Después que Rosario Robles Berlanga decidiera comparecer en agosto de 2019 ante el citatorio formulado por la autoridad y que se mostrara en disposición de atender las exigencias derivadas de la averiguación que se le integró para aclarar posibles delitos que le eran imputados y que no merecían el encarcelamiento, fue sujeta a prisión preventiva oficiosa a consecuencia de suponer que podía intentar rehuir de la justicia.
El juez de la causa consideró que podría evadirse al referir una solicitud de licencia de manejo que tenía una dirección diferente a la oficial y que ella misma había declarado.
Sin embargo, se pudo conocer que tal solicitud era controvertida, pero a pesar de ello fue la razón que sustentara tan dura medida.
A partir de entonces la defensa de la ex secretaria de Sedatu promovió diversos recursos y argumentos, a fin de lograr su libertad condicional y seguir, en esa condición, el juicio encaminado a resolver la responsabilidad que pudiera tener sobre los delitos que se le acreditan en la llamada “Estafa Maestra”.
Finalmente el viernes 19 de agosto obtuvo la resolución que esperaba para salir de prisión, una vez que el juez de control cambió la prisión preventiva por la medida cautelar consistente en su presentación ante la Fiscalía cada quince días, la retención de su pasaporte y la prohibición de salir del país.
Es evidente que la determinación de conceder la libertad provisional a Rosario corrigió una determinación injustificada que, en su momento, tomara el juez del caso; sin embargo, la medida no subsana los tres años que tuvo en reclusión, cuyas huellas serán imborrables en su memoria y en la afectación de su vida.
Lamentablemente el de ella no es un caso aislado en cuanto a un proceder singularmente cuestionable de la autoridad judicial, lo que debe ser repudiado; pero el asunto tiene una arista política inocultable que merece atención por sus implicaciones.
La figura y trayectoria de Rosario Robles impacta no sólo a la conformación del gobierno de Enrique Peña Nieto, sino también a lo que fue la asimilación del grupo del actual presidente de la República cuando conquistó la capital de la República.
Circunstancia plasmada en la imagen de relevo del gobierno de la Ciudad de México entre ambos en el 2000 y como continuidad del mismo partido en ese espacio de poder; pero que tuvo una desembocadura caracterizada por el rompimiento ríspido.
La narrativa lleva a plantear la conectividad de ambos hechos: la resolución judicial excepcional que llevara a un encarcelamiento intempestivo -por decir lo menos- de Rosario Robles, y la fractura política que ella tuvo con la figura central del entonces PRD de 2004.
Inevitable es, plantear la hipótesis de una acción persecutoria y justiciera en su contra, sin menoscabo de su posible responsabilidad en torno del ejercicio indebido del servicio público donde se involucra el desvío de más de 5 mil millones de pesos, mismo que deberá resolver el juicio en cuestión.
Tanto reclamar la concesión a priori de impunidad; como la persecución dogmática y obsesiva, son divisas inaceptables.
Preocupan los indicios que existen sobre un ajuste de cuentas expresado en una persecución política, en tanto que se suma a otras señales de cuestionamiento abierto a críticos y opositores que lastiman el ambiente propicio a las libertades, la polémica y el debate público.
Ello, en tanto a quienes difieren se les confronta desde la tribuna principal del país, y quien lo hace tiene a su alcance dispositivos y mecanismos que son intransitables al disenso; de ahí que desde el ejercicio del poder se plantea una réplica abusiva, desproporcionada y amenazante.
El caso de Rosario Robles se inscribe en esa perspectiva, pues muestra un tracto que ha ido más allá de un proceso judicial necesario y justo, en tanto introdujo medidas que resultaron extremas en su aplicación y duración, de modo que terminan por ser intimidatorias, al grado que no sólo la lastiman a ella.
El gobierno transita ya hacia su última y definitiva etapa que inevitablemente conducirá a su relevo democrático y conclusión;
El ambiente en el que tendrá lugar esa fase de culminación se percibe consecuente con una vocación que se ha caracterizado por el afán de polarizar y escindir a la sociedad entre amigos y enemigos, leales y adversarios, sabios y absurdos, intereses legítimos e ilegítimos, trato comprensivo y reciedumbre inflexible.
Se codifica una taxonomía que se resuelve y clasifica desde un pináculo incontrastable y autoritario, desde donde el liderazgo se abroga la medida de todas las medidas; establece las reglas, su arbitraje y aplicación como árbitro;
Busca decidir las resoluciones de la asamblea, ser quien las aplica, también el que incrimina y fustiga a los que se resisten, para proclamarse con una razón que abate y humilla a la réplica.