En la víspera de la segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la sombra de la incertidumbre se cierne sobre México. Los años de su primer mandato fueron testigos de una relación bilateral marcada por la inestabilidad y la confrontación. Ahora, con la promesa de políticas más agresivas, los desafíos que México enfrentará en este nuevo periodo podrían redefinir no sólo su relación con su vecino del norte, sino también su propio rumbo geopolítico.
Desde los primeros días de su campaña, Trump ha hecho de México un blanco fácil para sus retóricas nacionalistas. Sus promesas de construir un muro, renegociar el TLCAN (ahora T-MEC), y más recientemente, de imponer aranceles y considerar intervenciones militares contra los cárteles, son indicativos de una estrategia que busca, en esencia, retomar el control de la agenda bilateral a favor de Estados Unidos. La guerra arancelaria que se perfila podría ser devastadora para una economía mexicana que ya ha demostrado ser resiliente, pero no inmune a las presiones externas. Los aranceles impuestos durante su primer mandato demostraron ser un arma poderosa para negociar, y es probable que Trump la utilice nuevamente, esta vez con mayor agresividad, para forzar a México a asumir más responsabilidades migratorias y de seguridad.
La cuestión de la intervención militar en México para combatir a los cárteles es particularmente alarmante. Aunque históricamente las relaciones bilaterales han incluido cooperación en seguridad, la idea de incursiones militares estadounidenses en territorio mexicano es impensable para muchos. Esta perspectiva no solo viola la soberanía nacional de México sino que podría desencadenar una serie de reacciones en cadena, desde un aumento en la xenofobia hasta un deterioro sin precedentes en la confianza mutua entre ambas naciones. Sin embargo, para Trump y algunos sectores de su partido, la lucha contra el tráfico de fentanilo, que ha causado estragos en Estados Unidos, justifica medidas extremas.
La administración de Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta de México, hereda una compleja tarea diplomática. Ha expresado intenciones de mantener una relación de cooperación y respeto mutuo, pero la realidad política de Trump es impredecible. La estrategia de México debe ser astuta, centrándose en la diplomacia preventiva, el refuerzo de sus propias instituciones de seguridad y la promoción de políticas de desarrollo que aborden las causas profundas del crimen organizado y la migración. Además, la renegociación del T-MEC será un campo de batalla crucial donde México debe defender sus intereses económicos sin ceder a presiones que podrían ser perjudiciales a largo plazo.
En este contexto, podemos esperar un México que busca equilibrar la firmeza con la diplomacia. La relación con Estados Unidos siempre ha sido asimétrica, pero ahora, más que nunca, México debe actuar con una mezcla de pragmatismo y orgullo nacional para navegar por los próximos cuatro años. Trump 2.0 podría significar un periodo de pruebas para la soberanía y la economía mexicana, pero también una oportunidad para que México demuestre su madurez política y su capacidad de adaptación en un mundo cada vez más polarizado.
La clave estará en cómo México se posicione no solo frente a las amenazas de Trump, sino también en cómo utilice este tiempo para fortalecer sus propios fundamentos sociales, económicos y de seguridad. La historia nos ha enseñado que de la adversidad también pueden surgir nuevas alianzas y fortalezas internas; quizás, este sea el momento de México para redefinirse frente al coloso del norte.