México, desde que es México, siempre se ha debatido entre un proyecto de nación basado en las instituciones y el mandato constitucional, frente a proyectos personales y ambiciones de poder en los que prevalece la visión del “caudillo”.
El caudillismo aparece en México en 1810 y resurge cada vez que se debilita el poder en el país. Para Enrique Semo, investigador de la UNAM, contrario a lo que se supone, es un fenómeno “negativo” en nuestra historia, ya que la relación del pueblo con este tipo de líderes es muy cercana a la esclavitud: “Al caudillo se le otorga una dosis de poder muy grande, no limitada por los marcos democráticos ni regulada por algún otro enfoque”.
De acuerdo con K. H. Silvert, en Iberoamérica el término caudillismo alude generalmente a cualquier régimen personalista y cuasimilitar, cuyos mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas, se someten al control directo de un líder carismático y a su cohorte de funcionarios mediadores. Su aparición se debe al colapso de una autoridad central, que permite a fuerzas ajenas o rebeldes apoderarse del aparato político. En consecuencia, es producto de la desarticulación de la sociedad; efecto de un grave quebranto institucional.
El caudillo y la esperanza
Las expectativas siempre son mayores que las brindadas por esos movimientos, por tanto, si se juzga de acuerdo con las esperanzas de la gente que participa, el veredicto es: “la lucha fracasó”. Los caudillos no necesariamente son gente con arreos ideológicos o grandes proyectos de cambio social; su temeridad guerrera, habilidades organizativas, limitados escrúpulos y su capacidad para tomar decisiones drásticas, simplemente los convierten en los hombres del momento.
En la historia de México desde el Siglo XIX, caudillos como Agustín de Iturbide, Antonio López de Santana, Porfirio Díaz, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, asumieron el poder sin un proyecto y con fines más bien personales. Mas reciente, ejemplos como el de Carlos Salinas de Gortari o AMLO, quienes prefirieron el quebranto de las instituciones para afianzar su poder.
Todos estos líderes tienen algo en común, buscan la reelección para eternizarse en el poder y eliminan instituciones políticas, sociales y económicas para que todo gire en torno a su magnánima decisión.
Estadistas mexicanos
En contraste, ha habido líderes con visión de Estado y grandes proyectos de nación como lo fueron Miguel Hidalgo, Morelos, Juárez, Venustiano Carranza, Lázaro Cárdenas e incluso, Cuauhtémoc Cárdenas que, desde la Corriente Democrática, el Frente Democrático Nacional y sus dos campañas presidenciales, planteó un proyecto de nación.
El reto para el 2024 está en ver si el país se vuelve a decantar por un caudillo mesiánico, o por alguien que pueda encabezar un proyecto de nación basado en las instituciones democráticas del Estado.
El interés del líder máximo
En estos momentos coyunturales, hemos visto cómo AMLO antepone su interés personal al de la nación. Lleva dos semanas dedicándole más de la mitad de su conferencia mañanera a atacar a los periodistas que destaparon la “casa gris” de su hijo. Ataca a Loret, llora, ataca a España y acusa de injerencistas a Estados Unidos, anuncia un posible Golpe de Estado, porque, asume, está transformando al país, pero en realidad lo hace por defender la corrupción de su hijo mayor. Típico de un caudillo.
Con el fin de mantener el control, AMLO adelantó la sucesión presidencial, porque como aquellos caudillos, no acepta un no o que se busque otro proyecto. Se dice que Calles mandó a matar a Obregón e impuso lo que se llamó el Maximato con Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez. A la llegada del general Cárdenas las cosas cambiaron y Calles fue expulsado del país.
¿Quién los detiene?
Sin embargo, hasta ahora, ni en Morena, ni en la oposición se ve una figura capaz de encabezar un proyecto que cambie la dinámica perversa del caudillo latinoamericano, por el contrario, con AMLO la oposición se perdió y le ha venido haciendo el juego a sus intereses personales, impunidad y alianzas cómplices.
Mientras que en Morena el debate por la sucesión presidencial parece dividirse entre “moderados”, que posiblemente puedan dar paso a la transición y la recuperación de la vida institucional y democrática del país, contra “radicales”, es decir, aduladores del presidente.
Es posible considerar que entre los moderados estén personajes como Ricardo Monreal o Marcelo Ebrard (imagínese); mientras que, en el ala radical, los aduladores dispuestos a hacer las veces del Maximato de Calles, personajes como Rocío Nahle, Adán Augusto López Hernández y Claudia Sheinbaum, capaces de lo que sea con tal de ganarse el favor de su jefe máximo.
En la oposición, aparecen caudillos de la estirpe de AMLO, como Ricardo Anaya (el más avanzado y quizá el más preparado, pero con un expediente negro) y los impresentables, como Marko Cortés y Alejandro Moreno Cárdenas.
Tal parece que en 2024, nuevamente estaremos ante la disyuntiva de inclinarnos a favor de un caudillo al que se le otorgue todo el poder para que haga y deshaga a su antojo, como pasó con AMLO, o algún líder que promueva un proyecto de nación incluyente y de respeto a la pluralidad y las instituciones.