El título de una novela es perfectamente el matiz de lo que podemos atestiguar en un futuro sí es que llega a perpetrarse la imposición desde la cúpula del poder. Hablo de la sucesión presidencial que viviremos en 2024, sobre todo de un proceso que, a partir de este momento, juega un papel preponderante que tenemos muy claro porque hay una disputa enérgica de posicionamiento, incluso algunos aspirantes anticiparon los síntomas que se llegaron a sentir si no se promovía un respeto y tolerancia que garantizara un ejercicio plural y democrático en el seno morenista.
Antes de que el presidente de Morena circulara una carta a los gobernadores de los estados, no había una medida o un mecanismo mediador de la contienda que tomara el control del proceso interno. Es decir, algunos de los aspirantes le sacaron provecho sin guardar ningún recato. Una de ellas fue la jefa de Gobierno de la Ciudad de México que se lanzó -por todo el país- a promocionar su imagen con una estrategia de publicidad que, sin lugar a dudas, viola las propias normas de la constitución.
No se abstuvo de ello y, con una propaganda abierta y descarada, su imagen se divulgó a través de espectaculares, pintas, panfletos y una brigada nutrida de activistas que están dedicados de tiempo completo a la actividad de publicidad a favor de Sheinbaum.
Quizá esa es una de las razones que hizo reflexionar al presidente Obrador para dar un giro a la estrategia presidencial. El caso es que, con ello, hay una voluntad política del mandatario para equilibrar la contienda, al menos eso es lo que nos hicieron pensar a través de la misiva que envió Mario Delgado.
A raíz de ello, sigo pensando que el presidente Obrador tiene una gran influencia en la toma de decisiones, sin embargo, no todo el control político de la contienda está en sus manos. Es decir, su posición es muy fuerte, pero no tan suficiente como para inclinar la balanza.
Me explico: hay una serie de factores que indudablemente influyen poderosamente. Uno de ellos es, sin duda, la reconfiguración que se vivía en el seno de Morena, sobre todo en el ocaso del sexenio lopezobradorista. Es muy probable que -el mandatario- llegue desgastado en la recta final de su gestión. Esto le pasa a cualquier gobierno. Hasta cierto punto es un proceso natural.
Quizá en ese terreno esté la clave del desarrollo interno de Morena, máxime si no hay un ejercicio democrático en el proceso interno. Dadas esas circunstancias el reto más titánico es mantener cohesionados a todos los aspirantes presidenciales de Morena. Seguramente Claudia y Adán Augusto se disciplinan con la postura que pueda tomar el mandatario federal si busca incidir en la designación; sin embargo, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, no.
Ellos, por experiencia, no están dispuestos a ceder ni un centímetro, no porque no sean afines al proyecto, sino porque han vivido en carne propia la ignominia de las encuestas internas. Por ahora el canciller actúa con una tranquilidad hasta cierto punto relativa; no obstante, sabe perfectamente lo que constituye un mecanismo que suele sujetarse a reglas inciertas que no hace la función que el pueblo determina, al menos eso lo ha dejado entrever su equipo más cercano que ha propuesto evaluaciones con otro enfoque.
Y qué decir de Ricardo Monreal que ha dicho que no se prestará a un mecanismo de la encuesta, máxime si este recurso es diseñado por los órganos de dirección interna del partido. Este posicionamiento, incluso, ha sido una constante luego de pasar por una amarga experiencia en la previa del 2018. Él ganó en aquella ocasión. Eso tuvo un sustento importante que ignoró la Comisión Nacional de Encuestas en el momento en que se produjo la imposición.
Por lo tanto, la elección interna pasará un proceso complejo que pone en un dilema la unidad, sobre todo si no hay voluntad de establecer reglas claras y democráticas. Ese será, sin duda, el elemento clave o el punto de inflexión. Es decir, Marcelo y Ricardo Monreal pueden entrar en una rebelión. Ambos tienen bastante capital político como para darse una sublevación que ponga contra las cuerdas al movimiento.
O el proceso llega a un punto de equilibrio, o muy probablemente estemos en la antesala de vivir una Rebelión en la Granja. De entrada, no parece descabellado, sobre todo porque hay una relación sólida y muy cercana entre Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal. Los dos han coincidido en momentos coyunturales. Esa dupla puede ser infalible en un determinado momento, especialmente porque, ninguno de los dos, dará tregua ni se subyugarán a la determinación unilateral que puede llegar a salir de Palacio Nacional.
Finalmente, la política es de estrategias; quien sepa tejer alianzas importantes y trabaje minuciosamente a través de una estrategia saldrá más favorecido. En ese sentido, una mancuerna entre Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal no hay que descartarla porque puede ser la diferencia sí es que truncan o no fijan reglas de participación equitativas, en especial el método de elección que es, en este momento, la preocupación más grande de quienes aspiran, sobre todo del canciller y del coordinador de los senadores de Morena en la Cámara Alta.
De no haber piso parejo, ya lo dijo el zacatecano: el límite será la propia dignidad. Una concepción que envuelve una lectura muy amplia que, incluso, se hará visible sí la imposición se consuma o la exclusión y el propio favoritismo siguen fluyendo.
Si no corrigen, la Rebelión en la Granja puede ser real. El hecho de que haya favoritismo y tribuna especial para una corcholata puede ser el detonante para abrir una grieta profunda capaz de poner contra las cuerdas el triunfo de Morena en 2024. La solución es, en ese sentido, optar por mecanismos claros y democráticos, lo mismo poner en el mismo plano presidencial a Claudia, Adán Augusto, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal que son, por determinación del presidente, las cuatro corcholatas oficiales.
A propósito de ello, el senador Ricardo Monreal aceitó la maquinaria y nutrió su estructura territorial con representantes en los 300 distritos del país. Con ello, fortalece su aspiración presidencial con Morena pues no se deja ni se raja, sobre todo porque está convencido del capital político y la capacidad para encarar elecciones. Vaya que sí; ya les dio una probadita del efecto que genera.