Por ser expresidente —y solo por eso— Ernesto Zedillo tiene cierto prestigio en la prensa y la academia de Estados Unidos. Tristemente, ha decidido utilizarlo para dañar a México. Publicó un artículo en The Washington Post, que está entre los diarios de referencia estadounidenses. Lo hizo solo para acusar a la presidenta Claudia Sheinbaum de estar provocando una crisis constitucional en México.

Dijo Zedillo que Sheinbaum “parece comprometida a seguir el objetivo de su predecesor de regresar a México a una autocracia de partido único, reminiscente de gran parte del siglo XX, cuando no había elecciones competitivas y justas y el poder judicial no era independiente”.

Para demostrar que la presidenta Sheinbaum es autoritaria —en esto Zedillo sigue la lógica del jefe de la ultraderecha mexicana, Claudio X. González—, el exmandatario dijo que gracias a las reformas que promovió entre 1994 y 1996, el poder judicial dejó de estar subordinado al ejecutivo, “lo que permitió a México convertirse en una democracia multipartidista con una alternancia regular en el poder”. De risa loca pensar que esto sea cierto, pero eso afirma el expresidente.

Según Zedillo, el poder judicial que nació en su gobierno “ha defendido los principios constitucionales frente a las acciones temerarias de otros poderes del gobierno”. Esa mentira no es verdad, diría el dueño de Milenio, Francisco Pancho González.

Muy pocos años después de que Ernesto Zedillo la reformara, la judicatura que él cambió en un acto de absoluto cesarismo —lo hizo sin debate, prácticamente de un día para otro, por sus puros güevos—, en 2004, específicamente la Suprema Corte de Justicia de la Nación, obedeció las órdenes caprichosas del entonces presidente de México, Vicente Fox, y apoyó el desafuero, para arrestarlo y eliminarlo de la contienda presidencial de 2006, de Andrés Manuel López Obrador.

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Vi a muchas personas protestar por tal arbitrariedad en las calles de la Ciudad de México y en otras regiones del país y del extranjero. Recuerdo a José Saramago, premio Nobel de Literatura, manifestar su inconformidad en Las Ramblas de la ciudad de Barcelona, España.

Recuerdo especialmente la participación en tales protestas de una mujer toda su vida dedicada a la ciencia y que, solo por el deseo desinteresado de apoyar el desarrollo de su ciudad, llevaba unos pocos años como funcionaria pública; sí, hablo de Claudia Sheinbaum.

La hoy presidenta de México, como millones de personas sintió la mayor tristeza —no dudo que las lágrimas hayan llegado a los ojos de Claudia— cuando el desafuero apoyado por el poder judicial creado por Zedillo se concretó en el poder legislativo de aquel tiempo que, tristemente, también siguió las instrucciones del presidente Fox, a quien respaldaba toda la llamada mafia del poder: el PRI, partido de Zedillo; el PAN, partido de gente con la coincide Zedillo y con la que hoy se pasea dando conferencias por aquí y por allá, como Felipe Calderón; los más acaudalados empresarios, a quienes Zedillo benefició con tantas políticas públicas mal implementadas, como la del rescate bancario, y los grandes medios de comunicación, oligopolios que Zedillo nunca combatió y aun fortaleció.

Pronto desaparecerá el poder judicial que Zedillo creó sin consultar a nadie —se le ocurrió y lo hizo, con total falta de respeto por las mínimas reglas del diálogo democrático—. Si vamos a ser serios y objetivos en el análisis estamos obligados a esperar que empiece a operar la nueva judicatura antes de cuestionarla o elogiarla.

Zedillo supone que las personas juzgadoras actuales —incluyendo a quienes integran la SCJN— serán reemplazadas por gente sin calificaciones profesionales que deberán sus puestos al partido gobernante “o incluso peor, a otros patrocinadores y organizaciones potencialmente criminales”.

Ernesto Zedillo parte de demasiados supuestos que no son correctos. La verdad es que se han formado ya comités técnicos de evaluación de quienes aspiren a llegar a la judicatura.

Genera confianza uno de los nombres de los y las juristas que ha propuesto Claudia Sheinbaum para tales comités, el de Javier Quijano, quien no permitirá las candidaturas de gente sin capacidad, comprometida con algún partido o al servicio de las mafias. Si otro de los miembros del comité de evaluación, Arturo Zaldívar, cayera en la tentación de actuar como político y no como experto en derecho —que lo es, sin duda—, Quijano lo denunciaría para que la opinión pública lo pusiera en su lugar.

