Es difícil creer que alguna vez se consideró posible la derrota de Trump ante Kamala Harris aun cuando nunca hubo evidencia real para concluir un resultado distinto al del gran martes electoral.
Los Estados Unidos pueden caracterizarse desde la afirmación de Max Weber al ubicar la ética protestante en el corazón mismo del capitalismo. Cuando el protestantismo más conservador llegó de Europa y se instaló en las Trece colonias, impregnó todo con su moral y creó su propia ética. Se autonombraron los salvadores de América y del mundo, los John Wayne del orden mundial.
Por eso era muy predecible que nuevamente las ciudadanas y ciudadanos norteamericanos; las clases medias, las clases más pobres, los inmigrantes, los más vulnerables, la misoginia encarnada en la ética de hombres y mujeres, no permitirán, nuevamente, que accediera al poder una mujer.
Donald Trump perdió ante Biden, ante otro vaquero, otro macho de la supremacía blanca. Trump representa al amo, y la masa norteamericana asume al presidente en el nombre del padre, en él deposita el goce de la libertad que no puede tener, y Trump asume desde su discurso racial, violento, y patriarcal que él es el portador de la razón.
Tampoco hay que escandalizarse, Trump representa bien a las norteamericanas y norteamericanos, quienes han vivido a costa de los colonialismos, de la doctrina Monroe y de la industria bélica.
Él y todos los presidentes que han pasado por la Casa Blanca han combatido la migración desde un discurso de exclusión y falso nacionalismo, él y quienes han dirigido la Casa blanca solo han administrado la vida de las y los migrantes.
Como en la antigüedad, es más conveniente tener a ciudadanía y no-ciudadanía, tener una clase al servicio del capital, una servidumbre que esté permanentemente en el temor de ser deportada, que se sepa en la ilegalidad, que no tenga oportunidad de defenderse ante una Corte, mucho menos de opinar sobre los asuntos públicos del país del norte y, por supuesto otras ciudadanas y ciudadanos con derechos políticos y jurídicos plenos.
El problema de la migración es un problema del capitalismo en el que México juega su parte en el engranaje global de la producción. Nadie, ni Obama, han tenido intención de modificar esa realidad estructural.
Hay muchas más variables que seguramente los expertos en política internacional y geopolítica explicarán mejor, pero el problema de Estados Unidos con China no se modifica ni se interpreta de manera distinta si eres republicano o demócrata, la guerra en Ucrania la masacre en Palestina, los ataques a Líbano, nada se modifica sustancialmente con el triunfo de uno u otra.
El gobierno mexicano se distinguió, en la última parte del gobierno de Andrés Manuel, por su resistencia ante el intervencionismo habitual del embajador norteamericano en México, ahora habrá que diseñar una política de Estado en la que no solo estemos a la defensiva, sino que hagamos valer de manera activa nuestra posición estratégica en la globalización.