Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquél que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas

apenas en el agua resfrïado?

Garcilaso de la Vega

¿Puede Putin cumplir su amenaza de una guerra nuclear? ¡Claro que puede! Lo que ha hecho en Ucrania demuestra que lo mueven objetivos emocionales, no solo ideológicos. El análisis racional de sus actos y de sus intenciones no es suficiente. Es necesario habitar sus deseos y esos solo él los conoce.

El líder ruso está dispuesto a mucho, quizá a todo, con tal de cumplir su capricho geopolítico y recomponer el balance de las fuerzas en el orbe.

¿Es preciso decir que un loco pone en riesgo a la humanidad? Sí, no hay otra manera de expresarlo. Les recuerdo que no sería la primera vez. Así sucede cuando el factor visceral entra en escena para dictar decisiones de la mayor trascendencia.

¿Tenía sentido amenazar —porque eso es lo que es— con poner en “alerta máxima” a las fuerzas nucleares de Rusia? Solo es lógico hacerlo en la mentalidad de alguien que no va a capitular y que está dispuesto a ir por más. Digamos que deja abierta la posibilidad y eso en sí mismo nos debe de decir mucho a quienes habitamos este planeta.

¿Deben Europa y Estados Unidos renunciar a las sanciones contra Rusia solo porque Vladimir Putin podría recurrir a la guerra nuclear? Obviamente no. Si lo hacen las consecuencias serán todavía más graves que la misma guerra.

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Ahora bien, no por eso el mandatario ruso puede darse el lujo de no jugar sus apuestas más pesadas. Ese es precisamente el dilema. Esto es, no puede el mundo más avanzado moverse al ritmo de los insanos deseos de alguien que evidentemente jamás debió gobernar una potencia. Y, sin embargo, aquí estamos…

Putin está frustrado porque las cosas en Ucrania no están saliendo como él pensaba: una rendición rápida de la sociedad ucraniana. Entre más se alargue llegar a una situación de invasión exitosa —eso es lo que es, una invasión, evidentemente— más se desprestigia el presidente ruso a los ojos del mundo, pero sobre todo a la vista de la propia población. ¡Y vaya que los varones adultos ucranianos se la están haciendo difícil!

No le enoja y lo saca de balance el apoyo de Europa y de Estados Unidos a Ucrania (que sí lo ha habido dentro de lo que marca lo establecido por la OTAN). Lo que le trastorna es la capacidad de combate no tanto del ejército ucraniano, infinitamente menos poderoso que el ruso, sino la resistencia de un pueblo que, si tiene armas, va a pelear, y si no las tiene, las construirá con lo que pueda. No es la primera vez que se defienden con esa vehemencia, pero Putin posiblemente pensaba que esta vez la reacción de los ucranianos sería distinta.

Por ello es indispensable que el mundo entero condene todavía más a Putin. Es la hora de apoyar —aplaudir y alentar— cualquier movimiento de oposición en y hacia Rusia. Que la otra carta fuerte de Ucrania, que sea la gente y otras fuerzas políticas de Rusia las que terminen exigiendo la salida de Putin, comience a cobrar fuerza.

Para ello, México no debe quedarse al margen de las condenas. Fue muy positivo que nuestro país apoyara en el Consejo de Seguridad de la ONU la resolución contra Rusia; también el mensaje del canciller Marcelo Ebrard. Pero no basta. Se necesita continuar y elevar el tono.

El presidente López Obrador dedica largas disertaciones a debatir cualquier cosa; sus diarias presentaciones ante los periodistas llegan a durar más de dos horas. Él debe, en su conferencia de prensa de mañana lunes, dedicar por lo menos 30 segundos a decir: “Condeno enérgicamente la invasión rusa en Ucrania y rechazo por absolutamente irresponsable con el mundo entero la decisión del presidente Putin de poner en ‘alerta máxima’ a sus fuerzas nucleares”.

La frase podrá considerarse excesivamente manida, pero esta vez viene al caso como nunca antes: estamos ante la hora de la verdad.

La única manera de defender el ideal del pacifismo es no rehuir la confrontación con un demente, que, ¡¡¡por favor!!!, indigna sea defendido por la izquierda latinoamericana. Una que, en el colmo de la ignorancia, confunde a un enriquecido Vladimir Putin (junto con los secuaces oligarcas que han saqueado a Rusia y otras regiones de las que se han adueñado) con un revolucionario como Vladimir Lenin.

Que no haya confusión; no hay espacio para esta. Putin no es Lenin, ciertamente no. Pero si se le deja crecer, será otro Stalin. Un terrible y despreciable genocida.