El proceso democrático es dinámico y siempre perfectible. Avanza de manera gradual y por momentos acelera y da saltos de gigante.

Apenas hace un siglo estrenamos la elección directa de presidente de la República, luego de casi cien años previos de elecciones indirectas que facilitaban el acceso o la permanencia en el cargo, según lo mostraron Antonio Lopez de Santa Anna o Porfirio Diaz.

Acaso hace algo más de medio siglo que las mujeres al fin pudieron votar y ser electas a cargos públicos. Solo a lo largo de los últimos 3 decenios se pudo garantizar su presencia en congresos y ayuntamientos mediante cuotas y equidad. La paridad en todo es del año 2019 y continua avanzando, no sin violencias que lamentar y desterrar.

Otro tanto se puede decir de la transparencia o la rendición de cuentas, o bien el combate a la corrupción.

Pero si hay procesos así de lentos, también hay momentos de cambio más rápido.

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Me refiero a que la democracia participativa arribó con fuerza mayor a la Constitución hace diez años y no tendrá que esperar decenios para ser practicada.

Una muestra la tuvimos el año pasado cuando se realizó la primera consulta ciudadana en temas de trascendencia nacional.

Otra lo experimentaremos el próximo 10 de abril cuando habremos de optar por la Revocación o la continuidad en el cargo del presidente de la República, Andrés Manuel Lopez Obrador.

Si los mexicanos de su época hubieran contado con esa opción institucional, es probable que Porfirio Diaz habría dejado el poder por la vía pacífica y no la de las armas, Alvaro Obregón no habría sido asesinado o Gustavo Diaz Ordaz tendría que no haber concluido su periodo sexenal.

Es obvio que una institución jurídica y política tan sensible como la revocación del mandato, en un sistema tan rígido como el mexicano, no debe esperar a que se configure una crisis grave para ser puesta en práctica.

El valor democrático histórico de la figura revocatoria, prevista pero lejos de ser reglamentada y mucho menos implementada en una decena de entidades federativas, es mayor que la interesada descalificación de los aspectos técnicos del procedimiento --el cual contará con las garantías de integridad suficientes-- e incluso que la propia pregunta revocatoria, la cual --desde luego-- habrá que afinar en el futuro.

Desde mi perspectiva, en los próximos dos meses habrá que comprometer el máximo esfuerzo educativo, de divulgación y conciencia cívica para aprovechar al máximo la ventana abierta a un presente y futuro más intensamente participativo.

Preparémonos para protagonizar, en el sentido que nuestra voluntad libre lo decida, una jornada democrática inédita.

Ejerzamos un voto más por la democracia, lo que no significa arriesgarla si no mas bien enraizada en el suelo nacional y popular.

Esta es la democracia con y sin adjetivos, sustantiva y formal. El “demos” somos nosotros, no ellos. Nosotros, los contemporáneos.

Participemos y votemos para enriquecer e intensificar la democracia que habremos de heredar a las generaciones por venir y a las que ya están aquí.

Lo contrario implica minarla, desde afuera o desde adentro de nosotros mismos.