Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha ganado todo lo que le llevó años y años para lograrlo. Es un hombre que ha recorrido la República Mexicana de pies a cabeza. Nadie como él conoce este país a fondo.
Se tardó años en terminar su carrera en la UNAM, pero lo logró al final. Quizá no era muy bueno en la escuela, pero fue bueno en otras cosas y tenía ese talento que no te enseña ninguna otra universidad. Ese fue su punto a favor.
Supongo su infancia fue dura. Jamás habla abiertamente de ella, pero cuando lo ha intentado se le corta la voz. Algo ahí entre sus recuerdos le duele. Como a todos…
Él asegura que le robaron la presidencia en el 2006 y su enojo fue infinito. Tanto así, que él mismo se proclamó como presidente legítimo y se colocó una banda presidencial en un especie de brote de locura y desesperación.
Llenó y literalmente atascó muchas veces el Zócalo de la Ciudad de México. Sin acarreados, eso sí se lo debo de reconocer, en sus tiempos de campañas y en sus mítines la gente llegaba por su propia voluntad.
Tengo familiares que ante mis ojos se alistaban con gorras y sus tenis para acompañarlo en el centro de la CDMX. Aunque lloviera, aunque hubiera sol ahí estaba la gente apoyándolo. Supo cómo ganarse el cariño de cientos de mexicanos.
Logró ser presidente a la buena hace seis años, sin dudas, y por muchísimos votos a su favor.
Luego se fue a vivir a Palacio Nacional porque pues, siempre fue admirador de Benito Juárez y porque tenía una oficina y un departamentito ahí dentro, decía.
“Yo no le hago daño a nadie”, mencionó muchas veces.
Durante seis largos y pesados años, vivió enojado aun cuando había llegado a ser un presidente muy legítimo y eso será siempre incuestionable pero siempre estuvo enojado.
Seis años no soportó que no lo quisieran otros tantos. Los conservadores y adversarios, les llamó. Seis años de atacar con apodos y agresivamente a quienes lo cuestionaban. Él era el rey y al rey nunca se le señala.
Seis años de enojo y de rabia.
Yo también viví seis años de enojo, ahora que lo pienso, tengo ganas de imaginarme un día en que no esté enojada y que Claudia Sheinbaum me haga sentir lo que López Obrador no logró conmigo: certidumbre y paz.
Luego colocó a su candidata favorita en el tablero para que fuera presidenta de México y lo relevara, alguien a quien él quiere muchísimo y lo logró.
Claudia Sheinbaum, esa que él colocó, ganó por un muy amplio margen, aunque nos cueste aceptarlo a muchos. Ya la acreditaron como presidenta electa. Ya no hay dudas ni recuento de votos. La propia Xóchitl Gálvez fue la primera en aceptar su triunfo mientras, que la llamada oposición se hacía “bolas” diciendo que había fraude y que hubieron trampas. Mal ahí todo.
Ahora ya se sabe, ayer se confirmó la sobrerepresentación en la Cámara de Diputados de Morena. No hay vuelta atrás.
Muchos dirán que no fue una sobrerrepresentación. Claudia Sheinbaum insiste en que son los resultados de lo votado.
Otro de los sueños dorados del presidente se hizo realidad: Que en todos lados de nuestros recintos legislativos se pintara de color guinda.
El INE, al final ese INE que tanto defendimos para que no fuera tocado, se tocó y ahora forma parte de la estructura de Morena. Ya no es nuestro. Lo logró.
Total que todo le ha salido muy bien a López Obrador. Todo ha salido como él ha querido y todo saldrá como él quiera.
Entonces, ¿por qué no tenemos un presidente feliz?
Es cuanto.