En efecto, la presidenta Claudia Sheinbaum con su actitud negociadora, rechazó de tajo el victimismo, reivindicó la necesidad de terminar con la autocomplacencia femenina y sugirió de forma sublime -aunque de un jalón- que los mexicanos nos responsabilicemos de nuestro destino de una vez por todas, madurando y puliendo estrategias diplomáticas que requieren renovarse e ir de lo emocional a lo racional; mismas que, sin duda desde hoy, tendrán vigencia y radicalidad notables en lo sucesivo.
Sí, hay que reconocerlo también con todas sus letras. Así como hemos lanzado desde este espacio críticas arteras y puntillosas, hoy es menester publicar un justo reconocimiento al temple, la inteligencia y la sincronización mostrada por la presidenta de México y sus funcionarios encargados de la política bilateral con Estados Unidos, en el caso de su reciente como vigente crisis a causa de las amenazas del vecino de país de imponer aranceles a productos de exportación mexicanos y de emprender acciones militares en territorio nacional por parte de tropas estadounidenses en busca de capos del narcotráfico y en general de “elementos generadores de violencia”.
Aquí hay un rasgo visible de transformación y quizá de modernización en el plano de la política exterior mexicana. Esto es algo que se ha visto poco en los políticos y analistas-comunicadores mexicanos de los últimos tiempos.
Aquellas imágenes casi siniestras, con un Jesús Silva-Herzog Flores, uno de los más emblemáticos secretarios de Hacienda del país, sudando “a chorros” en una reunión de urgencia en Nueva York en 1982, con miembros del Fondo Monetario Internacional (FMI), para pedirles su comprensión y aceptar una eventual moratoria del pago de intereses a la deuda externa de México, que ascendía ya a 80 mil millones de dólares, debido a factores que se han vuelto célebres por su condición multicitada: una hiperinflación inesperada, el vaciamiento de las reservas internacionales del país producto del desplome de la economía mexicana, junto con la caída abrupta y vertiginosa de los precios del barril de crudo en el mercado mundial, lo que obligó a Silva Herzog a continuar con una política devaluatoria implementada por su antecesor David Ibarra pero, por supuesto, por instrucciones precisas del presidente José López Portillo, el mismo mandatario que habría acuñado la frase sin embargo: “presidente que devalúa, se devalúa” y por supuesto, también se devaluó el secretario Silva Herzog.
Y sí, la consecuencia de la devaluación llegó pronto: en esa mesa redonda, en la citada reunión de urgencia en el FMI en Nueva York, a Silva Herzog le pusieron un personificador improvisado en un trozo de cartón, con su apellido escrito en tinta de forma manuscrita: “Mr. Silva, Mexico”. Ahí estaba implícita ya la devaluación -no del país- sino del presidente José López Portillo.
López Portillo pese a su imagen arrogante y hasta soberbia en ocasiones, escudada en afán de proyectar cierta “virilidad a la mexicana”, era un manojo de nervios; impulsivo, iracundo en algunos momentos; poca planeación y mucha emoción; curioso, pero el abogado capitalino, culto residente de la colonia Del Valle en sus orígenes y formación, no era frío y calculador. Era como un personaje de cualquier película de la época de oro: un charro emotivo y enamorado, que gastaba despreocupado sin pensar en el mañana.
Ayer, precisamente 8 de marzo, en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una integrante de este género, la primera que llega a la Presidencia de la República en México, puede presumir de una batalla ganada de manera por demás plausible al equipo negociador y al propio presidente de la Unión Americana, el inefable e indomable Donald Trump.



La presidenta Claudia Sheinbaum aguantó; esperó hasta lo último de la fecha fatal para decidir si imponía unilateralmente los famosos aranceles a productos exportables mexicanos, que le había señalado el premier americano descendiente de alemanes y no le concedió más valor a sus amenazas y amagos que a los que hace un adolescente gritón y delirante. Mientras tanto no despotricó con ofensa alguna al pueblo ni al gobierno estadounidense. Supo mantener la calma y no contaminar más a los ya de por sí nerviosos “analistas” y “agoreros del desastre” en que nos convertimos a veces los varones que desestimamos el temple y la firmeza del carácter de una mujer.
Finalmente, pudimos contemplar con alivio, con esa especie de prórroga en la entrada en vigor de los ordenamientos tarifarios, parte de la estrategia trumpiana a base de “fuegos de artificio”, por lo que tendrá el presidente estadounidense y su Gobierno que volver a plantear su amenaza y aun cuando la aplique en toda su dimensión, no podrá ser permanente. México forma parte del engranaje de su propia economía.
Hay que señalar también, en honor a la objetividad, la revaloración que obtiene al interior del inventario político de la 4T y del gobierno federal actual, el médico psiquiatra egresado de la Clínica Mayo de Nueva York, brillante exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México y eficiente secretario de Salud de Ernesto Zedillo: el actual canciller Juan Ramón de la Fuente.
De la Fuente estuvo -previo a la crisis de los aranceles de la semana pasada- al filo de la navaja.
Se llegó a especular que sus días estaban contados en el gabinete pues su participación o influencia en la diplomacia bilateral con Estados Unidos no se veía por ningún lado. Se filtró, incluso, que habría sido excluido de una de las mesas de negociación del aspecto económico que sostuvieron los dos equipos negociadores.
Lo cierto es que si así fue, seguramente fue para que Juan Ramón de la Fuente tuviese más tiempo para puntualizar su diagnóstico médico (mental) del presidente Donald Trump, para pasárselo a la doctora Claudia Sheinbaum y la mandataria pudiera tomar decisiones conforme a ello.
Es altamente probable que, por los síntomas, Donald John Trump padezca el mismo síndrome que un personaje que tuvo recientemente notable influencia en la vida pública de México, el expresidente Andrés López Obrador y a quien, por cierto, otro destacado profesional de la psiquiatría, el doctor José Newman Valenzuela se lo descubrió, en sendos análisis que fueron difundidos ampliamente en plataformas noticiosas y redes sociales: Trump padece delirio.
Una condición por la que el paciente tiene dificultades para trabajar o mantener relaciones interpersonales.
Asimismo, se aferra a una idea de manera permanente, que otros insisten que no es correcta e incluso, piensa con frecuencia en hacerse daño o a los demás.
El paciente con delirio, tiene creencia sobre una realidad alterada que se mantiene de manera constante, a pesar de que existe evidencia o consenso sobre lo contrario, generalmente relacionada con un trastorno mental.
Así entonces, la presidenta estuvo bien asesorada y a tiempo, por lo pronto -según se sabe- por el canciller Juan Ramón de la Fuente, quien le dijo, para homologar la estrategia a los términos beisboleros: “Mira Claudia, tú espera a que te lance el primer strike. No trae nada este pitcher. Te va a dar la base por bola. Tú espera pacientemente”… Y dicho y hecho.
Ella ya corre por las bases, aunque sea en primera. Y vamos a ver qué le depara el mes próximo en el siguiente turno al bat.
Esperemos que, en próximas fechas siga habiendo éxitos para la presidenta de México tal y como este primer éxito parcial; que siga imperando la racionalidad en sus posturas y el desapego de prejuicios ideológicos de cualquier índole. Que se sobreponga pues como hasta este momento el interés superior de la Nación.
Es buena negociadora la presidenta. ¡Felicidades, en el Día Internacional de la Mujer!
Héctor Calderón Hallal
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