Los más importantes líderes políticos de antes y ahora, en México, realmente han sido muy poco investigados en su salud mental, hablo científicamente, no tendenciosamente con fines proselitistas o de guerra sucia y propaganda negra. No. Y no me refiero a un tipo de investigación necesariamente forense, salvo que hubiera un mandato judicial, o de otro tipo, sino con fines de estricta valoración psico-política, especialmente para el caso de los ex presidentes. Ellos son los hacedores de las políticas públicas que nos dirigen y conducen, nos guste o no.
Existen crónicas del comportamiento homosexual de grupos de políticos, desde el porfiriato y en épocas más cercanas, pero sin ser estudios sobre su salud mental, más bien anecdotarios de tiempo y circunstancia en los cuales se producen los hechos, pero no una exploración más apegada a las disciplinas científicas.
De Carlos Salinas se habló mucho en su momento de que un disparo fortuito desde un arma de fuego que él accionó, mató a la empleada doméstica que servía en su casa durante su infancia. No hay una versión seria confirmada. De Enrique Peña Nieto se habló también en su momento de que previo a la muerte de su esposa, los sirvientes escucharon algo muy parecido a una fuerte pelea matrimonial, lo que parecieron golpes, gritos y llanto. Nada hay dicho y narrado con rigurosidad. Se sabe que Vicente Fox casi todo su mandato sexenal consumió ansiolíticos, como el Prozac, o que Felipe Calderón era un consumado alcohólico-depresivo y por momentos iracundo y violento. No hay estudios o análisis que reúnan los requisitos de seriedad y exploración científica de sus personalidades, que podrían ayudar a entender, en momentos cruciales, sus determinaciones políticas hacia la nación, así como sus graves errores.
Y no solamente por lo complejo de acceder a información confiable y verificable, sino porque al parecer, no es un tema de interés de los especialistas en la materia. Como es el caso del Dr. José Cabrera Forneiro, psiquiatra y médico forense español autor del libro “La Salud Mental y los Políticos: reflexiones de un psiquiatra” (2010), entre otros materiales escritos desde una perspectiva especializada.
En una entrevista en donde se trató de que sucedía con las víctimas de violación al ver que los violadores salían libres, le preguntaban: “¿y las víctimas qué? Es lo que se llama revictimizarlas. O ver representantes políticos riéndose de ellas en la televisión”. Responde: “Bueno, la victimización secundaria y además cuando procede de los sectores políticos, es doblemente dolorosa, porque son los que nos están organizando la vida. Y claro, cuando el gestor político de alguna manera minimiza el impacto político de una ley que es errónea (…) la verdad no sé a dónde acudir, es esta situación de indefensión, de ausencia de confianza en el sistema legislativo, que está gobernado por personas, sobre todo, desinformadas, no solamente sujetos que tengan o no unas tendencias políticas, sino personas sin información, sin conocimientos, sin experiencia”.
Podría entonces perfectamente bien tratarse este tema como uno de salud pública, porque aquí un colectivo de políticos de determinada tendencia socio-política, al formular una ley con graves deficiencias que permite a violadores y pederastas obtener su libertad y revictimizar a las mujeres agredidas, no tienen castigo alguno y las víctimas del ataque sexual tienen que vivir con un doble estigma, una doble agresión, de su agresor y de las fallas de su sistema jurídico, y seguramente quienes salen libres, van a reincidir ahora que saben que pueden suavizar su castigo por los vacíos de ley. Un drama personal terrible, y una muy negativa lección política colectiva, enormemente frustrante.
Así entonces, la “salud mental” no se limita al campo de la psicología sino tiene profundas connotaciones sociales, políticas y antropológicas; no sólo porque sus definiciones las más de las veces están cargadas de claras u ocultas significaciones ideológicas, y por tanto son instrumentos importantes para el “control social”, sino también porque todas las formas socio-históricas inciden de manera fundamental en la producción de la subjetividad y la llamada “salud mental”. (Guinsberg, E., UAM, 2006). Conocer “la subjetividad” (con sus múltiples determinaciones) de los líderes políticos, es un arma política de defensa colectiva.
Otro trabajo notable, de los muy pocos existentes, es “Identificación de Patrones de Patologías Mentales en el Liderazgo Político Contemporáneo” de Paula Fresnillo (Madrid, 2022), quien establece una relación directa entre el tipo de liderazgo político y las patologías mentales, y deriva de este análisis, los rasgos patológicos más comunes en los liderazgos políticos. ¿cómo puede un jefe de Estado desarrollar un cambio de personalidad que lo lleve a instalarse como un gran narcotraficante? O ¿cómo un macro criminal de poblaciones indefensas?
