Cuando mi hija tenía siete años me separé de su padre.

Como ocurre en la mayoría de los casos, no fue una separación amable y ponernos de acuerdo para el cuidado y atención de la pequeña representó un camino espinoso.

El hombre pasaba a verla casi cada quince días o menos solo por pocos minutos, hasta que un día me pidió permiso para que pasara la noche con ella en casa de su abuela. La confusión y el desconocimiento o quizá el exceso de confianza en que él como su padre no nos haría daño me hizo acceder y la niña se fue el fin de semana con su familia paterna.

Comencé a alarmarme cuando pedí que me dejaran hablar con mi hija por teléfono y siempre me decían que estaba dormida. El celular de su padre permanecía apagado. Al pasar un día completo sin saber de ella le pedí a una amiga que me llevara a la casa de mi ex suegra para ver qué estaba pasando, pero mi sorpresa fue mayor cuando nadie me abrió. Mi amiga, al ver mi desesperación, paró una patrulla que pasaba por la avenida y les dijo lo que pasaba, pero el policía nos respondió que si la criatura estaba con su papá, no había delito que perseguir.

Nos quedamos dentro del carro en esa noche invernal con la esperanza de verlos llegar hasta que muy de madrugada el señor contestó y me dijo que había decidido dormir en casa de su novia y que mi hija estaba con él. Colgó gritando que yo era una loca y que si seguía haciendo “esos teatros” me iba a pelear la custodia de mi hija porque yo no tenía un empleo, que él no me daría nada y que alegaría demencia de mi parte ante las autoridades para impedir que me acercara a la nena.

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Al otro día llegó con la niña a mi casa y me dijo con una crueldad increíble: “ya sabes de lo que soy capaz si no firmas el divorcio en los términos que te lo pido”.

En México miles, quizá millones de mujeres están viviendo el mismo infierno que viví por unas horas, pero ellas en formas más aterradoras y con consecuencias peores.

La violencia vicaria es una de las formas más crueles de violencia de género que afecta no solo a las mujeres, también a sus hijos e hijas, que son usados como armas para vengarse o para tener el control sobre las vidas de sus ex familias, ocasionando daños psicológicos e incluso patrimoniales en los menores.

En nuestro país se penaliza la violencia vicaria en veintisiete estados, sin embargo, pese a los esfuerzos de colectivas feministas y de las madres afectadas, no se puede hablar de un éxito rotundo en la materia, todo lo contrario, sigue imperando la violencia machista en la impartición de justicia, tanto en los ministerios públicos como en los jueces, que siguen alegando lo mismo que dijeron a mí hace más de quince años: “si está con el padre, no hay delito que perseguir”.

Más todavía. Aunque parezca increíble en febrero de este año en San Luis Potosí hubo una disputa que llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pues se pretendía declarar inconstitucional las normas que sancionan la violencia vicaria en ese estado por considerarlas discriminatorias hacia los varones, esto derivado de que la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) presentó una recomendación argumentando que los artículos 4, 46 y 52 de la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia de la entidad eran discriminatorias, pues solo se brindaba protección a las mujeres.

Otros casos absurdos los vemos en Jalisco, donde ocho hombres de plano se cambian de género en sus actas de nacimiento para evitar ser juzgados por este delito. En Durango el problema es aún más grave, pues existe una campaña para impedir que la ley sea reconocida en el estado. Algo peor: hay al menos 500 hombres que son representados por un abogado y que pese a tener denuncias por violencia familiar y vicaria, pretenden zafarse de la justicia y contrademandan a sus ex parejas, pese a que algunas de ellas presentan secuelas físicas y psicológicas después de vivir maltratos.

El Frente Nacional contra la Violencia Vicaria, constituido por más de cuatro mil mujeres, alerta sobre estos y otros casos donde los agresores pretenden evadir la justicia de formas tan absurdas como las que aquí comento.

La llamada Ley Vicaria fue aprobada en Jalisco el 5 de junio de este año y ese mismo mes se publicó en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que se adicionan y reforman algunas de las disposiciones de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, del Código Civil Federal y del Código Penal Federal, por lo que a nivel nacional se reconoce oficialmente la violencia vicaria.

Conozco de forma cercana al menos tres casos de mujeres violentadas que están muertas en vida por ser víctimas de un psicópata, en estos casos con poder económico y provenientes de familias “encumbradas”. Por la mañana sostuve una plática con una de ellas, que está protegida en casa de unas amistades pues su ex pareja amenazó con matarla si seguía con la demanda en su contra.

Como ella hay ocho mil víctimas en nuestro país, según reporta el Centro de Estudios para el Logro de la Igualdad de Género (CELIG). Estas mujeres han sido acusadas por sus ex parejas de padecer locura, de no tener aptitudes para ser buenas madres e incluso han sido encarceladas de forma injusta acusándolas de delitos inexistentes, todo por impedir que estén cerca de sus hijos.

No puedo imaginar el horror que llevan a cuestas. Quizá no se entienda pero el episodio familiar que narré brevemente al inicio de estas líneas marcó en forma permanente nuestras vidas tanto, que aunque mi hija es adulta, en ocasiones llora tan solo de pensar que su padre la hubiera separado de mí en forma permanente y la relación con él desde ese día se fracturó. Conviven poco y solo lo necesario. ¿Cómo sobrevivirán los niños, niñas y adolescentes cuya madre está lejos de ellos por ser víctima de un agresor?

Ahora que en nuestro país tendremos una mujer en la presidencia deseo que las cosas cambien, pero sobre todo deseo que en este momento que se debate sobre la reforma al poder judicial este tema no se quede fuera de la agenda, pues en verdad se necesitan jueces y magistrados sensibles y capaces para frenar a esos dementes que usan como arma a sus hijos e hijas para vengarse de su ex pareja.