“Les propongo que permanezcamos aquí, día y noche, hasta que se cuenten los votos y tengamos un presidente electo con la legalidad mínima que nos merecemos los mexicanos”

Andrés Manuel López Obrador, 2006

En 2006 fuimos testigos de un fraude electoral.

Aún retumba en mi memoria aquellos días, primero en la votación, después en la defensa del voto.

Hice cola por más de dos horas en una casilla especial, pues me encontraba lejos de mi domicilio. Mi hija tenía poco más de un año de nacida, por lo que tuve que cargar con carriola, biberones, pañales, alimento. Cualquier madre me entenderá: desplazarse con una bebé (o un pequeño varón) es como cambiarse de casa.

Hacía un calor infernal. Por mi mente pasó ligeramente la idea de desistir en la espera, pues la niña lloraba, se aburría, sudaba. Era por ella mi duda, yo estaba decidida a aguantar hasta el final.

Andrés Manuel López Obrador competía por la presidencia de México contra Felipe Calderón. Ese hombre, ejemplo de lucha y perseverancia, había sobrevivido a la embestida de un grupo de políticos rapaces y desalmados que decidieron desaforarlo, incluso encarcelarlo para que no apareciera en la boleta electoral.

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También estuve ahí, en el Zócalo capitalino en ese memorable 2005, cuando un desquiciado Vicente Fox estaba dispuesto a todo con tal de impedir que Andrés Manuel llegara a la presidencia.

Es inevitable recordar con profunda emoción cuando dejé a mi pequeña, de muy pocos meses de nacida, en casa de mis padres para asistir a ese momento histórico. Mi madre, fallecida hace varios años, intentó convencerme sin éxito de no asistir. Mi padre, también finado, casi me amarraba a la silla para impedirlo y entre regaños me dijo: “Si vas, me voy contigo”.

Estuvimos presentes en medio de esa multitud que fue a apoyar al hoy presidente.

Pese a esos infames intentos de acabar con las aspiraciones de un hombre honesto, AMLO estuvo en la boleta electoral un año después.

Mientras esperaba mi turno para votar, recordaba a mi padre junto a mí ese cálido día del mes de abril gritando a todo pulmón “‘¡No estás solo!” mientras el entonces regente del Distrito Federal caminaba entre la multitud para dirigirse al palacio legislativo a enfrentarse con las hienas.

Salirme de esa fila sería una traición, iría en contra de mis ideales, de la lucha de todos los que creíamos (y seguimos creyendo) en un México mejor.

Las horas que siguieron al cierre de la elección fueron de incertidumbre total.

La diferencia de votos entre ambos candidatos era mínima hasta que al final el fraude se consumó. Un mínimo porcentaje (0.56 dígitos) llevó a la presidencia a Felipe Calderón ante el repudio de una sociedad que exigimos el ya célebre “voto por voto, casilla por casilla”.

El presidente no estuvo jamás solo. Cientos de personas lo acompañaron cuando decidió defender su voto en aquel plantón de Reforma que empezó el 30 de julio de 2006 y concluyó en septiembre de ese mismo año.

Durante esos meses la derecha se tambaleó. Tanto el IFE (hoy INE) como el Partido Acción Nacional se negaron al conteo de votos. Sabían de sobra que el triunfo no era de Felipe Calderón, quien a partir de ese momento se ganó el mote de “presidente espurio”.

Hoy, en esas vueltas que da la vida, son los panistas, junto a los priistas, los mismos que quisieron echar a los leones a López Obrador con la mayor de las afrentas, el desafuero, quienes se niegan a reconocer la elección donde Claudia Sheinbaum resultó ganadora con más de 30 millones de votos. Absurdo.

Solo los que vivimos aquellos tiempos comprendemos el triunfo contundente de Claudia Sheinbaum, quien lleva no uno, ni dos, ni diez años luchando por transformar el país, a ras de suelo, al lado de la gente. Claudia es una gran luchadora social progresista, feminista de primer orden, que estuvo hombro con hombro junto a Andrés Manuel en esos años aciago, que formó parte de las llamadas Adelitas, ese grupo numeroso de mujeres que se unieron para defender a Pemex de una privatización.

Nada que ver con ellos, los inconformes, que están en estos momentos sentados con el teléfono móvil difundiendo noticias falsas, como la que el “fraude electoral” nació hace meses en la mente de unos cubanos expertos en ciberdelincuencia que modificaron los resultados del PREP mediante inteligencia artificial. Seamos serios.

Están en su derecho de quejarse, claro que sí. Pueden hacer su lucha e impugnar, por supuesto. Pero el ridículo que les espera será descomunal. Uno más de los tantos que han hecho y uno de tantos de los que hizo su candidata, quien, por cierto, cobardemente se oculta tras el celular y solo ha dado señales de vida para decir que impugnará la elección y para echarle tierra a López Obrador.

Es posible que en esta misma semana regrese al Senado, según dio a conocer El Universal y de ser cierto, los inconformes se quedarán con sus sueños guajiros de impugnación. Vaya cosa.

Xóchitl Gálvez está demostrando ser una engaña tontos, rijosa de sofá y oportunista.

Quiere que le hagan la chamba, pues, sin perder su salario en el Senado y sin moverse de su cómodo asiento. Demócratas, revolucionarios de “nalga pesada”, que solo se paran para ir al baño, dice mi hija, quien dieciocho años después de haber sufrido el calor haciendo fila junto a mí aquel memorable 2006, muy temprano me dio un beso antes de irse a la universidad y después a trabajar.

¡Cómo pasa el tiempo!

Esa bella chica de enormes y pícaros ojos, el pasado domingo también votó. Entre risas, mientras hacíamos fila para poder sufragar, le contaba el episodio con el que abrí estas líneas.

“Estoy segurísima que el abuelo también hubiera votado por Claudia”, me dijo, a la vez que agregó: Nadie más que ella merece ser presidenta. En ambas cosas tiene razón.

La joven universitaria, mi orgullo mayor, entiende mejor que los prianistas el significado real de la defensa del voto, pues vivió en carne propia, aún en pañales, el robo descarado de una elección.