“En la OMS (Organización Mundial de la Salud), existe una gran variedad de trastornos mentales, cada uno de ellos con manifestaciones diferentes. Se caracterizan por una agrupación de modificaciones en el pensamiento, la conducta, las relaciones y las emociones” (2006). Destacan los siguientes rasgos: a) rasgos narcisistas, son los obsesionados con el triunfo, el dinero y el poder; b) rasgos psicopáticos, son aquellos que carecen de empatía, compasión o ética, suelen ser inteligentes y todo lo hacen calculado y planificado; c) rasgos histriónicos, un liderazgo político que se caracteriza por la teatralización de las emociones (se podría decir que son más personajes creados que personas), la necesidad de manipulación a través de la mentira, la necesidad de ser el centro de atención constante y de la aprobación por parte de los demás; d) rasgos obsesivos, que generan mucha confianza por su alto sentido de la ética, la moral y el perfeccionamiento. En la estabilidad son efectivos, pero en la crisis pueden ser ineficaces; e) rasgos paranoides, advierte significados ocultos, secretos, conspirativos en caso todo, por ello es muy desconfiado, por ello tiende a ser dictatorial; f) rasgos bordeline, conocido también como trastorno límite de la personalidad, con una ira incontrolable, líderes inestables e impulsivos, en la lucha política son extremosos. Ningún líder, presenta claramente un “estado puro”, pero hay predominancia, o “rasgo primario” y “rasgos de tipo secundarios”. Estos rasgos centrales de la personalidad determinan cambios en los estados de ánimo e influyen de manera decisiva en la toma de decisiones, en las acciones de gobierno, y hasta, de desgobierno. (Fresnillo: 15-16)
Estas definiciones establecen dos salvedades: i) la “Regla Goldwater” establece por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) que no es ético que un psiquiatra ofrezca una opinión profesional sobre un personaje público a menos que haya realizado un examen de dicho personaje y haya sido autorizado para ello (2017); y ii) el riesgo de estigmatización, hablar de la salud mental de los políticos podría estigmatizar a quienes padecen enfermedades mentales y abrir la puerta a un mal uso de la categorización mental en el debate político. (p.19)
Pero acá, otra hipótesis interpretativa: hay líderes políticos con trastornos de personalidad que tienen dificultades para integrarse eficientemente en una comunidad social y encuentran en la lucha política, el ambiente idóneo para ello, adaptando dicha personalidad trastornada a la arena política. Un psicólogo especializado como Francisco Alonso Fernández de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que: “¿Cuántos políticos, llevados por factores personales, han cometido errores en sus gestiones? (…) Cuando un político no disfruta de un estado de salud mental aceptable, su conducta rezuma peligrosidad”. (cita de Soler, Enero, 2023). Pero el propio autor del texto (no el citado) afirma que, por ejemplo, un trastorno de personalidad narcisista coagula en la notoriedad que te da el ser líder político; o bien, el trastorno antisocial encuentra un contexto muy favorable ante el auge de la derecha social, en su impugnación permanente. Y así en distintos casos se regodea la personalidad que sufre trastornos de salud mental.
En el mismo artículo de Enric Soler Labajos, se establece una pregunta toral para el entendimiento del tema que estamos tratando: “¿Es la actividad política un factor de riesgo para desarrollar la ‘locura’?” El neurólogo David Owen, estudió durante siete años el cerebro de los líderes políticos y concluyó que: “El poder intoxica tanto que termina afectando el juicio de los dirigentes”. Creo que fue en la Grecia antigua, en donde existió un refrán muy ilustrativo: “aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Es decir, el propio acceso al poder y a un amplio espacio de poder, resulta un factor de riesgo. Pero también el poder es un instrumento o medio de adicción. La “adicción” se articula con la “locura”, o viceversa.
El poder genera una adicción difícil de vencer. Por esa razón, la institucionalidad democrática establece pesos y contrapesos y, en especial, provisiones para impedir que alguien se instale en él indefinidamente. Estas medidas cautelares son comprensiblemente un estorbo insoportable para los adictos al poder, que no descansan hasta removerlas. Esta adicción, como la del alcohol y las drogas, ejerce una atracción casi irresistible e insaciable. Entre más se tiene, más se quiere. De allí que la acumulación de poder sea un esfuerzo interminable para el adicto. Nunca está satisfecho, las ventanas con la realidad se han cerrado. (Cardenal, 2/24)
Continuamos en la próxima entrega.