Eileen Sullivan, periodista del New York Times, explicó en un interesante reportaje “cómo funcionaría el plan de Trump de etiquetar a algunos cárteles de la droga como terroristas”. Sullivan lo hizo basada en opiniones de especialistas en el tema. La buena noticia para quienes leemos el influyente diario estadounidense es que se trata de análisis bastante comprensibles. La mala, que existen posibilidades absolutamente reales de que tal estrategia del presidente Donald Trump agrave el problema en vez de solucionarlo.

Las fuerzas armadas del vecino país del norte están lejos de ser invencibles. Después de la Segunda Guerra Mundial han perdido todas sus guerras. Estados Unidos perdió la guerra de Corea. Y sus tropas, para todo fin práctico, derrotadas tuvieron que abandonar Afganistán. Tampoco lograron la victoria en Vietnam. Invadieron Irak con cierta facilidad, pero el ejército estadounidense años después se retiró sin haber alcanzado ninguno de sus objetivos.

Para una mejor comprensión de los fracasos bélicos de Estados Unidos conviene leer The right way to lose a war: America in an age of unwinnable conflict, de Dominic Tierney —en español, El modo de perder una guerra: Estados Unidos en la era de los conflictos que no se pueden ganar—. Cito enseguida una reseña de Amazon acerca de esa obra:

  1. ‘Durante casi un siglo, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, Estados Unidos disfrutó de una edad de oro de triunfos militares decisivos. Y luego, de repente, dejamos de ganar guerras’.
  2. ‘Las décadas posteriores han sido una edad oscura de fracasos y estancamientos —en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán— que expusieron nuestra incapacidad para cambiar el rumbo después de los reveses en el campo de batalla’.
  3. ‘En este provocador libro, el galardonado académico Dominic Tierney revela cómo Estados Unidos ha luchado para adaptarse a la nueva era de conflictos guerrilleros intratables’.
  4. ‘Como resultado, la mayoría de las principales guerras estadounidenses se han convertido en fiascos militares. Y cuando golpea el desastre en el campo de batalla, Washington es incapaz de salir del atolladero, con graves consecuencias para miles de tropas estadounidenses y nuestros aliados’.

Estados Unidos tiene todo para volver a la ruta de la victoria en sus guerras, pero lo prudente sería que lo intentara contra enemigos más identificables, menos infiltrados en su territorio y con menor capacidad económica que las mafias del narco.

La periodista Sullivan, del New York Times, aclara que es el Departamento de Estado “el que debe decidir qué organizaciones etiquetar como terroristas extranjeras, una decisión que toma después de consultar con otras agencias del gobierno federal, lo que puede llevar meses”. Meses en este contexto significa que sería un error la precipitación. Pero Trump tiene prisa, así que “le dio solo 14 días al Departamento de Estado para hacer una recomendación”. Mal inicio de la estrategia.

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Un primer problema para el Departamento de Estado radica en la definición: “Generalmente da la etiqueta —terrorista— a grupos con objetivos ideológicos, mientras que los cárteles de droga y las pandillas tienen motivaciones financieras”.

Otro problema, mayor, tiene que ver el empeoramiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con México si insiste en combatir a los cárteles recurriendo a la fuerza militar.

El tercer problema, sin duda el más serio para la sociedad estadounidense, se relaciona con lo que harán las mafias del narcotráfico en cuanto se les empiece a combatir como a los grupos terroristas: casi seguramente actuar como terroristas dentro de Estados Unidos, donde residen legalmente innumerables personas —sicarios, vendedores callejeros de droga, proveedores de armamento y financieros calificados en lavado de dinero— que trabajan para los cárteles.

¿Qué esperar si el Departamento de Estado hace la designación de los cárteles como grupos terroristas?

  1. En primer lugar, dice la reportera del New York Times, tal medida enviaría un mensaje al resto del mundo: “Estados Unidos tiene la seria intención de derrotarlos”. Pero…
  2. Apunta la reportera Sullivan que “la acción militar contra los cárteles podría conducir a ataques más organizados contra los estadounidenses, incluso dentro de Estados Unidos”.
  3. La periodista cita a Brian Michael Jenkins, experto en terrorismo de la Organización Rand: “Los cárteles de la droga podrían convertirse fácilmente en verdaderas organizaciones terroristas”. Hasta hoy, las mafias del narco “no han llevado a cabo ataques con motivaciones políticas contra ciudadanos estadounidenses o intereses estadounidenses”. Desde luego, ha habido violencia narca contra gente de Estados Unidos, pero “suele ser una consecuencia de algunos de los negocios financieros relacionados con la criminalidad asociada al tráfico de drogas”, como dijo Jason Blazakis, exdirector de la Oficina de Designaciones y Financiamiento Antiterrorista del Departamento de Estado.
  4. Por lo demás, “el comercio y la diplomacia entre Estados Unidos y México podrían deteriorarse”, algo que por supuesto “podría tener repercusiones económicas significativas, que incluyen la pérdida de millones de empleos estadounidenses”. Y hay algo peor para el vecino del norte: México “ha contribuido de manera fundamental a controlar los cruces ilegales hacia Estados Unidos. Si México pusiera fin a tales acciones, podría provocar un aumento de la migración ilegal en un momento en que una de las principales prioridades de la nueva administración es reducir esos flujos”.

La solución al problema de las drogas, sin duda gravísimo, no es militar. Hace casi 20 años, Felipe Calderón, un gobernante mexicano necesitado de legitimidad porque se había robado las elecciones de 2006, utilizó al ejército de nuestro país para combatir a los cárteles. Pensó que iba a resultar una misión sencillísima para las bien adiestradas y equipadas fuerzas armadas de México. Se equivocó en el diagnóstico, en primer lugar porque las personas dedicadas al narcotráfico tienen bases sociales importantes y fácilmente se ocultan en los hogares de sus familias integradas mayoritariamente por personas honorables que no tienen incentivos para delatarles porque les conocen y aun porque reciben ayuda económica de las mafias. Además de lo anterior, Calderón puso al frente de las operaciones bélicas a un colaborador del cártel de Sinaloa, Genaro García Luna, actualmente en una prisión de Estados Unidos.

La solución al problema, en el lado mexicano, lógicamente sin descuidar la operatividad policiaca que debe ser eficaz, está en ir a las raíces, que son la pobreza y la falta de educación. Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum es lo que han intentado. Los efectos tardarán en verse, pero se verán. Pero en el lado estadounidense, su sociedad y gobierno tienen mucho que hacer: por ejemplo, no vender más armas a los cárteles y desarticular las redes financieras de lavado.