Tal y como lo dice el título, es urgente que la actual administración revise la Reforma laboral de 2019, la cual se ha quedado -por decirlo suave- “corta” en el tema de la democratización real de los sindicatos.

Es momento de acabar, verdaderamente, con el sindicalismo charro que sigue existiendo; no podemos hacernos de la vista gorda, la relación obrero-patronal es un asunto que debe abordarse de manera seria si queremos avanzar, como sociedad, en materia laboral.

Voy a tratar de explicar, en buen español y sin léxico leguleyo, la “nueva” burocracia alrededor de un estallamiento a huelga; y es que en aras de “combatir” el charrismo sindical, la reforma implementó una serie de pasos que convirtieron un estallamiento en todo un proceso.

Recientemente, dentro de la industria aérea hemos tenido revisiones de contratos colectivos, e históricamente para poder comenzar las negociaciones con la empresa de se trate, se tiene que realizar un proceso de “emplazamiento a huelga”.

Esto podemos considerarlo como el banderazo de salida, que sirve para notificar a las autoridades laborales que los trabajadores estamos próximos a revisar nuestro contrato colectivo junto con la empresa. Un año se revisa completamente el contenido del contrato, y al año siguiente solamente el salario, y así sucesivamente, a menos que empresa y trabajadores negocien un “convenio multianual”.

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A grandes rasgos así es como los trabajadores sindicalizados comenzamos los procesos de revisión de contrato. Y hasta aquí “no hay novedad”. Pero la Reforma laboral aprobada hace 5 años, en aras de combatir a los sindicatos blancos, creó todo un complejo mecanismo de estallamiento de huelga.

El trabajador tiene el sagrado derecho de estallar la huelga o conjurarla, dependiendo de qué tan positivas o negativas hayan sido las negociaciones con la empresa.

La representación sindical llevaba plenos poderes otorgados por la asamblea de trabajadores, para aceptar o rechazar las propuestas. Si los representantes de los trabajadores estaban de acuerdo con la oferta de la empresa, se anunciaba la conjuración de la huelga y se procedía a firmar ante las autoridades las nuevas condiciones laborales.

Antes de la reforma de 2019, hasta este punto no había nada burocrático, pero actualmente hay un proceso más. Aunque la representación se ponga de acuerdo con la empresa, el sindicato tiene la obligación de consultar a todos sus agremiados si están de acuerdo o no con la propuesta de la empresa.

Esta modificación conlleva tomarse varios días, primero para darla a conocer a los trabajadores, y posteriormente para salir a “consulta”, que realmente son votaciones, en la que más del 50% de la planta acepte o rechace la propuesta.

Y justamente, desde mi punto de vista, es donde la Reforma laboral de 2019 sirve para la “simulación”, en lugar de dejar las cosas más claras para los trabajadores. Lo digo así porque en el caso de los sindicatos democráticos, lo único que hace es burocratizar lo que antes se decidía en una sola asamblea.

Pero en el caso de los “sindicatos blancos”, lo que este proceso permite es “simular” que verdaderamente los trabajadores están ejerciendo su voto de forma libre, pero no es así, y ejemplos tengo muchos.

El Sindicato de Trabajadores de la Industria Aeronáutica (STIA) es en realidad un negocio de la familia Romo, quienes ostentan muchísimos contratos colectivos, tanto de la industria aeronáutica como de otro tipo de empresas. Son una familia de abogados que desconocen cómo funciona la aviación, y aún así son los dueños de varios contratos de trabajadores de la industria aérea.

Cuando tienen sus revisiones contractuales, hacen todo el procedimiento que narré líneas arriba, pero una vez llegada la hora de votar en la consulta, los trabajadores siempre son coaccionados para votar a favor de la propuesta empresarial.

Lo hacen de una manera muy curiosa: invitan al trabajador a pasar a la oficina sindical para tomar “un café”, mientras son amenazados de perder el empleo si no votan a favor de la propuesta. Posteriormente, tras ser aleccionados, los trabajadores votan la consulta a favor, temerosos de perder su chamba.

Quiero dejar claro que en este rubro la Reforma laboral de 2019 se presta a manipulaciones por parte del sindicato. Lo mismo sucedió con el ejercicio que tanto cacareó Luisa María Alcalde cuando era titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social: la legitimación de contratos; en los hechos solamente sirvió para vernos las caras, pues muchos de estos procesos fueron una simulación.

Trabajadores fueron amenazados con que tenían que votar a favor de la legitimación, aunque no estuvieran de acuerdo. Y así es como siguen funcionando los sindicatos blancos, en realidad no existe un combate frontal contra el charrismo sindical y lo peor, ahora hay más procesos burocráticos para algo que además de sencillo, era una herramienta muy efectiva en manos del trabajador, imposible de manipular, o de coaccionar.

Si ese tipo de prácticas suceden en una sola industria, como es la aeronáutica, imaginen en el resto. Por esa razón siguen los liderazgos sempiternos e impresentables al frente de las grandes organizaciones de trabajadores de este país.

Como en los matrimonios católicos, dejan el cargo hasta que la muerte los separe, y ejemplos de ellos tenemos en la Confederación de Trabajadores de México (CTM), fundada en 1936 y que de esa fecha para acá solamente ha tenido 8 secretarios generales; ¿o qué me dicen de Hernández Juárez? al frente del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM), fundado en 1950, y quien lleva 48 años como secretario general.

A mí no me deja de impresionar que se siga permitiendo este tipo de liderazgos, que no representan a la clase trabajadora. Me parece increíble que los líderes de estas organizaciones sindicales solamente buscan cargos dentro del poder legislativo, y que negocian curules a cambio de mantener “tranquilos” a los trabajadores.

Por este motivo es imperante que la nueva administración -de cara la reducción de la jornada laboral-, vea que la Reforma laboral de 2019 es perfectible; que el texto tal y como está ahora es ineficiente e insuficiente, y que los trabajadores merecemos mejores procesos que permitan la verdadera democratización de los sindicatos.

Hago votos por que el nuevo gobierno no tenga miedo de las agrupaciones de trabajadores anquilosadas del país. Al contrario, es el momento de acabar con la simulación que existe dentro del mundo laboral, y de darle a los trabajadores el respeto que se merecen; debemos premiar y reconocer a los verdaderos sindicatos democráticos e impulsar que haya nuevas centrales obreras, preferentemente alejadas de personajes que solamente buscan un hueso dentro de la política.

Hablamos de un segundo piso, pero eso no quiere decir que no podamos revisar la solidez de los cimientos. Mejor ahora, que después, cuando ya sea más complicado. Si algo no funciona como se esperaba, y no le está siendo útil al pueblo, debemos revisarlo. Pensar que lo hecho, hecho está, que es perfecto y que ya no debe tocarse, es soberbia.