A nadie le sorprende saber que Marko Cortés es un patán, por eso, la confesión de Xóchitl Gálvez de que el flamante presidente de Acción Nacional le gritó el día que perdió horrorosamente la elección, tampoco nos sorprendió. Nos indignó, sí. Porque al menos a mí como mujer me molesta que un hombre le grite a una mujer y estoy convencida de que nada justifica la violencia.
El problema es que Xóchitl se tardó en hablar.
No solo pospuso su aparición pública más de 11 días de su fracaso, salió para despotricar contra el desvergonzado de Cortés, a quien, por cierto, durante meses elogió lo mismo que a otro patán: Alito Moreno.
Dice Xóchitl que Marko le gritó porque se adelantó a felicitar a la doctora Sheinbaum por su triunfo en los comicios, pero también aseguró que en otros momentos le había levantado la voz.
Y así alegó, durante meses, que ninguna mujer debe admitir el maltrato, queriendo convencer a sus seguidores que sería defensora a ultranza de las mujeres y que impediría la violencia de género. Qué barbaridad.
El punto va más allá.
Gálvez, inestable y contradictoria como siempre, interpuso hace meses una queja ante el Tribunal Electoral acusando al presidente López Obrador de ejercer violencia política en razón de género en su contra.
Según su óptica, unos son violentos y otros, no. Algo así como la paja en el ojo ajeno.
El problema de fondo es que Gálvez justifica el maltrato verbal aludiendo un mal manejo de la masculinidad:
“Yo creo que muchos hombres, al igual que el presidente, tienen que aprender a manejar su masculinidad. Muchos hombres creen que gritando, que ofendiendo a las mujeres resuelven los problemas”.
Xóchitl Gálvez
Xóchitl se equivoca (siempre lo ha hecho) al confundir el machismo recalcitrante con masculinidad. El estereotipo del hombre mandón, mal hablado, vulgar, y por supuesto gritón, hace mucho que quedó guardado en el cajón y fue soportado por siglos por una cuestión económica y cultural: el era el jefe de familia, el proveedor, la única voz cantante que dominaba a su descendencia y a quienes todos sin excepción, debían rendir tributo.
En la psique de muchas mujeres la sumisión era lo natural ante quien les daba casa, vestido y sustento a ella y a toda su prole.
Algunos van más allá: aseguran que ser hombre es estar en contra de lo femenino y esto es una atrocidad.
También lo es la llamada masculinidad hegemónica, que conlleva una superioridad del hombre y una subordinación de la mujer.
Ser macho es una cosa, ser hombre, en toda la extensión de la palabra, es algo muy distinto.
Lo cortés no quita lo valiente, dicen. Pero Cortés, insisto, es un patán.
¿Xóchitl estaba subordinada a Marko? ¿A Moreno y Zambrano?
Si esto es así, vaya papel de la ex candidata.
No fuimos pocos los que siempre pensamos que la panista se doblegó ante los machos. Y el tiempo nos dio la razón.
Sabemos que se reunirán en días próximos los dos panistas para limar asperezas. Debería mandarlo al diablo.
Hoy, que el futuro político de Gálvez es incierto (¿a dónde irá después del Senado?) dice lo que antes calló y abona a la división de su partido, cuyos integrantes ya alucinan a Marko y varios ex gobernadores lo quieren correr a patadas del blanquiazul. Ojalá lo hagan.
Esta elección, histórica por resultar ganadora una mujer, deja el prietito en el arroz: Xóchitl confiesa maltrato verbal que recibió por parte del dirigente de su partido y lo deja muy mal parado, pero ella también queda muy mal. Decirlo ahora que perdió nos manda el mensaje de que en el remoto caso de haber sido la ganadora tendría que estar sometida, sin voz ni voto, maniatada y dependiente de las órdenes de los machos.
¿Así nos quería gobernar? Qué cosas.