Las sorpresas postelectorales no terminan; cuando creíamos que la cabeza fría y la razón eran obligadas para cualquier balance y análisis de los actores políticos que participaron en la jornada electoral, la semana pasada fuimos testigos de cómo, la búsqueda del poder por el poder mismo obnubila la mirada y confunde los deseos con la realidad.

Pudimos ver que Guadalupe Acosta Naranjo, acompañado de Fernando Belaunzarán y otros; intentaron, en una fallida asamblea, hacer lo que nunca han sabido hacer: encabezar un movimiento y darle ruta a lo que ellos llaman el movimiento de la marea rosa.

Por supuesto, ni Acosta Naranjo ni Belaunzarán han encabezado jamás un movimiento social o político, fueron dirigentes partidistas, porque desde las expresiones políticas del PRD siempre supieron explotar la necesidades de legitimidad del régimen priista y, desde la comodidad de la oposición contestataria, negociaron pragmáticamente espacios y prerrogativas. Así que, si la marea rosa es un movimiento y sus dirigentes serán Belauzarán y Acosta Naranjo, no tiene futuro.

Pero, sin duda lo que no terminará de sorprender a propios y extraños fue la asamblea nacional priista en la que Alejandro Alito Moreno y sus incondicionales se armaron un quórum, fuera de toda legitimidad, y aprobaron la modificación a los estatutos del más viejo partido mexicano y posibilitaron la reelección de Alito en la presidencia.

Previo a la asamblea, la dirigencia más vieja, de larga trayectoria en el revolucionario institucional; así como legisladoras y legisladores de ese mismo partido, se manifestaron en contra de las intenciones de Alito pero,  como en una farsa griega, Alito se autoproclamó el único y plenipotenciario dirigente del tricolor, expulso a todos de su trono y se erigió como el salvador de los restos del partido.

En los últimos dos años Alejandro Moreno fue apropiándose de la estructura partidista nacional, estatal y distrital; sustituyó a consejeras y consejeros nacionales por gente de su confianza; intercambió favores y espacios para dejar al frente de los comités a sus allegados; sectores, organismos políticos, fundaciones, organizaciones adherentes, territoriales;  todo fue escrupulosamente manipulado para la representación cómico-trágica en la que, a puerta cerrada, se aprobaron las bases para alargar su mandato. Un día después Alito se autocaraterizó como un gladiador.

El PRI protagonizó la democracia perfecta,  no sólo sobrevivió a múltiples crisis internas,  también a devaluaciones, fuga de divisas, a saca dólares, errores de diciembre, candidaturas únicas, masacres, guerras intestinas, etcétera; hasta que el destino democrático lo alcanzó: primero perdió la presidencia en el año 2000, se alió con el PAN y la recuperó en el 2012; desde entonces sólo ha tenido pérdidas, Alito no ha ganado nada desde que es presidente, sólo pudo sumar más y más pérdidas electorales; iniciará la próxima legislatura con 35 diputaciones y 16 senadurías, la cantidad más baja en toda la historia de ese instituto político.

El Partido Revolucionario Institucional, hace ya muchos años dejó de transmitir confianza; su actual dirigente es incapaz de transmitir alguna emoción de simpatía. Alito transmite lo que en realidad representa el partido: falsedad; un rostro que tiene que usar bótox para sostener una imagen de lo que no es, un semblante fabricado para intentar una frescura inexistente, una sonrisa que no puede ser sostenida. Un partido falso en un rostro falso.