Se ha criticado a Quijano porque defendió a AMLO en el desafuero. Esto es una inmoralidad. Javier lo hizo por elemental deber cívico, no por simpatizar con la izquierda —lo conozco muy bien: él es más un socialdemócrata o un liberal que un izquierdista dogmático en el estilo de tantos inciviles de Morena, de los que Claudia Sheinbaum hará bien en deshacerse—.

Más que reproches, el abogado Quijano merece aplausos por haber dejado los asuntos rentables de su acreditado despacho para apoyar una causa justa y que se veía perdida como la del desafuero de Andrés Manuel. Lo mismo hizo en la crisis del Canal 40, cuando Ricardo Salinas Pliego despojó a Javier Moreno Valle de esa televisora. Quijano también defendió a Carmen Aristegui aquella vez en que el poder del Estado y la influencia de ciertos grupos empresariales pretendieron silenciarla.

Y no puedo dejar de mencionar que a nosotros, en SDPNoticias, cada vez que lo necesitamos, Javier Quijano nos apoya si tenemos la razón, como en una ridícula demanda por daño moral contra mí de parte del dueño de El Financiero, Manuel Arroyo. No recibe Javier beneficios económicos por casos así, en los que no hay dinero involucrado, pero sí situaciones de injusticia.

La presencia de Quijano desmiente a Zedillo cuando el expresidente afirma que las listas de las candidaturas al nuevo poder judicial las “determinará el partido gobernante”.

Sobran argumentos operativos contra la elección en las urnas de las personas juzgadoras. Sin duda será una votación compleja que podría no ser ni siquiera tomada en cuenta por la gente, esto es, en la que habrá un gran abstencionismo. Este es un riesgo y Claudia deberá tomarlo muy en cuenta. Pero, ni hablar, esa no es la crítica de Zedillo.

Con mala leche el expresidente supone, sin verdadera reflexión objetiva, que el poder judicial lo controlarán Morena y el narco. Absurdo. Lo que ha hecho Ernesto Zedillo cae sin lugar a dudas en la categoría de la chingadera, y aun en la traición —esto último por tratarse de un expresidente más o menos respetado en Estados Unidos y que ha trabajado para grandes empresas estadounidenses a las que benefició en su gobierno—.

Después de lo anterior, Zedillo en su artículo acusó al gobierno de Sheinbaum de pretender acabar con la independencia del árbitro electoral —que, sí, es cierto, a veces ha actuado correctamente, pero que en 2006 participó en el más descarado fraude electoral de la historia, contra AMLO—; de destruir las leyes que permiten la competencia económica —¿competencia económica verdadera en México? Mal chiste de Zedillo—; de atentar contra el desarrollo del sector energético —algo que está por verse: insisto, antes de cuestionar debemos esperar a tener datos duros en la mano—, y de militarizar al país, lo que es totalmente falso, ya que el verdadero dirigente de la estrategia de seguridad es un policía civil, Omar García Harfuch.

A Zedillo claramente le gustaría que la Suprema Corte de Justicia de la Nación votara contra la reforma judicial para que se generara lo que él llama crisis constitucional.

Si a un ministro admiro por su cultura y conocimientos del derecho es a Juan Luis González Alcántara Carrancá. Es suyo el proyecto que la corte suprema votará para invalidar, o no, la reforma judicial. De todo corazón, y por el bien de México, deseo la derrota del querido y admirado Juan Luis. Juristas como Margarita Ríos Farjat, Javier Laynez Potisek y Alberto Pérez Dayán, personas sensatas, tendrán que actuar con responsabilidad social más que con criterios judiciales.

Entiendo que se necesita el voto de ocho ministros y ministras. Tres —Loretta Ortiz, Yasmín Esquivel y Lenia Batres— no apoyarán el proyecto de Alcántara Carrancá. Si alguien más en la SCJN lo rechaza, México se ahorrará grandes dosis de cuestionamientos dentro y fuera del país de parte de personas, como Zedillo, que evidentemente trabajan para grupos extranjeros que desean el fracaso de la 4T.

A muchas personas no nos gustaba la reforma judicial, pero ya es una realidad. Aceptemos la derrota y sigamos adelante. No vale la pena hacer más ruido, sobre todo porque nada ni nadie doblará a una presidenta demócrata, inteligente, académicamente preparada y honesta como Claudia Sheinbaum.

Espero no ofender a Zedillo con lo que voy a decir —no es personal, Ernesto—, pero él es poca cosa comparado con Sheinbaum en activismo democrático, inteligencia, preparación académica y, sobre todo, en honestidad.