Me resulta muy clara la simulación que sigue poniendo en práctica Xóchitl Gálvez, ex candidata presidencial de la derecha. Ella, sin lugar a dudas, está pensando en las elecciones presidenciales del 2030, y en construir una fuerza que, en definitiva, no será tarea sencilla. En principio, no ha podido afianzarse como una figura de peso en la política de nuestro país. Muchos dirán que —con los resultados obtenidos hace unos meses— puede cimentar una base social para apuntalar sus aspiraciones a futuro. Eso, de entrada, resulta inverosímil considerando que solo fue un resultado, producto de un ejercicio democrático. En términos reales, de hecho, Gálvez no tiene esa simpatía ni mucho menos ese liderazgo para conectar con la población civil, máxime porque su candidatura estuvo en manos de los partidos tradicionales del PRI y PAN.

Los que analizamos la elección presidencial de manera objetiva, supimos siempre que, para un ejercicio de esa naturaleza, Xóchitl Gálvez sería un fracaso como candidata. No basta con tocar las puertas de Palacio Nacional para abanderar un proyecto presidencial. De igual forma, es insuficiente simular una agenda legislativa si, en los hechos, no presentó ninguna iniciativa que tuviera eco. De todo lo que mencionamos, queda claro, podemos sumarle los tropiezos en cada uno de los debates. A su vez, fue un error estratégico cargar las baterías en la guerra sucia que, en términos reales, no tuvo ninguna utilidad ni rendimiento.

A pesar de ello, Xóchitl, es muy claro, está decidida a construir las condiciones para el siguiente proceso electoral. Se vale. Quizá los planes de ella es caminar los 300 distritos a lo largo y ancho del país. De entrada, tendrá todo el tiempo disponible para llevar a cabo esa tarea, pues no encabezará ninguna posición en el legislativo. Sin embargo, se necesita mucho tiempo, liderazgo y recursos para recorrer cada uno de los rincones del territorio nacional. Además de ello, hay que explotar todas las capacidades y virtudes para poder conectar con la población civil. A modo de ejemplo, el PRIAN perdió la elección en todos los sectores, incluso en las clases medias, donde la derecha depositó sus expectativas.

Esos mismos datos, en efecto, son muy fríos para la oposición. De hecho, la derecha vive una profunda crisis producto de la ineficiente gestión de sus dirigentes, lo mismo del rechazo social. Es obvio que, por esas razones, tendrá que haber un trabajo territorial, que no se produce de la noche a la mañana. De pronto, Xóchitl piensa equivocadamente que, con esa postura, puede llegar alcanzar los más altos niveles de aprobación como para pensar seriamente en una elección presidencial. Y sí, son años y años de lucha los que cada actor debe protagonizar a ras de tierra. Incluso, no servirá de nada que Gálvez movilice a la población en la capital del país, luego de amagar con ello ante el resultado de la representación proporcional que se dará en el Congreso.

¿Será que, como lo han hecho otros políticos oportunistas, Xóchitl Gálvez movilizará a la Marea Rosa? Puede ser, todo es posible. El punto es que, como sabemos, esa base de ciudadanos no significó nada en la elección presidencial. Muchos se fueron con la finta que originó una multitud que salió a las calles a manifestar el apoyo al PRIAN. Varios, luego de esa marcha, daban por ganadora a Gálvez. De hecho, realmente eso no resultó un efecto uniforme para el país. Aunque no deja de ser significativo, políticamente no representa una diferencia abrumadora.

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De igual manera, no parece suficiente personificar el papel de defensora de las causas que, sabemos, utiliza la oposición para meterse al debate de la agenda pública. Inclusive, la misma población civil, está comprobado, respalda las iniciativas que ha propuesto el presidente López Obrador para modificar el marco constitucional, pues la ciudadanía se ha mostrado insatisfecha con el trabajo que han realizado los magistrados de la Suprema Corte, y por supuesto, los gastos excesivos con los que operan.

Siendo así, Gálvez no defiende causas justas, sino que avala las extralimitaciones del poder judicial, así de simple. Por esa sencilla razón, podemos concluir que, una vez más, no hay un liderazgo fuerte y visible que pueda marcar la diferencia en la oposición. Xóchitl —ha quedado demostrado— no fue la panacea que los mismos conservadores quisieron vender ante la opinión pública. Fue, ni más ni menos, un experimento fallido que, al final de cuentas, terminó por someterse a los caprichos de los dirigentes del PRIAN.

En pocas palabras, Xóchitl no conecta con la población. De hecho, un líder se distingue no solamente por los años de lucha social auténtica, sino por su elocuencia. Con esa premisa, ninguno de los perfiles de la derecha encaja en las virtudes que se necesitan para llegar a ser protagonista del país. Eso se comprobó en la elección del pasado 2 de junio.

En ese sentido, auguramos mucha vida política al movimiento que encabeza Morena en el país.