Xóchitl se desinfló.
Aunque en la mañana la vimos envalentonada frente a un numeroso grupo de personas que asistió al Zócalo capitalino en una manifestación montada para demostrar que era la chica chicha de la película gacha, por la noche, en el tercer debate volvimos a ver a la Xóchitl agresiva, insegura y hasta torpe, que llegó a lo que sabíamos que iba a llegar: mentir y atacar.
Si en la mañana la vimos desenvuelta y decidida, con un tufo de patriotismo que no le queda a quien representa a esa clase política que destruyó al país, es porque estaba arropada en el templete por Santiago Taboada y sus demás comparsas y en la organización, por su artífice, Claudio X. González, el verdadero estratega y promotor, quien apostando el todo por el todo organizó el show rosa y anticipó el cierre de campaña disfrazándolo de concentración ciudadana justo el día del último debate para darle fuerza a su candidata, para hacerla el centro de atención en la capital del país, ahí , donde Andrés Manuel cerró su campaña y donde al ganar la presidencia coronó su legítimo triunfo.
Xóchitl debía estar en el mismo lugar que sus adversarios pero sobre todo, debía estar donde Claudia Sheinbaum ha estado rodeada de millones de simpatizantes. La envidia y el coraje le ganaron. Como niña berrinchuda dijo “yo también” y se lanzó al ruedo.
Pero en la noche el escenario fue distinto.
A un costado de la emblemática Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, donde antes fue el edificio de Relaciones Exteriores y que ahora es el Centro Cultural Universitario de Tlatelolco llegó una Xóchitl nerviosa y presa de un positivismo tóxico que a estas alturas solo refleja el nerviosismo de la derrota. Nunca paró de reír, de forma forzada.
En su primera participación, sin dejar de leer, enseñó una foto de la marea rosa de la mañana y se dijo victoriosa. Tenía que decirlo porque para eso fue esa congregación: para darle una fuerza de la que carece a solas.
Como es su costumbre, atacó a tontas y locas a Claudia Sheinbaum y en temas tan delicados como el crimen organizado y la delincuencia, tomó como fuente fidedigna el libro de Anabel Hernández. Vaya cosa.
Y así transcurrieron los casi 120 minutos que duró el debate: entre la risa nerviosa de la candidata prianista y una doctora Sheinbaum centrada en las propuestas, ignorando en la medida de lo posible los ataques.
A palabras necias, oídos sordos.
Claudia sigue en su papel de jefa de Estado, porque está a punto de serlo.
¿Para qué responder a los ataques infundados de una candidata perdedora y resentida, quien la atacó incluso con niñerías como su falda con la imagen de la virgen de Guadalupe y que no se cansa de hablar de autoritarismo y represión?
Lo que para Gálvez es ignorar yo lo llamo prudencia y serenidad.
La mayor carta de presentación de Sheinbaum es el gobierno cuatroteísta encabezado por el presidente López Obrador y que ella llevó a buen término cuando estuvo al frente de la Ciudad de México. Contra eso, no hay marea rosa que valga.
No puedo cerrar estas líneas sin dejar de mencionar que este debate, en general, me pareció un valioso tiempo desperdiciado.
Fue mucho más aburrido que los anteriores cuando debió ser más propositivo pues contempló temas tan importantes como la inseguridad, política social, migración, democracia y división de poderes.
Tan importante escenario y espacio debió aprovecharse para proponer, no para denostar.
En cuestión de propuestas Sheinbaum aventajó, Máynez también hizo un buen papel y Xóchitl de plano nos quedó a deber.
Estamos en la recta final y no hay mucho más que pensar.
La victoria está en manos de quien propone, actúa y resuelve. Lo demás es paja.
Si me equivoco, lo veremos después del 2 de junio.