“Aspiracionistas, egoístas y con el deseo de triunfar a toda costa.”

Dice AMLO.

“Todos somos aspiracionistas”, una playera que diga.

Sugiero yo.

La narrativa perfecta

Si uno le pregunta al ciudadano común y corriente al respecto de las fortalezas de Andrés Manuel López Obrador, sin duda una de las respuestas más comunes que se escuchan son los programas sociales que este ha impulsado... Se referirían a lo atinado en cuanto a los objetivos sociales que subyacen y lo astuto de los fines políticos que persiguen. Los distintos programas buscan cubrir necesidades apremiantes de la población al tiempo que generan una base electoral. La mancuerna perfecta.

La narrativa con la que se anuncian y se despliegan también es impecable. ¿Quién puede estar en contra de ayudar a los necesitados? ¿Qué persona asumiría el costo del desprecio social al decir públicamente que no desea que el gobierno priorice sus acciones en función de establecer una nación más equitativa, más justa y de plenas oportunidades?

Ello explica —ya se ha dicho mucho— porque el discurso lopezobradorista (cada vez queda más claro que es solo eso) haya sido y hasta cierto punto siga siendo tan exitoso.

Sorprende, entonces, que el mandamás en dicho “arte” de la gestión y de la grilla política se haya equivocado precisamente en definir dichos programas, en delimitar sus universos, en estructurar alcances y en implementarlos. Veamos.

Soberbia y desconfianza, una mala combinación

¿Qué pasa cuando azota una crisis o una catástrofe como ha significado la pandemia del covid? ¿Cuándo en México, en un lapso de menos de un año, se sumaron a la cifra total de grupos socioeconómicamente vulnerables 12 millones de personas, de los cuales 10 millones pertenecían a la clase media y ahora entran dentro de la clasificación de población con cierto grado de pobreza (Coneval)? Sencillo: que la concepción de los programas sociales que se seguía hasta ese momento deja de ser la adecuada y que el beneficio político-electoral de ellos también ha dejado de ser el de antes.

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La conclusión lógica era que el poder ejecutivo (el presidente, o Gabriel García Hernández, coordinador general de Programas de Desarrollo de la Presidencia, o la Secretaría del Bienestar, o todos los anteriores) ajustara la población objetivo de esos programas sociales, así como creara unos nuevos. Mas ello no se llevó a cabo.

Concentrémonos primero en un aspecto fundamental: los padrones de pobres, distintos estratos de pobreza, clases socioeconómicas y sectores vulnerables (estos términos NO son intercambiables, aunque a veces así parezca) que levantó, midió y conformó la Cuarta Transformación no fueron los adecuados ni tuvieron verificativo en la realidad.

Hace aproximadamente dos años y medio, el gobierno federal entrante —por soberbia y/o desconfianza— desestimó los trabajos que existían y que venían haciendo en la materia el INEGI. Decidió elaborar sus propios censos de población vulnerable de México, y desplegó algo así como a 25 mil ‘siervos de la nación’ para levantar unos nuevos. No está de más decir que obviamente esos servidores se contabilizaron dentro de ese universo que conforman los más necesitados del país…

Andrés Manuel hizo a un lado a Julio Santaella, a toda la Junta de Gobierno del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, pero sobre todo a la compleja estructura de especialistas que ahí labora, y decidió que ninguno de ellos sabía ‘contar pobres’.

Peor aún, AMLO consideró que la condición de pobreza es una sola, es permanente, es univariable y que los estratos D+, C-, C+ y hasta B- de la población no pueden considerarse vulnerables.

Grave error pensar que las clases sociales medias de la población —sí, son varias— no son político/socialmente dependientes en distintos momentos y en diferentes ámbitos de la vida. Equivocación también no contar con bases de datos que le indiquen a la administración federal cuál es la población que se encuentra en los límites entre una condición socioeconómica y otra de acuerdo a distintas temáticas (por ingreso, por salud, por educación, por geografía, etcétera). Los que saben de eso, conocen que estas poblaciones que se encuentran ‘en los bordes’, son las primeras en ‘caer del otro lado’, por así decirlo. En cambio, los modelos que ha venido usando la 4T son estáticos.

Lo que es más, el Presidente Andrés Manuel López Obrador destituyó a Gonzalo Hernández Licona (él sí sabe medir la pobreza) al frente del CONEVAL y nombró al académico José Nabor Cruz Marcelo, quien si bien no ha hecho un mal trabajo, no ha sabido alzar la voz ni trasmitirle a Palacio Nacional y a la ciudadanía en general los efectos negativos que están teniendo las distintas políticas públicas en la realidad socioeconómica del país.

Definamos población vulnerable y necesitada

Pero esta deficiencia de origen, por cuanto a censos y programas sociales creados a partir de ellos se refiere, solo se vio agravado con el covid. Los estratos sociales vulnerables de este país, muchas veces independientemente del nivel de ingreso por hogar, que en ocasiones no eran de por sí receptores de programas sociales gubernamentales destinados a los económicamente más pobres, sí dependían de otras estructuras e instituciones públicas que el primer mandatario expresamente descuidó. Y no pudieron ya recurrir a ellas cuando la pandemia y la crisis económica azotaron.

