Para todo proyecto que suscribe un estándar arriba de lo razonable, más temprano que tarde habrá de asaltarlo la realidad; la respuesta natural es la hipocresía, predicar algo y hacer lo contrario. Es problema de la condición humana quedarse corto respecto a lo que se aspira, mucho más si lo que se pretende está fuera de proporción, vivir en el ideal es fácil, no tanto hacerlo verdad. Los golpes de pecho o los votos de pobreza no dan para saldar las cuentas que la realidad impone, mucho más en estos tiempos donde la buena salud, la seguridad, educación o vivienda, derechos fundamentales, cuestan a partir del deterioro de la capacidad del Estado para proveerlos.
Para ganar credibilidad López Obrador hizo votos de pobreza y la población se lo compró. No importó que el Tsuru fuera reemplazado por la Suburban, que el boleto como turista haya sido desplazado por el uso del transporte aéreo militar, mucho menos que el austero departamento de Copilco haya sido sustituido por palacio nacional. Para sus creyentes lo que cuenta es la intención y si ésta se acredita con zapatos intencionadamente maltratados, que viva la austeridad republicana. El pueblo lo compra, a pesar de que día con día padezca el mal gobierno, el deterioro de todo lo público y la ofensa de la corrupción acrecentada. Un tercio de la población recibe dinero por parte del gobierno que la gente asume dádiva de un presidente que en lugar de robar regala. Por eso López Obrador persiste en el imaginario como el gran benefactor sin importar el cambio en el gobierno. Tampoco ha importado mucho el derroche en obras más planeadas y peor ejecutadas.
La realidad se impone y ha surgido una nueva clase empresarial al amparo de la discrecionalidad en la asignación de obra y servicios. También la mayoría de los privilegiados de siempre usufructúan ese trato discriminado del poder que desde tiempo atrás se les ha otorgado. Casta divina deben pensarse de sí mismos. El sometimiento a quien gobierna es poco costo si de regreso van las ventajas de siempre. La oligarquía, la mafia del poder o como se quiera calificar se ha reciclado sin mayor problema.
Se tiene que insistir en la austeridad republicana porque es un recurso de diferenciación respecto al pasado. El problema no está tanto en la presidenta Sheinbaum más allá de su traslado a palacio nacional, sino en los demás y vaya que hay tela de donde cortar. La austeridad en lo que concierne a la jerarquía es más aparente que real. La riqueza, más que el amor es inocultable y por eso la hipocresía cada vez es más grotesca y ofensiva. La presidenta lo sabe y como lo hicieran las instituciones milenarias, el pecado no está en el hacer, sino en el escándalo, en el desentenderse de las formas, de las apariencias. Por eso las bodas poco avenidas con la prédica de austeridad se han vuelto condena y anatema. En estos tiempos la riqueza de los políticos se esconde, se oculta porque en la moral del obradorismo es prueba misma, de una o de otra forma, de corrupción. No hay riqueza bien habida.
La prédica obradorista señala que la pobreza no sólo dignifica, sino empodera, aunque eso quede en la retórica populista y no en lo que se hace desde el gobierno. La verdad es que, al igual que en el pasado, viven en el exceso quienes tienen discrecionalidad en las decisiones con interés monetario. La corrupción se ha encarecido porque ahora se supone que es mayor el riesgo. Un problema tener y no mostrar, no gastar, no disfrutar. El enriquecimiento desde el poder es problema de origen remoto, realidad que no avala la cínica postura que la califica como asunto cultural, como una fatalidad de nuestra identidad.
Como muchos de los males nacionales, al menos los más graves, la causa de la venalidad se asocia a la impunidad. Los bajos riesgos y elevados beneficios es el incentivo del corrupto, del delincuente. Todo indica que el régimen ha resuelto coexistir con la corrupción y no sólo eso, se vuelve condición de existencia al ser fundamento para su reproducción en el poder, especialmente en los tiempos electorales cuando el único pecado es perder la elección. Mientras tanto la distancia entre vivir en el ideal de la austeridad y la indebida opulencia habrá de mostrarse como signo de nuestros tiempos.