Lo acontecido en Estados Unidos fue anticipado sólo por las voces disidentes, los medios alternativos y el pequeño grupo de personas que ha logrado mantenerse fuera de la forzada corrección política que la gran corriente de pensamiento de los medios de comunicación masiva han impuesto a la media de la sociedad.
Ya en los hechos consumados y más allá de las expectativas, es importante para México adherir un segundo dato que las encuestas de salida dejaron en claro y es que, el voto de mexicanos y otros hispanos en Estados Unidos, fue mayoritario en favor de Donald Trump (particularmente, el voto de las mujeres, que alcanzó el 61% en este segmento que por muchos años se había mantenido fiel al partido demócrata). Esto es destacable en función de que la narrativa imperante hacía creer que, por ser las mujeres latinas miembros de una minoría “discriminada” por el candidato Trump, sentirían una inercial tendencia a votar mayoritariamente por otra mujer también surgida de una minoría. Este golpe viene de distintas variables, pero predominantemente porque la mujer mexicana y la hispana, siguen siendo, en buena medida, responsables de la distribución y ejercicio diario del ingreso familiar y, que el huevo costara un 40% más que en la era Trump, parece ser (para este pragmático y emblemático grupo de mujeres) racionalmente más importante, que la retórica “facista” que el stablishment pretendía atribuirle al candidato republicano.
Otra variable trascendente en este grupo fue que son ellas, nuestras mujeres, las guardianas de la transmisión de valores familiares, y el sometimiento constante a sus hijos y familias a una agenda “progresista” en temas de género y disolución familiar, topó con la pared de 500 años de catolicismo continuado.
La comentocracia a ambos lados del Río Bravo justifica su malísima predicción y enorme error de cálculo acusando de machismo y discriminación a los hombres negros e hispanos que votaron por Trump y así, contra Kamala, pero estos dos grupos no alcanzan a representar (ni siquiera sumados) el volumen de votos de las mujeres mexicanas e hispanas que no pueden ser acusadas de machismo o racismo, por lo que se demuestra la baja capacidad reflexiva de los que no aceptan que no se opusieron dos modelos ideológicos: uno de libertad e igualdad a las minorías y otro defensor de la mayoría blanca; sino que se impuso el modelo del sentido común, la responsabilidad individual, el manejo de la economía, la búsqueda de la paz y el pragmatismo de Trump (que algunos consideran hasta simpático), a un discurso complejo, mal acabado y que resulta beneficiar sólo a las élites de ultra ricos y a pequeños núcleos que (según ellos pretenden) representan minorías marginadas; pero que, las verdaderas minorías rechazaron electoralmente.
Al sur de la frontera sobran los análisis que vuelven a augurar a un Trump veleidoso que amenaza con invadir México, perseguir a los migrantes y cerrar la frontera. Se les olvida a estos analistas que Trump fue el cocreador y firmante del actual Tratado de Libre Comercio y que, la hoy derrotada Kamala Harris, en su calidad de senadora, votó contra este pacto por considerar que México era un beneficiario poco equitativo del gasto americano y de las facilidades comerciales que Trump en él esbozó. Se les olvida que en la era Trump, México alcanzó el anhelado status de primer socio comercial de los Estados Unidos, que tuvo un trato preferente con nuestro gobierno entendiendo los delicados equilibrios internos en los temas de seguridad, dando oídos y materia a la solicitud de López Obrador, de que fuera liberado el ex secretario de defensa mexicano que había sido detenido en Estados Unidos. Por algún extraño motivo, el grupo de intelectuales y empresarios de la comunicación, entre otros que defendieron al INE, impusieron a Xóchitl y pretendieron que la Suprema Corte adoptara posturas complejas más allá de sus atribuciones, critican por lo alto y por lo bajo al presidente Trump, acusándolo de cosas que no tienen nada que ver con el ejercicio político que este ya realizó desde la Casa Blanca.
Es evidente que la era dorada que Trump ha anunciado para Estados Unidos puede ser también para México, si se atienden determinados temas como la descomposición del crimen organizado, el fentanilo como materia de negocio desde China y México hacia Estados Unidos, y se custodian nuestras fronteras evitando el vergonzoso tráfico humano y los masivos asesinatos de migrantes en nuestro territorio.
Trump es un viejo conocido al que no le es simpático el político mexicano típico (surgido del PRI y del PAN), que en el discurso comulga con la agenda woke, impulsada por la open society y Bill Gates, con objeto de mantener las prebendas y la excesiva corrupción que siempre los acompaña.
A Trump tampoco le gusta lo que él denomina como socialismo de la 4T, pero sabe que su primer socio necesita estabilidad interior, la que casi se pierde durante el último gobierno priista. Trump conoce y entiende mejor a México de lo que los supuestos expertos entienden y conocen a Trump, muchos consideran que sus formas bruscas, su estilo de plantarse frente a los problemas y la búsqueda de soluciones prácticas, es bastante mejor que la corrección política, el discurso suave y la desmedida corrupción, el riesgo de guerra, la continua descomposición y retroceso de los valores occidentales medios que representan los políticos adheridos a la llamada visión neoliberal.
México requiere con urgencia de nuevos equilibrios; los organismos ciudadanos y las herencias del prianismo, por estar contaminadas de corrupción y falta de seriedad, no pueden aportar el elemento de contraste frente a una omnímoda 4T que, si quiere sobrevivir a la nueva era Trump reloaded requiere, y pronto, dar espacio a la sociedad civil del norte- Bajío, y al empresariado menos dependiente de la dádiva pública, así como a los grupos auténticos de la clase media, incluidos los grupos religiosos, que son los únicos que pueden representar una visión diferente al hoy imperante Morena que ya madura, y pronto empezará a descomponerse.