La contienda en curso no es como cualquiera otra. El oficialismo se ha impuesto un objetivo imposible, la mayoría calificada. No viene del partido como tal, tampoco de su candidata, quien busca ganar amplia y legítimamente, de ser posible. Desde luego, dar la bienvenida a la mayoría amplísima en las Cámaras del Congreso; pero siendo realista le basta la mayoría para aprobar leyes ordinarias, el presupuesto y acabar de colonizar la Corte; mayoría de Morena para no ser rehén de socios propensos a la extorsión.
La obsesión por la mayoría calificada es del jugador único, el presidente López Obrador, líder supremo con control del gobierno, del partido y, además, jefe de campaña, publicista y estratega para los comicios. Los demás son piezas. Sus propuestas de reforma constitucional son hoja de ruta del proyecto. Para él es una guerra contra el adversario, reducirlo con todos los recursos legales y políticos, una elección de Estado. De allí que todo sea propaganda, exagerar, mentir, insultar e intimidar con cada recurso al alcance, sin importar la ley o los principios elementales de ética democrática.
De llamar la atención la singular personalidad autoritaria de López Obrador y, todavía más, que en tal empeño no esté solo. Tema de los aliados, particularmente del sector empresarial de la cúpula, y de muchos de los vinculados a los medios de comunicación, quienes no se asumen obligados a contener la amenaza autoritaria que López Obrador representa para el futuro del país. La mayor parte de ellos trivializa la gravedad de la situación; navegan con la idea de que una vez que se vaya se acabará el problema; además, la hoja de resultados de sus negocios muestra que López Obrador les es hostil en las palabras, pero muy generoso en los hechos, contrario de lo que sucede con los más pobres de los pobres.
La cuestión es que la propuesta autoritaria pende del mapa de poder en el Congreso. Cierto es que es muy difícil que Morena y aliados puedan lograr mayoría calificada, pero la amenaza allí no termina. La propuesta autoritaria se ha profundizado en el oficialismo. Se han interiorizado en los futuros legisladores y gobernantes de Morena en temas tan elementales en su rechazo como eliminar a los órganos autónomos; la militarización total de la seguridad pública; la elección de jueces, magistrados, ministros y consejeros del INE, o excluir a la pluralidad en la representación política.
Muchos son los que se equivocan en avizorar el futuro político de López Obrador. No se trata de si seguirá gobernando a distancia desde su quinta en Palenque en el supuesto de que gane Claudia Sheinbaum -que no pocos en la cúpula dan por hecho- o de que ella vaya a ser una sucesora dócil y sumisa. Con o sin López, factor de poder que trascenderá la formalidad del relevo político es el obradorismo y su credo profundamente autoritario.
Para 15 millones de mexicanos, o poco más, es una suerte de movimiento religioso que despierta un fervor incondicional con un sentido componente emocional, de verdades reveladas, de renuncia a la razón y al interés individual o colectivo, de entrega y compromiso ciego por la causa. Muchos de ellos están en posiciones de poder. Si gana, Claudia tendrá que lidiar con esa realidad en un contexto de enormes desafíos por el desastre que deja su antecesor y promotor. Él recoge la popularidad, ella el costo. La base obradorista estaría con ella en la medida en que ratifique el proyecto del mentor, en una circunstancia mucho más complicada por el peso de la realidad adversa, la inaceptable militarización de la vida pública, así como los crecientes escándalos de corrupción y negligencia de quienes la llevaron al poder.
Si gana Xóchitl Gálvez la situación es compleja en extremo y también preocupante en términos de unidad y consenso social. ¿Cómo lidiar con esa minoría sustantiva que la ven como enemiga, como imposición de supuestos traidores a la patria? No sólo eso, recibiría al país en una situación sumamente crítica en muchos aspectos. No podría conciliar con los irreconciliables, empezando por su antecesor, consuetudinario mal perdedor. Además, las urgencias financieras del país obligarían a una gravosa reforma fiscal, lograr la recuperación de la paz social costaría tiempo, sangre y lágrimas y revertir el deterioro institucional no sería fácil ni inmediato.
Difícil y complicado el futuro del país, considerablemente peor si el curso adelante es el proyecto autoritario.