A raíz de las recientes declaraciones de Donald Trump sobre la eventual imposición de aranceles sobre las importaciones provenientes de México y Canadá, han resurgido numerosas especulaciones en torno a las verdaderas intenciones, y aun más, capacidades del republicano para hacer cumplir sus promesas de campaña.
No faltan aquellos que, llenos de esperanza, especulan que Trump no haría gran cosa pues no lo hizo –o no pudo hacerlo– durante los cuatro años de su gobierno anterior.
Sin embargo, el escenario luce ahora distinto. En el asunto relacionado con los aranceles, algunos analistas apuntan a que Trump no contaría con las competencias para decretar unilateralmente medidas arancelarias que violasen las disposiciones contenidas en el T-MEC.
Otros, por el contrario, aseguran que sí que podría hacerlo, mismo si ello conllevase una probable respuesta como represalia por parte de los gobiernos de Ottawa y Ciudad de México.
En todo caso, lo que sí que es una realidad es que Trump volverá a la Casa Blanca en medio de una coyuntura que le resulta favorable. En primer lugar, a diferencia de hace ocho años, llega con el ego desbordado tras haber ganado el voto popular, sumado a las mayorías legislativas obtenidas en ambas cámaras.
En adición, contará con una Suprema Corte de mayoría conservadora y plenamente politizada que no vacilará en aceptar casos de cortes inferiores promovidos por el gobierno federal ante decisiones contrarias a los intereses del presidente.
Como si se tratase de un tablero de ajedrez, Trump ha colocado –sin efectos jurídicos aún, huelga señalar– a polémicos personajes que han descollado por sus posturas radicales e intransigentes.
Por tanto, se anticipa que a partir del 21 de enero, México tendrá que medirse con un gobierno estadounidense de mano dura que no escatimará recursos económicos, políticos o discursivos para hacer valer lo que el propio Trump interpreta como mandato de sus conciudadanos: deportar migrantes ilegales, combatir a los cárteles y detener los “abusos” en materia comercial cometidos por su vecino del sur en connivencia con los chinos.
En suma, sin el ánimo de hacer un análisis pormenorizado sobre las probables consecuencias económicas del arribo de Trump, sí que tiene que destacarse que Claudia Sheinbaum, en vez de hablar del amor de las familias mexicanas y de jactarse de que México es una potencia cultural, debe concretar una estrategia política, comercial y diplomática que le permita navegar a través de la tormenta que se cierne.