Árbol enfermizo, no esperes fruto rollizo.
Refrán
No sé quién te ha dicho que ser diferente es malo.
Jeff Daniels
El nombre del juego es lealtad, después lealtad y por último lealtad.
Si en la época del priismo tardío aquel que se movía no salía en la foto, ahora, en la Cuarta Transformación, la consigna aparenta ser la contraria, solo para que al final el acatamiento a los deseos, caprichos o fórmulas del presidente alcance niveles insospechados.
Se cacareó que en este régimen los puestos se otorgaban gracias a un 10% de capacidad y un 90% de honestidad. Pues ni siquiera eso. La verdad es que ambas aptitudes sobran. Lo único que importa es la lealtad absoluta, ciega y obsequiosa hacia el inquilino de Palacio Nacional.
Basta recordar a quienes ha enviado a instituciones donde se requiere un conocimiento especializado sin que los candidatos —muchos de ellos nada honrados— tengan ni la más mínima idea de lo que significa el puesto. ¿La defensa? Son leales. Así ahora el enroque de enviar a Olguita a ocupar su curul al Senado. Poco importa si salió por gusto o por obligación de la Secretaría de Gobernación. Lo importante es el por qué se le manda de vuelta al Senado.
Días antes de la decisión, las huestes de Morena en la cámara alta no se ponían de acuerdo sobre quién debería ser la presidenta de la mesa directiva. Las pugnas de las fuerzas al interior de la 4T intentaban imponer a una u otra senadora, hasta elección interna se tendría. Basto el anuncio del retorno de Olga Sánchez Cordero para que, entendiendo las instrucciones de Presidencia (léase la lealtad a los deseos del poder ejecutivo), fuera nombrada candidata de unidad y con ello, presidenta de la mesa directiva del Senado.
Por mucho que parlotee de la autonomía de los poderes, López Obrador no está dispuesto a perder el dominio de la cámara alta. Su mejor carta, la que supuestamente conoce la ley a plenitud, es la exministra.
También tratará de usarla para sacar a flote la “deslealtad” de Ricardo Monreal. El zacatecano sigue sin comprender que López Obrador no lo quiere como abanderado rumbo al 2024. Por eso se necesita que una persona como Olga Sánchez Cordero pare la “deslealtad” y acote el poder que tiene Monreal. Esos son los deseos de Palacio.
Si todo este espectáculo desvía la atención hacia una figura de oposición que resurge, Ricardo Anaya, ¡qué mejor!
Legisladores, más vale presten atención: la lealtad exigida a Olga Sánchez Cordero y que también quiere imponer en Monreal será demandada del resto de los senadores de Morena en las próximas votaciones. Y a sus socios; en el PT, en el PVEM y a quienes dejen el PRI y a Movimiento Ciudadano.
La lealtad probada del exgobernador de Tabasco Adán Augusto López Hernández, lo ha llevado a ser el secretario de Gobernación federal a tal grado que algunos hasta aducen que es pariente de López Obrador.
Mas lo que sí es cierto es que la familia de Adán Augusto ha apoyado al macuspano por muchos años con una lealtad absoluta, ciega, y han sido recompensados. Rosalinda, hermana de Adán, ha estado en el gobierno federal de López Obrador, ocupando la 2ª posición del SAT y Rutilio Escandón, esposo de esta, es gobernador de Chiapas.
Esa lealtad es la que busca y exige López Obrador para la segunda mitad de su sexenio.
Un núcleo duro, durísimo; gente que no le cuestione y que accione tal y cómo él lo requiera. Ya no únicamente floreros que puedan llegar a estorbar o que estén de adorno. Requiere a sus archi-recontra-conocidos para sacar adelante su “propuesta” de país. El macuspano refuerza posiciones y manda señales de que privilegia el centro duro.
De hecho, la presentación de Adán Augusto López Hernández no se basó en sus estudios o en sus logros. López Obrador lo presentó simple y sencillamente como: “paisano, amigo y compañero entrañable”. Traducción: leal, muy leal, el más leal.
¿Cómo no confiar en su paisano la Secretaría de Gobernación si logró en Tabasco una ley que establecía penas de cárcel a quien obstaculizara obras públicas o privadas? Dicha ley, declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia, era tan “bondadosa” que le llamaban Ley Garrote.
A lo anterior se sumó cambiar la ley de contrataciones en Tabasco para aumentar el peso de las adjudicaciones directas en los proyectos de obra pública y otra que disminuye el número de diputados plurinominales, acortando más los espacios para la oposición. Algunos ejemplos de lo que López Obrador quiere replicar a nivel nacional.
Sin embargo, la lealtad no construye gobiernos, ni logra implementar políticas públicas que ayuden a los más necesitados (ahí tienen el INSABI, el Banco del Bienestar o el gas del mismo nombre), ni logran hacer de las empresas paraestatales impulsoras del desarrollo nacional.
La lealtad debería ser para con México, para lograr objetivos y resultados reales y verdaderamente revolucionarios, no para servir de tapón o de tapadera.
La lealtad mal entendida y peor desarrollada es el sello de la casa en tiempos de la Cuarta Transformación.