cruz (Ted “Pus”, se le conoce en las redes sociales) le importara la seguridad de los periodistas mexicanos, apoyaría iniciativas como la demanda contra las empresas que manufacturan armamento letal, mismo que tiene inundado las calles de nuestro país. O diría algo contra la tortura que sufre Julian Assange, quién ha sufrido un derrame cerebral en el ilegal encierro al que se le somete gracias a Estados Unidos y la complicidad de los gobiernos del Reino Unido y Ecuador.
La realidad de las declaraciones de Cruz es la disputa de la soberanía nacional y las ambiciones de grandes corporativos por los recursos de México: petróleo, gas natural y litio, por nombrar solo algunos. A él no le importan ni los periodistas, ni Loret, ni México, sino complacer a quienes donan a su campaña.
No pasarán.