“No me gusta el arte que diviniza el ombligo de quien lo practica.”

Alejandro Jodorowsky

La trascendencia de AMLO será fugaz. Si bien él aún no lo sabe, yo lo puedo asegurar. Su ‘herencia histórica’ terminará reducida a la repetición hueca desde el aparato de gobierno de esas dos palabras vacías —herencia…, histórica…—, pero nada más.

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¿Y cómo es que tengo certeza de lo que afirmo? Es muy sencillo: el señor que vive en Palacio Nacional rodeado de aduladores necesita airearse, pasearse por otras latitudes.

No se puede pretender ser un líder mundial destacado y reconocido, uno de izquierda progresista que construya una sociedad solidaria con el prójimo, haciendo oídos sordos al paso del tiempo y a las realidades que existen en distintas partes del planeta. Negándose a participar como líder de la nación en diversos foros internacionales, cerrándose a las voces de importantes académicos, empresarios y activistas de otros países y diversas denominaciones.

Y si no lo hace como primer mandatario, que al menos lo intente como simple individuo.

Por eso es que hablo de amigos; de verdaderos compañeros. Esos que la gente común y corriente tiene; los que se cuentan con los dedos de una mano. Aquellos con quienes uno comparte pesares y enormes pérdidas; también —y con mayor razón— alegrías, logros y gratas experiencias. Hermanos que dan la vida, que están ahí en ocasiones para ningún otro propósito de vida, de destino, de casualidad o de voluntad divina que sacarnos de nuestra zona de confort.

Y me pregunto: ¿no tendrá AMLO uno de esos amigos del alma que lo invite a viajar por Montreal, Dubai, Helsinki, La Habana, Nueva Delhi, Nairobi, en lugar de a La Chingada durante las próximas vacaciones? ¿Uno que lo cuestione, que lo rete, que no necesariamente haya recorrido los mismos caminos ni amasado las mismas frustraciones que López Obrador? ¿Uno que no comparta los prejuicios sobre los que basa la justificación de su ineptitud como gobernante y de su deshonestidad y su soberbia como persona?

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Digo, para que se ilustre, contemple en vivo las diferencias entre naciones y entre comunidades. O, a falta de eso, ¿alguien que lo quiera lo suficiente para recorrer el mundo por él y le relate lo que vio, lo que experimentó, cómo vive la gente por ahí, a pesar de la resistencia con la que lo recibirá a la vuelta?

El presidente AMLO fue candidato presidencial en tres ocasiones (como abanderado de tres partidos / alianzas políticas distintas), sí. Y posiblemente nadie como él, haya recorrido las calles y veredas de México. Ello ha resultado en que conozca a la perfección el sentir de la gente, lo cual a su vez le garantiza una sobresaliente capacidad para manipular a la población. Como consecuencia, su popularidad y el apoyo a la persona, mas no así —notemos y subrayemos— a la gestión y a los resultados de gobierno.

Y es que, por cuanto a estudios, AMLO terminó la carrera universitaria (a duras penas) hace ya bastante tiempo. No ha actualizado conocimientos; no conoce ni de visiones, ni de tendencias que imperan hoy en día fuera de territorio nacional. Por ello, el problema que nos genera el mandatario como sociedad no es únicamente que insista en que “la mejor política exterior, es la interior”, sino que se empeña en hacer de lo que él ve como realidad en México, la realidad del mundo.

El don de gentes lo ha perfeccionado con el paso de lo años, pero eso no es lo que lo hará imprimir su lugar en la historia. Ha acertado en las preguntas; estas siempre las ha tenido. Mas son las respuestas las que debieran preocuparle y preocuparnos a todos los mexicanos. Y no es mirando al espejo donde hallará la solución a tantísimos males. Esos están afuera; ya se han inventado y puesto en marcha en algún lugar del planeta.

El aislarse de lo que acontece y se lleva a cabo en materia de política pública en el resto de orbe, sobre todo ello, es lo que le condenará a ser insignificante en la historia y también será lo que nos lleve a la perdición como país.

De allí que diga: desafortunadamente para México, AMLO no tiene amigos.