Imposible prever un atentado contra Donald Trump y todavía menos que le diera esa imagen de heroicidad a meses de distancia de la elección. Lo que sí estaba en lo probable y más ahora es su regreso a la presidencia, escenario que plantea una amenaza a la democracia norteamericana y a la condición de poderoso moderador en el entorno internacional y de contención al expansionismo ruso. Malas noticias para muchos, particularmente para México, a pesar de que no faltan quien se beneficiaría de la desgracia de los más.

La sociedad mexicana y su democracia están en estado de indefensión. La oposición institucional ofrece un feo espectáculo de impudicia ante la determinación de los ganadores de hacer de su mayoría mandato para acabar con los pilares de todo sistema democrático como es la independencia del Poder Judicial. La reelección de Alejandro Moreno en el PRI lleva al partido a la irrelevancia y al colaboracionismo, salvo que medie resolución judicial que restituya la legalidad. La dirigencia del PAN hace lo suyo para dejar sucesor a modo. El partido requiere de una renovación profunda mucho más allá del relevo de dirigentes; el PAN es el principal partido de oposición y su prédica cívica de origen ahora es tan pertinente como en aquellos tiempos.

La oposición institucional cambia. En el PRI es poderosa la inercia de alinearse a Morena. MC está dividido, el futuro no está en las veleidades de Dante ni en la frivolidad del gobernador de Nuevo León. Un exceso darles el voto de confianza sin advertir lo que ocurre allí y sin conocer todavía un desenlace que habría de favorecer su condición de genuino opositor y con una vida interna al margen de la verticalidad y el autoritarismo. La desaparición del PRD, la debacle del PRI y las confusiones existenciales del PAN no dan para validar a MC tal cual es, tendría que cambiar. Tampoco hay lugar para ignorar el esfuerzo que nace para conformar un nuevo partido más avenido a la democracia y a la ciudadanización de la política.

Lo que importa no es la situación de los partidos, sino el país y la fragilidad de su democracia. El arribo de Trump a la presidencia es sólo uno de los componentes del campo minado en el que habrá de actuar la nueva administración. Es una ironía que lo mejor que le podría ocurrir a quien llega a la presidencia es que el INE o el Tribunal Electoral fallara en su contra en la interpretación constitucional de la sobrerrepresentación. De ocurrir así sería una manera para que quienes ganaron con amplio margen tengan tiempo para plantear el futuro en sus propios términos y no de quien concluye su gobierno. La manzana envenenada es la reforma judicial, que ni siquiera llega a atacar los temas centrales del problema y sí afecta la independencia de la judicatura, principio imprescindible en toda democracia, para las libertades y la certeza de derechos.

Las cuentas no cuadran. La futura presidenta habla de inversión ferroviaria que en el mundo del transporte de pasajeros es deficitaria, también de ampliar las pensiones no contributivas. El país requiere mucho dinero no sólo para crecer, sino para mantenerse y más por la corrosiva y perniciosa política de gasto del gobierno que concluye. Bien que se deje en Hacienda a Ramírez de la O para que pueda cuadrar el déficit fiscal, pero difícil, muy difícil para quienes asumirán responsabilidad una vez que adviertan el desastre y abandono en sus respectivas dependencias. Quizás la salida sea una reforma fiscal que no tenga ese nombre, pero que fortalezca los ingresos al menos en términos equivalentes a economías semejantes a las de México.

La impunidad es el origen de muchos de los problemas y no se advierte preocupación, más allá de los lugares comunes. En materia de seguridad pública se abre la esperanza de un cambio relevante con el arribo de Omar García Harfuch; sin embargo, el problema subsiste y es que los soldados no son ni están para combatir al crimen. Se entiende la desesperación de las autoridades civiles y mucho más ante la perniciosa y corruptora fortaleza del enemigo, ese monstruo de mil cabezas llamado crimen organizado. Como casi todo lo que ha ocurrido en los últimos 6 años, un inexistente o mal diagnóstico conlleva una pésima o contraproducente respuesta.