El oligarca hijo de ultraderechistas que se enriquecieron durante el apartheid sudafricano no es la solución para la crisis que atraviesan las redes sociales.

Twitter y el resto de las redes sociales están en una profunda crisis de censura. A la “letra escarlata” que imponen de forma unilateral en periodistas que osan cometer el “pecado” de trabajar para medios no angloestadounidenses como RT o China Daily, se le suman toda clase de suspensiones de periodistas, activistas anti-guerra y personas que informan una contranarrativa sobre los hechos que ocurren en el marco de la invasión rusa a Ucrania.

El oligarca Elon Musk, mercachifle de criptomonedas y automóviles eléctricos que chocan y se incendian por sí mismos, acaba de hacer una oferta para comprar Twitter, una de las redes más censoras en estos momentos, en una cantidad que ronda los 43 mil millones de dólares.

Pero ¿quién es Elon Musk? Más allá del mito libertario del hombre que se hace de una fortuna “por sus propios esfuerzos”, el Gerente de Tesla es hijo de una familia sudafricana que se enriqueció con minas de piedras preciosas durante la era del apartheid.

Si esto no prende los focos rojos en algunas personas, quizás les interese saber que Musk, cuyos fallidos vehículos necesitan litio para financiar, se jactó de apoyar el golpe de estado en Bolivia, mismo que desembocó en innumerables muertos y terminó con la cabeza del golpe, la presidenta espuria Áñez en la cárcel y un nuevo presidente emanado de la voluntad ciudadana y multicultural, Luis Arce, en el poder.

Las columnas más leídas de hoy

Además de haber hecho su fortuna con stock inflado y billones de dólares en subsidios del gobierno norteamericano para su otra empresa, SpaceX, Musk representa lo peor del tecnofascismo disfrazado de discurso libertario. Musk habla mucho, pero no ha innovado ni innovará nada. Se trata de un vil mercachifle sin las capacidades de narrativa del finado Steve Jobs y sin ninguna otra habilidad más que haber nacido en una cuna de oro.

Se que algunos se entusiasman con la posibilidad de que Twitter recupere la “libertad” que en esa y otras redes se vivía antes del fracaso electoral de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales del 2016, pero un fascista no puede traer menos represión a un medio de comunicación, al contrario. Musk no es parte de la solución. Es parte del problema.