El 84% de la población mexicana no goza de un esquema completo de seguridad social formal, lo que habla de la precariedad en la que se encuentran también las clases medias de nuestro país.

No obstante, Andrés Manuel se burló del Seguro Popular y lo sustituyó por —esa sí— una burla llamada INSABI. El presidente habló de corrupción en el seno de las estancias infantiles —sin nunca probarlo— y las mandó cerrar. El presidente dijo que la cifra dada a conocer por el INEGI de más de un millón de PYMES que clausuraron definitivamente durante 2020 era una falsedad. Pero resulta que dado que existen (según censos del INEGI) algo así como cinco millones de medianas, pequeñas y microempresas en México, esto significó que una quinta parte de las fuentes de empleo, de ingresos y de ahorros de la población que sostiene económicamente al país se evaporó.

La población clase mediera, sí esa que es la aspiracionista en México, esperaba programas coyunturales significativos de auxilio por parte del Estado; estos nunca llegaron. Si acaso 25 mil pesos, en una sola ocasión y en una sola exhibición.

Hubieron cierres totales y parciales de la actividad económica para todo el sector productivo formal, mas los negocios informales y ambulantes con permisos para laborar con absoluta normalidad no se vieron afectados. ¿Posposición en el pago de rentas, servicios públicos, prediales para establecimientos con registro fiscal? Nada. Total abandono. Eso sí, hubo una condonación total en el pago de los adeudos a la CFE del estado de Tabasco.

Los que volteamos a ver al norte, encontramos que el presidente de los Estados Unidos lanza un nuevo plan de apoyo —han habido varios— por ¡6 billones de dólares! Uno que abarca la puesta en marcha de diversos programas sociales (para la reactivación del empleo y consistentes en transferencias monetarias directas) y un extraordinario impulso a la inversión.

Lo que sí ocurrió en nuestro país, en cambio y para el azoro de los 12 millones de habitantes antes mencionados y de una clase alta —y super alta— que no se vio afectada y jamás se verá afectada por contingencias económicas, es que López Obrador y su administración canalizaron en año y medio toda clase de recursos del presupuesto y de sectores claves de este a los ‘elefantes blancos’ del sexenio: Dos Bocas, Tren Maya, Sembrando Vidas, Santa Lucía, al fideicomiso de la Sedena. A reproducir prácticas clientelares adelantando —hasta tres meses— e inflando las dávidas otorgadas mensualmente a un grupo fijo —y por lo mismo cooptado electoralmente— de simpatizantes.

Un sector muy extenso, pero que no necesariamente, por amplio que este sea, es el más empobrecido del país. En las giras que hace el presidente a distintas regiones más marginadas de la República, rurales pero también urbanas, cada vez queda demostrado más a menudo que hay gente muy pobre (“esa que vota por Morena”, dicho por el propio López Obrador) que no está recibiendo los apoyos prometidos. Programas sociales universales como las pensiones para adultos mayores que simple y sencillamente no están llegando a “la gente del pueblo”.

Lo anterior explica que, en el 2018, Morena obtuvo el 64% de los votos de entre la población empadronada en alguno de distintos programas sociales (Sedesol antes) y ahora, en el 2021, ya “solo” recibió un 55% de apoyo de ese grupo. En otras palabras, mismo entre sus clientelas pertenecientes al pueblo pobre, AMLO está perdiendo adeptos.

Los aspiracionistas

Algo no está haciendo bien Andrés Manuel cuando, ante las legítimas aspiraciones de la población que paga impuestos y trabaja en la formalidad, los programas y acciones de gobierno en materia de salud, de educación, de crecimiento económico, de seguridad pública no están siendo satisfactorios ni resolviendo las problemáticas que se presentan. Cuando una nada despreciable parte de la población se da cuenta que el esquema de vacunación anti covid fue avanzando en velocidad y eficiencia a medida que se acercaron las elecciones del 6 de junio, pero que volvió a su paso de tortuga una vez que los comicios quedaron atrás. O que en tres años no ha llegado la ayuda ni siquiera de sus programas más básicos (pero “ya va a llegar” el apoyo, el crédito, les dice AMLO a la gente de la región de los Coatlanes durante la supervisión que hizo de la construcción del camino Puerto Escondido-Oaxaca). O que su falta de experiencia administrativa, la ineficiencia de sus políticas públicas, la irracionalidad de sus decisiones, sus acciones reaccionarias y retardatarias han cobrado cientos de miles de vidas humanas.

Y es que ahora se hace evidente que no es lo mismo ser jefe de gobierno de la CDMX (con una gestión básicamente sustentada en programas de otorgamiento de despensas y subvenciones de mecenazgo a clientelas controladas), que intentar hacer una “transformación”, dinamitando toda institución, estructura y política que da cobijo a una parte importante de la población, en medio de una pandemia de alcances colosales. El mismo sector de la sociedad al que AMLO llama egoístas, conservadores, neoliberales, sin reparar que es este el que financia el patrimonialismo que él hace —sin empacho alguno— en beneficio solo de sus seguidores y simpatizantes.

López Obrador se equivocó en sus programas sociales y perdió a las clases medieras en el proceso. Unas que aspiran a conformar una sociedad moderna, productiva, independiente y triunfadora.