La eventual nominación de Kamala Harris como candidata presidencial por el Partido Demócrata coloca a Claudia Sheinbaum en una disyuntiva crucial, que podría definir su futuro político y la orientación de México en la escena internacional.

Es un hecho notorio que López Obrador simpatiza con Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia. Ambos son hombres populistas, reaccionarios y autoritarios, y ninguno profesa los principales valores de la democracia liberal ni es proclive a la intelectualidad. Tanto uno como el otro se oponen a los contrapesos y comparten la agenda de usurpar los poderes judiciales de sus países, debilitando así las instituciones democráticas que garantizan la justicia, las libertades y el equilibrio de poderes.

Por otro lado, Sheinbaum y Harris son dos mujeres que han surgido de la sombra de sus predecesores y se muestran a sus electorados como personas capaces, letradas y con una vocación firme por las causas progresistas. Ambas representan una nueva generación de liderazgo político, comprometida con la equidad de género, los derechos humanos y la justicia social. Lo lógico sería que Claudia se desmarque de Andrés Manuel en sus preferencias por quienes se disputarán la presidencia de los Estados Unidos. Esta es su primera oportunidad para demostrarle a México que es independiente de AMLO, que puede tener ideas propias y que está dispuesta a liderar con una visión moderna y progresista.

Además, el alineamiento con Kamala Harris podría reforzar las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, basadas en un entendimiento común de los desafíos globales, como el cambio climático, la migración y la equidad económica. Un liberalismo con enfoque social.

Este cambio de postura no solo posicionaría a Sheinbaum en la vanguardia de la política internacional progresista, sino que también la distanciaría de las políticas retrógradas y autoritarias que AMLO y Trump representan.

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Al alinearse con Harris, Sheinbaum podría consolidar una plataforma de cooperación y diálogo que beneficiaría a ambas naciones y demostraría su compromiso con la democracia y los derechos humanos.

Es el momento de que Claudia Sheinbaum muestre su liderazgo y su capacidad para trazar un rumbo independiente, alineado con los valores de justicia y progreso que defiende. Esta decisión no solo definiría su posición en el contexto político interno, sino que también tendría repercusiones significativas en la percepción internacional de México como un país que valora y promueve los principios democráticos y los derechos de todo su pueblo.

En resumen, Sheinbaum tiene ante sí una oportunidad histórica para romper con las falocracias anquilosadas en un conservadurismo ajado y para establecerse como una líder innovadora y visionaria, comprometida con la igualdad y las libertades.

El respaldo a Kamala Harris no solo sería un gesto simbólico, sino una declaración contundente de su voluntad de liderar un cambio real y significativo en México y en la región.

Evidentemente todo lo dicho deberá hacerse dentro de un marco narrativo bien delineado por su equipo diplomático, pues no deja de ser todavía improbable que Trump pierda la elección presidencial. Lo que significará que la relación bilateral entre México y los Estados Unidos debe mantenerse fuerte y armónica. Un espaldarazo evidente de Claudia a Kamala podría complicar las relaciones entre estos dos países, pues se sabe que Donald Trump, al igual que Andrés Manuel, es intolerante a la crítica, caprichoso, rencoroso y vengativo.

No obstante, eso no debe impedir que Sheinbaum, como virtual presidenta electa, como presidenta electa y posteriormente como presidenta, ejerza su libertad de expresión y reivindique este momento histórico que vive la región, con la materialización del triunfo del feminismo en Norteamérica.