La reciente reaparición de Ernesto Zedillo, cuestionando la reforma judicial con el argumento de que representa “la transformación de la democracia en tiranía”, es un acto de vil cinismo, propio de quien fue uno de los mejores ejemplos del vínculo entre el poder económico y el poder político en México, y por supuesto, no solo es una muestra de su habitual doble discurso, sino un insulto a la memoria histórica de México.
¿Qué significará la democracia para un expresidente que, durante su mandato (1994-2000), acumuló la masacre de Acteal en la que 45 personas, incluyendo mujeres y niños, fueron asesinados por grupos paramilitares en Chiapas? ¿Cómo dimensionará la tiranía un sujeto en cuyo gobierno ocurrió la masacre de Aguas Blancas en el que 17 campesinos fueron asesinados por la policía estatal en el estado de Guerrero? ¿Cuál es el significado de la “autocracia” para quien ejecutó una de las mayores estafas financieras contra el pueblo mexicano, el FOBAPROA?
Bajo el pretexto de “salvar la economía”, su gobierno transformó la deuda privada de banqueros y empresarios en una obligación pública que, tres décadas después, sigue sangrando las finanzas del país. Lo que comenzó como un rescate de 552 mil millones de pesos se ha convertido en una deuda monstruosa que supera los 1.3 billones en intereses, un robo institucionalizado que las siguientes generaciones seguirán pagando.
Pero su legado autoritario no se limita al saqueo económico. Recordemos, porque al parecer a él ya se le olvidó, que, en 1994, Zedillo impuso una reforma judicial que redujo arbitrariamente el número de ministros de la Suprema Corte de 26 a 11, todos seleccionados bajo su control directo. ¿Dónde quedó entonces su supuesta defensa de la independencia judicial? ¿Con qué credibilidad puede hoy hablar de “tiranía” quien concentró el poder en su propio círculo y gobernó bajo la sombra del PRI más antidemocrático?
¿Cómo reaccionar ante las críticas de alguien que, tras haber saqueado y debilitado al país, ahora intenta erigirse en voz de la razón? Pareciera un chiste de mal gusto.
Es este el tipo de personaje que parece haber asumido el papel de vocero del PRIAN en contra de la elección al poder judicial. Al parecer, desde su visión y experiencia, la democracia es que solo unos cuantos elijan a quienes se les deposita esta responsabilidad.
México no puede permitir que figuras como Zedillo intenten reescribir su pasado ni pretendan dar lecciones de democracia. Su reaparición no es casual: responde a los intereses de un sector que ve amenazados sus privilegios históricos. Es notable que el PRIAN tiene dificultades para encontrar voceros creíbles, pues la ciudadanía se identifica cada vez menos con sus ideales, y eso, solo podría ser resultado de su gran desconexión con las necesidades y aspiraciones del pueblo.
Es fundamental que las nuevas generaciones conozcan la verdad sobre el gobierno de Zedillo: un sexenio marcado por el pacto con el gran capital con privatizaciones obscenas y rescates a banqueros, represión a movimientos sociales, manipulación institucional y una deuda que hipotecó el futuro del país.
Quienes hoy se presentan como “voces críticas” son los mismos que durante décadas usaron el poder para beneficiar y blindar a élites que operaban con impunidad. Su cinismo es comparable al de Salinas defendiendo “justicia social”, al de Fox pontificando sobre ética pública, o a Calderón, uno de los grandes exponentes de la criminalidad en el poder de este país.
Por ello, las nuevas generaciones deben conocer esta historia para no caer en el engaño de figuras que, siendo cómplices de un sistema que hundió a millones en la pobreza mientras salvaba a unos cuantos, hoy pretenden reescribir su pasado. México no puede olvidar que estos personajes son los arquitectos de la desigualdad que aún nos lastra.