En 1985 inicié este apasionante camino, como docente, en el sistema educativo mexicano. Como ha sido toda mi formación previa: En la escuela pública.

Durante seis meses ocupé, ese año, un interinato limitado en una Secundaria General ubicada en la colonia Casas Alemán, de la Ciudad de México. El cargo y la responsabilidad de la orientación educativa fue un espacio retador para mí, por la escasa experiencia profesional que tenía como recién egresado de la carrera de Psicología de la UNAM (FES, antes ENEP, Iztacala).

Cinco años después, en 1990, de manera casual encontré, en un diario de circulación nacional, una convocatoria para participar en un concurso de oposición para ocupar una plaza docente en la Unidad Poniente (en la CDMX) de la Universidad Pedagógica Nacional. Un dato interesante de esta historia, es el hecho de que yo no pertenecía a los círculos académicos de la UPN, en ese entonces. Como se dice en el argot del magisterio mexicano, yo era claramente un “externo”.

De hecho, varios docentes de la Unidad antes mencionada, que se ubicaba en la calle Nicolás San Juan de la colonia Del Valle, concursaron en esa ocasión por la misma plaza de profesor asociado de medio tiempo (20 horas semanales), en la que me inscribí.

El concurso constó de tres etapas: 1) Valoración del curriculum vitae; 2) Examen escrito de conocimientos teóricos y metodológicos sobre la educación en México y el mundo; y 3) Examen presencial-verbal con cinco miembros del jurado, donde se debía hacer una exposición y contestar preguntas. Todo ello en el marco normativo de la Comisión Nacional Dictaminadora de la UPN, que tenía sus oficinas en la colonia Polanco.

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Cuando me presenté para conocer los resultados del concurso, en la planta baja del edificio de la Dictaminadora, el primer sorprendido fui yo. ¿Cómo un “externo” ganó la plaza?

Recuerdo que entre los integrantes de la Comisión Académica Dictaminadora de la UPN que firmaron el dictamen favorable, en el cual se me otorgaba la plaza de profesor asociado, de medio tiempo y por oposición, estaban el Profr. Juan de Dios y la Dra. Tere Bracho, entre otros.

Para mí fue una gran distinción y un honor el haber sido aceptado para trabajar como profesor, desde febrero de 1990, en la Universidad Pedagógica Nacional. Sobre todo porque fue una alta responsabilidad para responder positivamente a la confianza otorgada. En una institución clave en la formación inicial y continua de docentes, así como de profesionales de la educación en México.

Ese año la UPN apenas era una joven institución, puesto que fue creada en 1978. Con agrado recuerdo a algunos de mis colegas docentes de la Unidad UPN Poniente, de la CDMX, a principios de los años 90: al profesor Dionicio Zavaleta, que era el director; al profesor Palafox, a Bernardino León Olivares, al Mtro. Caballero, al profesor Garza, al profesor Barreto y a la Mtra. Lucila Parga, entre muchos otros.

En aquellos tiempos se impartía la Licenciatura en Educación Básica (LEB, Plan 1979), mediante un sistema de enseñanza a distancia, la cual estaba dirigida a maestras y maestros que tenían interés en cursar estudios profesionales en esa área. También y de manera simultánea, estaba vigente la Licenciatura en Educación Preescolar y Educación Primaria, (LEPEP, Plan 1985). En ambos programas me incorporé como docente en la coordinación o asesoría (antes les decían “impartición”) de materias de la línea Psicopedagógica.

A finales de 1991, y dada la cercanía de los sismos de 1985 en la CDMX, se abrió la posibilidad de desconcentrar plazas como parte de una política institucional. En mi caso, elegí la opción de trasladarme, como docente de medio tiempo, a la UPN, Unidad Querétaro. De esa forma y con mucha suerte, me sumé a esa singular y significativa unidad académica desde entonces a la fecha.

Posteriormente se creó el programa de la Licenciatura en Educación (LE, Plan 1994), uno de los programas de formación docente y de preparación de profesionales de la educación más completos que he conocido; con una fuerte solidez y consistencia académicas, y con una organización administrativa sin precedentes, que marcó una de las experiencias profesionales más satisfactorias de mi vida laboral.

Una de las mayores fortalezas académicas de la LE 1994 fue, sin duda, su énfasis y profundización en el campo del análisis y evaluación de la práctica docente. Al mismo tiempo, este programa puso un especial acento en el estudio de los diferentes rubros de la evaluación educativa, así como en el diseño y desarrollo de proyectos de innovación educativa, entre otros procesos educativos relevantes (como el desarrollo y análisis curricular). Fue un programa con un gran despliegue y empuje en torno a los temas más actuales de la Pedagogía, la formación de docentes en servicio y el desarrollo de profesionales de la educación en general.

La LE 1994 contaba, y cuenta todavía, con antologías para cada una de las asignaturas del programa académico y con manuales tanto para el docente como para el participante o estudiante-docente en servicio. Ese gran trabajo académico institucional que se logró en la UPN (al menos en las unidades académicas distintas a Ajusco), no tuvo continuidad, lamentablemente, con otro programa: la Licenciatura en Intervención Educativa (LIE, Plan 2002), puesto que en ésta no se le dio continuidad a la producción, (re)edición y distribución de antologías impresas.

Tanto en la LEPEP 1985 como en la LE 1994, manejé algunas materias relacionadas con la enseñanza de las ciencias (“El niño y la ciencia”; “El niño y la naturaleza” y “La enseñanza de la ciencia en la escuela primaria”).

Como anécdota, recuerdo que en la UPN, Unidad Querétaro, había un laboratorio para la enseñanza de materias prácticas como Física, Química y Biología. Cuando pregunté por qué existía ese laboratorio si no se impartían ahí esas materias, las autoridades me contestaron que “por equivocación”. La institución encargada de la construcción de escuelas (CAPCE), responsable de las instalaciones de la unidad, no consideró necesidades educativas concretas, y pensó que ahí se impartirían programas de bachillerato o de secundaria.

Aprovechamos entonces el espacio y lo convertimos en laboratorio para abordar las asignaturas establecidas en nuestros programas de formación de profesoras y profesores, en procesos relacionados con las Ciencias Naturales y las Matemáticas.

Más tarde, y con la formación complementaria que tuve oportunidad de realizar, a través del posgrado, inicié la apasionante, retadora y creativa tarea de coordinar materias relacionadas con el desarrollo del pensamiento matemático de las/los niñ@s (“El pensamiento matemático en los niños de edad Preescolar”; “El niño y las Matemáticas”, etc.).

Las enseñanzas para mí han sido enormes y enriquecedoras en mi paso por las aulas y laboratorios de la UPN. Por ello, agradezco a las/los docentes, a las autoridades locales, así como a las/los estudiantes que me permitieron (y me permiten todavía) andar en el camino de la vida académica, a crecer como persona y a desenvolverme como profesional de la educación durante estos primeros 31 años.

Juan Carlos Miranda Arroyo: jcmqro3@yahoo.com /@jcma23