Es posible que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no lo viera venir o quizás no le importó; perfilar a Claudia Sheinbaum como su favorita la hizo el objetivo a cuestionar y desgastar por todos. Sí, así está aconteciendo. Los ataques vienen de sus competidores y también por todos aquellos que ven con preocupación la continuidad del actual estilo de gobernar y, eventualmente, la reedición del caudillismo callista: ejercer el poder desde la penumbra de la ex presidencia, intento fallido de Carlos Salinas. Claudia, además de la competencia, tiene que encarar a los enemigos de López Obrador.

De antemano se sabe que Marcelo Ebrard ni Ricardo Monreal cederían su autoridad y su responsabilidad de ser ellos presidente. Quizás tampoco Claudia, pero eso no se sabe. Lo cierto es que la jefa de Gobierno está sujeta a un escrutinio excesivo no por sus errores o faltas, sino porque es la favorita del presidente. Tal condición la expone y de seguir así, al momento del ungimiento podrá llegar a la candidatura, sin duda alguna, pero no a la Presidencia, especialmente si la alianza en el poder se fractura.

¿Qué puede hacer Claudia? No mucho. Sólo aquello que le permita el presidente y por lo visto, él no concede mucho. Su popularidad lo marea, más que el poder que ostenta. Asume, sin razón, que el apoyo de la mayoría de los mexicanos da para todo. Desde luego que sí le da para imponer candidata, más con un partido que nació, creció y se reprodujo bajo su imagen y tutela. Con o sin primaria, con encuesta o sin ella, AMLO puede llevar a Claudia o a quien quiera a la candidatura.

El intento de autonomía de Sheinbaum activa el único factor que la puede comprometer: la duda o la desconfianza por deslealtad de quien decide. Su situación es semejante a la de Luis Donaldo Colosio con Salinas, quien cuidaba no contrariar al presidente, aunque conforme se aproximaba su candidatura empezó a cultivar un sentido propio de la política y de lo que haría en su gobierno. Salinas no estaba considerado, ni él ni su hermano. Claudia, ni por asomo, no puede darse el lujo de un sentimiento tal.

El problema de la jefa de Gobierno son las debilidades propias y no sólo que se someta al presidente, despojándola de identidad y personalidad políticas. Son dos la más relevantes que sus competidores le imputan: su falta de competitividad, frente a la de Ricardo Monreal y su amplia red de alianzas territoriales; y su falta de destreza política, frente a la habilidad interesada y ostensible de Marcelo Ebrard.

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Aún así, la jefa de Gobierno puede prevalecer en la elección constitucional siempre y cuando la alianza gobernante no se fractura. Esa es la carta fuerte de Ricardo Monreal y, también a su modo, sin hacerla pública, la de Marcelo Ebrard. Uno o los dos pueden ser los protagonistas de la fractura del proyecto en curso.

Las malas formas de un presidente siempre cobran factura. Lo más común es que éstas se hagan valer y con interés de usura en el peor momento, en el de mayor debilidad. No es el actual, pero sí, rumbo al quinto año de gobierno y después. Díaz Ordaz lo padeció con Echeverría candidato; Salinas también con Colosio ya candidato registrado ante el IFE, unas semanas antes de su asesinato. Es crucial que desde ahora López Obrador actúe con más cautela y menos arrebato. La política tiene sus reglas, incluso para él, tan propenso a desafiarlas. Cuidar a Claudia y a su propio proyecto requerirá más prudencia, menos soberbia, aunque haya espacio para la misma malicia.

Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto