El celoso no lo es por un motivo: lo es porque lo es. Los celos son un monstruo engendrado y nacido de sí mismo.
William Shakespeare, ‘Otelo’
Si á tanto llega el dolor
De sospechas y recelos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.
Dolor que siempre está verde,
Aunque vos mas no os sequeis,
Y adonde quiera que esteis,
Veis presente a quien os muerte:
Mal que para su rigor
Se conjurar hoy los cielos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.
Luis Gálvez de Montalvo
No le gusta compartir
¿Alguien tiene las fotos de Andrés Manuel López Obrador en el Auditorio Nacional mientras se oía el grito “¡presidenta!”, “¡presidenta!”?
Sin duda las arengas no fueron orquestadas por ella, lo que no quita que resultaran desagradables a los oídos del macuspano.
¿Es que alguien piensa que a López Obrador le gusta compartir la atención? Entiéndase: el presidente no está adelantando su sucesión. La sucesión presidencial y su mismo partido se le están adelantando a él, y eso no puede agradarle.
Tampoco le cae el que Sheinbaum —o quien sea que no sea él— resulte el foco de atención.
Es más, Claudia tampoco debió estar muy contenta con los aplausos y los vítores (en este caso sí se le vio su cara descompuesta en diversas fotos y videos). Sabe perfectamente que recibir atención en la fiesta del autofestejado, es enemistarla con él. “Les agradezco, pero por el momento mi objetivo y mi obligación, mi responsabilidad, es la atención de la Ciudad de México”, se limitó a decir.
Suerte, la de Ebrard
En esa lógica, ¡menuda suerte la de Marcelo Ebrard! Por no haber estado presente en el Auditorio hace dos días; él, y no Mario Delgado, es quien se hubiera llevado el palmarés del abucheo. Algunos dirán que Ebrard buscó estar lejos de México y no fue suerte. “Haiga sido, como haiga sido”, le ayudó mucho, pues la rechifla fue monopolizada por su más cercano alfil. Pero suerte, lo que se dice suerte para el canciller, será no terminar en la cárcel. Eso es lo único que cuenta como verdadera salvación…
Así, tal vez el secretario estaba en Francia no solo firmando acuerdos, sino también pensando en regresar a ese asilo ya saboreado y hoy anhelado.
¡Ay!, esos celos…
Vivir enamorado del sonido de su propia voz y de un público que le es fiel, rayando en el fanatismo.
Entender que, parte de la lógica de criticar con ahínco a los periodistas que señalan sus yerros —con honestidad o no, eso ya es otro tema— es presentarse como la víctima y el redentor. Ensalzarse pues; el ajonjolí de todos los moles.
Y, por eso, las porras a Claudia, en lugar de servir como tales, la van a salar. A Andrés Manuel —o el Otelo tropical— le vendrá un ataque de celos hacia su hasta hoy protegida y ya sabemos cómo terminó Desdémona…
La expresión corporal de Claudia lo delataba; no disfrutó la atención en su persona y aún menos que López Obrador lo notara. Y es que los celos son mortales.
Dividir el amor
En la sucesión que se adelantó a López Obrador hay también un juego muy perverso, donde las deslealtades han iniciado. Y las arengas son dulces envenenados.
AMLO proviene del priismo más rancio, donde los suspirantes debían obedecer y no respirar sin permiso expreso del preciso. Y en este caso no lo hubo.
Claudia lo sabe; ha hecho todo para que las luces sigan enfocadas en López Obrador y se ha convertido en su primera porrista. Vaya, mediando una buena regañada, hasta le copia ya el estilito: “Más bien el objetivo es acelerar el proceso de vacunación, antes que entrar a un proceso de cierre de alguna actividad, al contrario queremos que se sigan abriendo distintas actividades, al mismo tiempo que se va vacunando a la población”.
Nada fácil ser ella; todo lo que diga o haga será usado en su contra. Vive con susto. Susto de quedar mal con AMLO, susto de quedar bien con la población capitalina, susto de posibles contrincantes.
Lo que pasó en el Auditorio Nacional en realidad se puede convertir en un punto contra ella; motivo de celos y de enojo.
Los morenistas empiezan a buscar quién herede; dividen su amor y su atención.
Error de tiempo; flaco favor a la jefa de gobierno. Los celos corroen y López Obrador los sufre. Sheinbaum ¿podrá aguantarlos?