A estas alturas la encuesta no es, para nada, la mejor alternativa que pueda inclinar el partido de Morena para tomar decisiones en el proceso sucesorio presidencial. De hecho, quienes abrazan esa desconfianza son la mayoría de aspirantes a suceder al presidente. De alguna u otra manera han dejado entrever que, ese mecanismo que organiza el partido, carece de credibilidad, pues su metodología es ambigua y, en la mayor parte de los casos, tiene una clara manipulación de los datos que no coinciden con la realidad, o simplemente se han convertido en una simulación para favorecer resultados a quienes no lo merecen.
A diferencia de otros procesos, el desarrollo de la sucesión presidencial ha llegado al umbral de la desconfianza por el método tan cuestionable de la encuesta que la dirigencia nacional pretende aplicar para tomar decisiones. La cuestión es que, dado el escepticismo que ha generado lo largo de los años, la vía se vuelve un enigma de qué es lo que pasará, pues hay una inseguridad y una sospecha que, con el paso de las semanas, alimenta más las dudas de quienes buscan participar dado que la metodología tiende a ser sesgada y tendenciosa.
Tres de los aspirantes presidenciales, de alguna u otra forma, se han manifestado en contra del mecanismo, al menos del que aplica la dirección nacional de encuestas de Morena. Saben que ese instrumento, es oscuro y jamás, en la vida orgánica del movimiento, han salido a la luz pública de cómo, qué y dónde se aplican los cuestionarios. De acuerdo con los propios testimonios que nos ha tocado vivir, no hay una ponderación previa de una medición. No existe, hasta ahora, una metodología que canalice las preferencias de la población que sea poseedora de la verdad.
Lo que ha venido pasando en la encuesta de Morena es una simulación. De hecho, tanto Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Adán Augusto, han mostrado su preocupación por el método de la encuesta. Cada uno lo hizo a su manera y fiel a su estilo, lo cierto es que, esa situación, es algo que debe atender rápidamente el presidente del partido, Mario Delgado, antes de que esta circunstancia se agrave. Incluso, lo más sensato es que el próximo abanderado del movimiento sea legitimado con el voto popular, y no por el de la imposición.
La falta de transparencia es el común denominador de este proceso sucesorio presidencial que, además de ello, tiene grandes tintes de favoritismo. A todas luces, se nota la cargada, incluso de los propios gobernadores, hacia una de las corcholatas. Sin embargo, ya lo dijimos, eso no garantiza la candidatura de Morena; es más, estos tres meses puede ser claves porque, a partir de las dudas que han surgido por el mecanismo, puede construirse un bloque u alianza interna de tres aspirantes que, ante la incertidumbre que nos invade a todos, logren empujar fuerte y proponer, como ya lo hizo el presidente, el consenso como la vía para tomar decisiones a corto plazo.
Esa identidad lograría encontrar coincidencias entre Ebrard, Monreal y Adán Augusto. Podemos pensar que esa situación logre pasar, sobre todo, en un proceso inequitativo como el que tres de los aspirantes viven.
Todos ellos, incluso, han fijado su postura y su lectura se percibe, a todas luces, como esa sensación de desconfianza por el método que aplica Morena, pues saben que, paradójicamente, la encuesta favorece a quienes no lo merecen. Pasó en la Ciudad de México en 2017; Claudia Sheinbaum no ganó ninguna evaluación a priori y, sin embargo, pesó más la determinación unilateral de las cúpulas del poder del movimiento. Empero, quedó demostrado -con más de treinta encuestas que se levantaron previamente- que Sheinbaum no superó ninguna en 2017.
De hecho, en entrevista con Milenio, el secretario de Gobierno, Adán Augusto, lo ratificó ante la opinión pública. Viniendo de la voz del encargado de las políticas públicas del país, eso debemos considerarlo como un rechazo a la encuesta interna de Morena. Su postura está clara: la metodología que aplica la dirección del partido es, sencillamente, el más claro ejemplo de la simulación y de la desconfianza.
Por esa razón, está claro que tres de los cuatro aspirantes presidenciales, rechazan la encuesta interna de Morena, como método para tomar decisiones. El consenso sería, por decisión de la mayoría, el mecanismo propuesto para elegir al candidato presidencial.