Algunas personas lo quieren preservar —lo dijo ayer con toda claridad su hijo Andrés Manuel López Beltrán, lo ha repetido innumerables veces la presidenta electa Claudia Sheinbaum Pardo—. Y hay quienes lo combaten: Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, etcétera. Pero ese no es el punto, sino entender cuál es el legado verdadero del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Para responder utilizaré un ensayo de María del Pilar Fernández Deagustini, de la Universidad Nacional de La Plata. Lo publicó en 2021 en la Revista de estudios clásicos: “El texto histórico como artefacto literario: Creso y Solón en las Historias de Heródoto”.
Fernández Deagustini recurrió al historiador estadounidense Hayden White para señalar que la imagen mental del pasado siempre está informada por dos tipos de relato: realidad y ficción. Después, la autora toma conceptos de Aristóteles para distinguir la tarea del historiador de la del poeta: “Si al historiador cabe narrar ‘lo que aconteció’, dice el filósofo, al poeta le corresponde contar ‘lo que podría acontecer, lo que es posible según la verosimilitud o lo necesario’…”.
Creo que estamos hablando con excesiva anticipación del legado o la herencia de Andrés Manuel López Obrador. Y lo estamos haciendo con el instrumental analítico equivocado: el de la ideología.
Para sus seguidores, el nombre de Andrés Manuel estará entre los grandes héroes de la patria porque redujo la pobreza, mejoró la impartición de justicia, consolidó la verdadera democracia, creó las instituciones que acabarán con la terrible violencia y puso las bases para un gran desarrollo económico de México.
Sus enemigos, en cambio, apuntan que el gobierno de AMLO generó más pobreza que en ninguna otra época, la violencia se salió de control y amenaza seriamente la estabilidad del país, destruyó la autonomía y la operatividad del poder judicial, dio un golpe de muerte al sistema democrático y condenó la economía al desastre.
En efecto, defendemos o atacamos por ideología, sin poner el acento en la objetividad. Conviene, entonces, recordar el muy conocido encuentro, inexistente pero verosímil, entre el sabio Solón y Creso, último rey de Lidia. No existió el diálogo entre ambas personajes, pero Heródoto lo presentó de tal manera que sigue dejando enseñanzas relacionadas con la mutabilidad del destino de todo lo humano, la sabia prudencia y la enfermedad de la desmesura generada por el poder absoluto.
Cuenta Fernández Deagustini, sintetizando lo narrado por Heródoto, que el rey lidio primero exhibió sus enormes riquezas al sabio ateniense. Después lo interrogó acerca de quién era el más dichoso (ólbios) de todos los hombres.
El rey de Lidia esperaba que Solón respondiera algo así como. “Tú, Creso, eres la más bendecida de todas los personas”. Pero el ateniense frustró la expectativa del soberano asiático al señalar a alguien más feliz.
No se resignó Creso y preguntó si al menos, gracias a su gran poder, él era el el segundo hombre más feliz. Y no, Solón respondió que no: mencionó a otros dos más venturosos.
Se enojó Creso: ¿en qué lugar estoy en la tabla de posiciones de la felicidad? No era posible saberlo porque “en la prudente y moderada explicación de Solón, se destaca, primeramente, una noción a la cual estará condicionada la atribución de la cualidad de ólbios para los mortales: la vicisitud, la contingencia (συμφορή), que es capaz de alterar, o revertir, la prosperidad que Creso juzga poseer inextinguiblemente”. Antes de juzgar a alguien o a algo hay que conocer su final.
“Después de advertir a Creso acerca de la mutabilidad de la fortuna humana, ocasionada por las eventualidades propias de la vida mortal, Solón prosigue explicándole a Creso: ‘Pues no es más dichoso el hombre muy rico que el que vive al día, si la fortuna no lo acompaña hasta que acabe bien su vida en medio de cosas buenas’…”.
Es conocido el fin de Creso: “Heródoto anuncia que, después de la partida del sabio, inmediatamente la divinidad se abate sobre el rey de modo terrible. Su insolencia encuentra su punición y tiene inicio su declive: el soberano es atacado por los persas y, finalmente, es tomado prisionero y convertido en esclavo”. Este sí es un hecho histórico comprobable.
La investigadora María del Pilar Fernández Deagustini dice por ahí que “la desgracia trae lucidez”. Me gustó la expresión. Ojalá la desmesura causada por el triunfo de Morena desaparezca como consecuencia de la autocrítica y nadie tenga que esperar a que mutabilidad de la fortuna humana ubique a quienes hoy se sienten no solo con un inmenso poder, que lo tienen, sino que piensan que les durará para siempre, lo que no es probable.
Fernández Deagustini afirma también que “Creso sería el primer transgresor (ὑβριστής) y ejemplificaría el ciclo de ὄλβος (dicha), κόρος (insaciabilidad), ὕβρις (extralimitación) y ἄτη (obcecación)”.
La estudiosa sostiene que “la falta de reconocimiento de la medida humana, de la fragilidad intrínseca a la condición mortal y la negligencia en lo que concierne a las constantes transformaciones de la suerte son los atributos del ὑβριστής”, esto es de la gente violenta e insolente.
Como consecuencia de sus excesos, la moîra (el destino) le reserva a Creso “no solo la ruina de su poder real, sino también el fin de su descendencia, el desenlace definitivo de una dinastía marcada, desde el inicio, por la trasgresión”.
No sabemos qué sucederá con el legado de AMLO. Sus transformaciones pueden efectivamente resultar con el paso del tiempo mucho muy positivas, pero podría ocurrir lo contrario. Hay argumentos para sostener una u otra predicción.
Como bien dice María del Pilar Fernández Deagustini, en la obra de Heródoto el sabio y el monarca figuran como paradigmas antitéticos: por un lado, Solón, “representante del ideal de la templanza y de la justa medida; por el otro, Creso, monárquico, bárbaro y representante de la alteridad, es la imagen de la desmedida. Entre el déspota asiático y el sabio ateniense, están confrontados los valores de ὕβρις (transgresión) y de σωφροσύνη (mesura)”.
Heródoto utilizó un encuentro inexistente entre Solón y Creso para que Grecia se contemplara a sí misma: le ofreció a su gente “una mirada de su pasado, pero también de un futuro eventual”.
Quizá, antes de juzgar, deberían esperar a que las cosas pasen tanto quienes califican de maravilloso el legado de AMLO como aquellas personas que lo consideran terrible para México. Todo puede ocurrir: en lo relacionado con el futuro la vicisitud es la regla. Lo único que sabemos es que nada es para siempre. Así que las conclusiones válidas debemos dejarla a las personas, especialistas en historia, que algún día sí verán el fin de lo que hoy está desarrollándose en México.
Heródoto dijo: “Seguiré adelante en mi relato ocupándome por igual de las pequeñas y de las grandes ciudades de los diferentes pueblos. Pues muchas de ellas antiguamente eran grandes, y se han vuelto pequeñas; y las que en mis días eran grandes, eran antes pequeñas. Porque sé que el bienestar humano nunca es permanente, traeré a la memoria unas y otras por igual”.
Más que preocuparse por el legado de AMLO, la presidenta Claudia Sheinbaum y su equipo deben tratar de simple y sencillamente gobernar con la mayor eficacia que puedan, y con el máximo de humildad que su sabiduría les permita. Si encuentran que hay proyectos de López Obrador que tienen sentido, tendrán que insistir en los mismos. Y si hay fallas en lo realizado entre 2018 y 2024, estarán en la obligación ética de corregirlas sin que importe la ideología o si se va contra el proyecto de la 4T que a veces más parece religión que un método para gobernar.