Supongamos, lo pongo sobre la mesa porque el propio Presidente lo hizo en sus conferencias mañaneras, que el viernes pasado Andrés Manuel López Obrador hubiera fallecido en el proceso médico que se le práctico en el Hospital Central Militar. ¿Cuál sería la ruta constitucional que seguiría el país en una situación de esta naturaleza?

De acuerdo al Artículo 84 constitucional, Adán Augusto López Hernández, Secretario de Gobernación, asumiría provisionalmente y hasta por sesenta días el Poder Ejecutivo. De inmediato, informaría la muerte del mandatario a los otros dos Poderes de la Unión y a los poderes de los Estados y de la CDMX. Encabezaría los funerales de Estado. Adán Augusto no podría remover o designar a los secretarios sin autorización previa de la Cámara de Senadores.

Como el Congreso está en receso y el fallecimiento del presidente ocurriría en los últimos cuatro años del sexenio, la Comisión Permanente por conducto de Sergio Gutiérrez Luna inmediatamente convocaría a periodo extraordinario de sesiones del Congreso, para nombrar por dos tercios de sus integrantes a un presidente substituto, que concluiría el sexenio. Nadie debe preocuparse por la gobernabilidad y estabilidad del país, porque existe una ruta constitucional y legal para superar esta hipotética crisis.

Un testamento es otra cosa. El único que vale es el que se da ante un fedatario público. En materia política, los testamentos se escriben en agua. En México el poder no se hereda, por tanto, un testamento político es un legado moral, una ruta a seguir o una visión para el futuro, nada tiene que ver con la gobernabilidad.

No existe en la historia mexicana un testamento político que se haya cumplido. Más allá de recomendaciones morales, planteamientos o reflexiones filosóficas que un mandatario, conmovido con la cercanía de su relevo, hace a sus seguidores, no tienen ningún valor político o histórico; más allá de conocer la visión con la que el mandatario quiere ser recordado.

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Desde el siglo pasado, el momento cumbre del poder de un presidente es cuando designa a su sucesor. Se trata de su herencia. Así ocurrió desde Plutarco Elías Calles, hasta Ernesto Zedillo, éste último designó al candidato presidencial del PRI, pero perdió. Vicente Fox, no pudo nombrar ni al candidato de su partido y la candidata de Felipe Calderón quedo en tercer lugar. Tampoco Enrique Peña Nieto pudo heredar el poder.

El presidente López Obrador sabe de historia, pero sabe más de política. Nadie como él administra las esperanzas, lealtades y ambiciones de sus seguidores y de sus adversarios. No sé si el mentado testamento exista, si lo haya escrito de su puño y letra; si lo dictó a alguien de confianza; si lo hizo ante notario público o simplemente, dijo que existía para una vez más hacer girar la opinión pública alrededor suyo, pero la declaración causó el efecto esperado: generar polémica.

Con el tiempo, cuando la naturaleza haga su trabajo, cuando los años pasen, se verán las dimensiones de este presidente y serán los hechos los que hablen.

La política es de bronce.

Onel Ortiz Fregoso en Twitter: @onelortiz