El sábado 14 de septiembre de este año, 2024, el ex contratista de la construcción, residente en Hawai, Ryan Wesley Routh, armado con una AK47, acampó durante 12 horas en las inmediaciones de un campo de golf propiedad del candidato norteamericano Trump en Tampa, Florida, con objeto de asesinarle. Algún tipo de información privilegiada debió tener pues, esta actividad del candidato no era de la agenda pública y pudo haberse realizado en otro de los campos de golf de Tampa.
Wesley responde a un perfil psicológico y político de un sector de la extrema derecha norteamericana que no apoya a Donald Trump sino a Kamala Harris por el compromiso que ésta demuestra hacia la causa ucraniana. En 2022, tras abrir un sitio de internet para reclutar voluntarios, incluida una intentona de reclutar combatientes afganos, Wesley, curiosamente fue entrevistado por France Press en su tour militante por Kiev; ahí declaró: “todo el mundo tiene que dejar de hacer lo que está haciendo para venir a combatir por la libertad de Ucrania”. La prensa pro demócrata quiere hacerlo pasar por un apoyador de Trump arrepentido, sin embargo, Wesley responde a un muy definido perfil político que asume que Estados Unidos está obligado a dar una batalla en la materialmente lejana y distante culturalmente Ucrania por defender principios que él supone, porque así se lo han hecho creer, que el conglomerado multicultural y masivamente ruso parlante (refiriéndonos a la población ucraniana) tiene.
Un ciudadano promedio de Ucrania, entre ellos el propio Zelenski, es culturalmente ruso, habla ese idioma, pertenece a esa cultura y nunca ha defendido, a lo largo de su vida, por no haber experimentado, institución democrática alguna. Ucrania es la histórica Rusia blanca de los zares, la tierra de los cosacos que ofrendaban su vida por la iglesia y por el zar; enemiga histórica de Europa, de profundo raigambre ortodoxo y bizantino.
La guerra “por Ucrania” se parece mucho en el sentido ideológico a la guerra por Vietnam; es, ante todo, un buen negocio que los gobiernos demócratas, aliados del complejo industrial militar realizan sin que importe mucho lo que los supuestos defensores locales de la libertad crean o piensen.
Cuando los aliados entregaron Europa entera a Joseph Stalin, a diferencia de Hungría, Rumania o Bohemia, que lucharon con el Tercer Reich contra el comunismo, Ucrania sólo pudo poner en pie algunos batallones de la minoría católica a favor de la SS de Hitler, pero el 80% de su población luchó con convicción a favor de la URSS (conglomerado comunista al que Ucrania gozosamente pertenecía). Esto es, Ucrania ni siquiera estuvo en la mesa de discusión sobre si estaría de un lado u otro de la “cortina de hierro”, sino que se dio por hecho, que era una república soviética.
A los demócratas de Estados Unidos les gusta mucho repetir que el movimiento ‘Make America Great Again’ es una suerte de Ku Klux Klan redivivo, siempre olvidan que el Klan es una organización surgida a la sombra del sur demócrata; que todos sus líderes históricos han formado parte de ese partido; pero más extraño aún, no tienen ningún prurito en armar a batallones ucranianos que reivindican su lucha en las SS. Por esto, es perfectamente comprensible que alguien como Wesley, convencido militante del militarismo norteamericano, quiera reclutar talibanes para luchas contra Putin, y sea capaz de intentar matar a Donald Trump.
Si MAGA (Make America Great Again) es la organización extremista que los demócratas pretenden, habría que preguntarse ¿por qué ningún miembro de la misma ha atentado contra algún candidato demócrata?. El discurso radical en todos los órdenes que ha mantenido la administración Biden-Harris es un foco natural de atracción para perfiles objetivamente supremacistas.
Los movimientos de reivindicación de las minorías son, esencialmente, núcleos radicales que pretenden imponer una forma de pensar que es ajena al ciudadano promedio, no es extraño que “los extremos se toquen”, no es extraño pues, que a pesar de la desmedida campaña de acusaciones contra Trump y sus seguidores, los extremistas radicales violentos y magnicidas, sean seguidores de Kamala. No me refiero a posibilidades, sino a los hechos materiales que, a la fecha de hoy, por primera vez en la historia de Estados Unidos, provocan un segundo atentado contra un candidato.
Cualquier estudiante de psicología puede inferir por estos hechos el tipo de caldo de cultivo, la narrativa y el perfil extremista que debe existir en el entorno demócrata para provocar tan seguido, intenciones magnicidas. No falta quien sagazmente sostiene la lamentable tesis de que Trump se encuentra atrás de los atentados contra su vida, como si situaciones como éstas fueran sujetas de algún tipo de control, pero esta lógica liberal se da en aquellos demócratas bien intencionados que se niegan a aceptar el evidente doble discurso de un Estado profundo y militarista que pretende lavarse la cara con argumentos de corte social que terminan siendo políticas de control estatista.
A escasos 2 meses de la elección norteamericana, es perfectamente posible que otro radical impulsado por la polarización antitrumpista, intente de nuevo matar al republicano. Como en el juego de mesa, la pregunta a resolver es: ¿quién es el culpable?