“El que a todos desprecia, se hace desagradable a todos.”

ALBERTANO DA BRESCIA

“No se le puede dar la mano a quien tiene el puño cerrado.”

INDIRA GANDHI

Descalificar —”defensores del narcoestado”, “ladrones de cuello blanco”, “opositores”—, minimizar, adjetivar, mentir, comparar: resumen de lo dicho por López Obrador en contra de la concentración del domingo. Y escribo en singular porque se refirió a la que tuvo lugar en la CDMX; a las otras —más de 100– llevadas a cabo dentro y fuera de la República, ni las mencionó.

No se podía esperar otra cosa del primer mandatario de la nación, ¿o sí? Sabemos que goza victimizarse; que sigue sin entender —ya entrado en su 5º y penúltimo año de mandato— que gobierna para todos.

Tal vez lo que más le dolió fue que él no fue la razón de las concentraciones del domingo. Ego herido. Ni vivas ni gritos en su contra; sí alguno que otro cartel. Pero en esta ocasión la estrella de las diversas reuniones no fue él.

Manifestaciones que no ensuciaron ni anímica ni físicamente; que casi no tiraron basura, que no vandalizaron infraestructura vial ni comercio urbano alguno. ¿Vidrios rotos? Naaaah. Lo negativo se limitó a la denostación proveniente de Palacio Nacional.

Quizá, secretamente, de alguna forma uno esperaba como consecuencia la escucha del presidente; la atención a la voz de otras partes de la población que, sin denuestos ni ofensas, no están de acuerdo en la forma en que AMLO destruye al país e instituciones.

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Pero eso ya se terminó. No vuelvo a pretender hacer de López Obrador interlocutor en ninguno de mis escritos. Cuestionarlo, sí; criticarlo, también. Como a muchos otros actores de la conservadora 4T y fuera de esta. Eso, no termina.

Lo que a partir de hoy ya no habrá en mis columnas es esperar que el mandatario cambie en alguno de sus razonamientos o procederes; suponer que pudiera haber diálogo de su parte o voluntad de sumar. Está visto que no vale la pena seguir derramando tinta pretendiendo que López Obrador esté abierto a la sensatez de la prudencia, de la moderación, de la mejora.

No, él no está abierto a ninguna señalización ni comentario que de entrada no le parezca. Sus oídos solo escuchan la dulce melodía de “lo que usted diga señor presidente”, cerrándose a la crítica constructiva o a escuchar a otras personas que le han interpelado buscando en el presidente mesura.

Ejemplos sobran. Desde Adrián Lebarón o el poeta Javier Sicilia. En un principio no se trasladaron a la Ciudad de México en plan de reclamo. Buscaban de Presidencia consuelo ante tanto asesinato de gente inocente. La respuesta de Andrés Manuel fue que —en esos casos— él respetaba la investidura presidencial y de ahí se negativa a recibirlos.

Lo mismo ha hecho cada 8 de marzo ante las marchas de las mujeres. Se encierra en Palacio —o se va a Palenque— y levanta blindajes para alejar la petición y —ahí sí— el sonoro reclamo. No se diga para recibir a los padres de los niños de cáncer. Además de que sufren la enfermedad de sus hijos, fueron “bañados” del desplante de miembros y reconocidos simpatizantes de su gobierno —los más cercanos amigos del mandatario— quienes les llamaron “golpistas” (por cierto, nada se ha resuelto con respecto al extendido desabasto de medicamentos).

No, López Obrador no ha entendido nada y tampoco quiere entenderlo. Ni siquiera porque muchos de los que hoy defienden la permanencia de un sistema electoral y están desencantados con su gobierno en el 2018 votaron por él.

No ha entendido que hoy sus burlas y chanzas incitan a cientos de miles de mexicanos a pertrecharse ellos también en sus posiciones. No ha entendido que no ha entendido.

Una vez más, López Obrador no entendió nada. Y así, con esa sentencia, lo juzgará la historia que él tanto pregona.