Es cierto que estamos viviendo una época excepcional para las mujeres. Enorme responsabilidad porque no podemos conformarnos con tener una mujer en lo más alto del poder político, sino que también es importante empoderar a todas: niñas, adolescentes, jóvenes, y por supuesto, a las adultas mayores.

Para poderlo llevar a cabo, hay que conocer nuestra historia. En el marco de las celebraciones por CXIV Aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, hay que destacar la participación de las mujeres, más allá del tópico de la “soldadera que va detrás de su Juan”, sino como mujeres con plena consciencia de generar cambios en la sociedad.

Ejemplos de mujeres así tenemos en las diferentes etapas de nuestra historia. Y justamente en un ámbito lleno de hombres, el aeronáutico, hubo una mujer que nunca se amilanó en lo absoluto, sino todo lo contrario, y que nos llena de orgullo, pues al día de hoy es todo un referente en el mundo de la aviación.

Me refiero a Emma Catalina Encinas Aguayo, quien nació en 1909 en el estado de Chihuahua, en vísperas de la Revolución mexicana, y que tenía un año de edad cuando su familia corrió a refugiarse en El Paso, Texas.

Su formación académica se llevó a cabo en los Estados Unidos, en prestigiosos colegios para señoritas; sin embargo, el hambre por adquirir más conocimientos la llevó a la ciudad de Los Ángeles, ahora en el estado de California, en cuya universidad estudió la carrera de danza.

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Cuando regresó a su natal Chihuahua, lo lógico era que siguiera en el mundo de las bellas artes. No fue nada extraño que fundara una academia donde comenzó a dar clases. Dicen que la danza es el lenguaje oculto del alma, y que bailar es una forma de ser libre. Tal vez por eso Emma Catalina Encinas desarrolló esa pasión por volar.

No solo de manera artística; ella admiraba la manera en que las aeronaves podían emprender el vuelo; en este espacio lo hemos dicho, además de la sustentación necesaria, también se requiere de una pizca de mística, porque volar es mágico. Un amigo de Emma Catalina le presentó a Roberto Fierro Villalobos, militar mexicano y piloto aviador que tenía una escuela de vuelo en la Ciudad de México.

Utilizando las ganancias de su academia de danza, la joven Emma aprovechó para pagarse las clases de vuelo que tomó en Chihuahua; sin embargo su mentor tuvo que regresar a la capital, y esta mujer que ya tenía entre ceja y ceja el objetivo de aprender a volar un avión, no dudó en seguirlo hasta la Ciudad de México. Hay que ubicarnos en la época, eran los años 30, y por supuesto que fue rechazada en las escuelas de aviación por el simple hecho de ser mujer.

¿Cómo pretendía aprender a volar? Pues sí, estimados lectores, con determinación Emma Catalina Encinas buscó al capitán Villalobos y le pidió que la instruyera en el arte de volar.

Y aquí viene la parte más memorable; mi fuente es el archivo de la (SCT). Fondo Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP). Serie: Aeronáutica Civil. Subserie: Escuelas de aviación y prácticas de vuelo. Expediente: “Señorita Emma Catalina Encinas.” Fecha: 1932-1944. Con base en esta información, el 28 de noviembre del 1932 al entonces secretario de dicha dependencia, se solicitó la autorización para que Emma pudiese presentar su examen práctico para obtener la licencia de “Piloto de Turismo”.

Mediante oficio de fecha 2 de diciembre del 1932 se autorizó iniciar sus prácticas de vuelo, asesorada por el instructor teniente piloto aviador, Ricardo González. Quien a su vez fue el encargado de evaluar tanto la parte teórica como la práctica, que consistió en tres rubros:

  1. Conocimiento del aeroplano.
  2. Conocimiento de los motores.
  3. Reglamentación aérea.

Nuestra protagonista obtuvo las siguientes calificaciones: MB (Muy Bien) para el primer rubro, y B (Bien) para los dos siguientes. Finalmente, el examen práctico se llevó a cabo el 4 de diciembre del 1932. Imaginemos esa fría mañana en los campos de Balbuena, donde hoy se encuentra el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), muy cerca de la 10 antes meridiano; la prensa de la época registró el evento.

Volando a una altitud de más de 3 mil pies, hizo algunas acrobacias frente a tres “jurados”, quienes le dieron la máxima calificación por demostrar lo hábil que era para operar una aeronave, obtuvo evaluación de MB, logrando con ello su licencia de vuelo, la número 54, con fecha de emisión del 12 de abril de 1934.

Sí, con dos añitos de retraso, pero habrá que entender la burocracia de aquellos tiempos post revolucionarios. Como dato cultural diré que la aeronave empleada para tal hazaña fue un Spartan C3, un biplano de fabricado en Estados Unidos por la Spartan Aircraft Company, un equipo muy usado por las escuelas de vuelo a partir de 1926, año de su primer vuelo.

“No llego sola, llegamos todas” ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum. Y la historia que hoy les cuento es un ejemplo de ello. Emma Catalina Encinas logró su meta también gracias al empeño de su madre que la impulsó a cumplir su sueño de volar. Ella pudo pagarse las clases sumando lo que aportaba su madre, más lo que ella podía obtener traduciendo del inglés al español las revistas de la época sobre aviación.

Emma Catalina Encinas tuvo la fortuna de pilotear aviones del gobierno; incluso el avión presidencial, pero todo acabó cuando contrajo matrimonio y se mudó al estado de Veracruz.

Sin embargo, la huella que dejó es, sin lugar a dudas, imborrable; hoy puedo decir que ella allanó el camino para las siguientes generaciones de jóvenes mujeres que aman la aviación, y cuyo sueño es volar, piloteando una aeronave.

Increíblemente, más de un siglo después la participación de las mujeres al frente de una cabina de pilotos todavía es muy pequeña. Por eso aprovecho estas líneas para invitar a todas las mujeres que amen volar, a que no cejen en sus sueños; es tiempo de mujeres y más en la aviación. Todas tenemos el deber de impulsar a que crezca el número de 6% de mujeres pilotos en el país.