Ayer Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera mujer presidente de México. A pesar de las enormes sospechas de continuismo del obradorismo, mismas que van desde la repetición de las formas hasta el seguimiento de políticas controversiales, el hecho de su arribo a la cabeza del ejecutivo debe ser motivo de gozo para los mexicanos; un júbilo con cautela, empero.

Tras una serie de actos protocolarios propios de la toma de posesión, y acompañada de jefes de Estado y de gobierno, así como de la primera dama Jill Biden, Sheinbaum pronunció un discurso en la Cámara de Diputados que encierra elementos que merecen la atención del lector. Enseguida menciono algunos.

En primer lugar, vale señalar, inició su histórico discurso con la mención especial del ciudadano AMLO, dejando en un sitio secundario a los poderes constituidos y a los gobernadores en funciones. Enseguida, se refirió al pasado de AMLO y al supuesto fraude electoral de 2006, controversia que continúa provocando debates acalorados. Con un tono emotivo, no omitió rendir culto durante casi diez minutos a la personalidad del presidente saliente, al unísono de cantos en honor al tabasqueño.

Se celebra su alusión al legado de las culturas originarias y sus enormes aportaciones a la riqueza de México, al igual que el recuerdo de próceres como Hidalgo y Morelos, entre otros.

También resulta halagüeña su promesa de respetar la autonomía del Banco de México, en un signo de salvaguarda de sus reservas internacionales y de sus competencias constitucionales.

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De igual manera, se anticipaba su mención especial al llamado “humanismo mexicano” y al supuesto desmantelamiento del neoliberalismo, y, desde luego, a la edificación del segundo piso de la autoproclamada 4T.

Sumado a las loas rendidas a AMLO, quizás una de las menciones fuera de sitio fue la del expresidente Ernesto Zedillo, en relación con la reforma al poder judicial de la época.

En suma, ayer inició un nuevo periodo de la historia de México. Claudia Sheinbaum tendrá ante sí enormes desafíos. El primero será la recuperación del sentido de la unidad nacional y la percepción de que gobernará para todos. A diferencia de su antecesor, deberá asumir la responsabilidad histórica de sanar las heridas del pasado y de mirar hacia adelante rumbo a los próximos seis años.