El próximo fin de semana, a pesar de las restricciones locales de salud, el PAN de Nuevo León hará su elección interna para designar a su candidato a gobernador. Hay tres aspirantes, sólo dos viables y uno que ya se perfila como virtual ganador: Fernando Larrazabal. No hay vuelta de hoja.
Larrazabal, o Larry, como prefiera llamársele, se quedará con la candidatura, no por acuerdo con el gobernador Jaime Rodríguez, o por voluntad de la cúpula panista. En realidad lo hará, porque los otros aspirantes no articularon una propuesta para combatir el desempleo, el cierre masivo de pymes, los quiebres de comercios sin precedentes que ocasiona la pandemia. Los panorámicos de Victor Fuentes fueron testimonio penoso de lo desapegados que están los líderes panistas de su militancia y de los genuinos problemas de supervivencia popular.
Larrazabal se ausentó por muchos años de los reflectores, quizá para reflexionar, o para hacer actos de contrición, o para evadir la campaña de El Norte con el llamado “queso-gate”, que lo puso contra las cuerdas como a pocos políticos de aquel entonces. Había dejado la alcaldía de Monterrey con sus bonos de popularidad muy altos (80% según datos del propio periódico de la calle Washington) como no los trajo ningún otro alcalde de la capital de Nuevo León, al terminar su período.
Improbable ahora que pueda aliarse con el candidato a gobernador del PRI, Adrián de la Garza, porque Larrazabal culpa directamente a los Medina de haberlo perseguirlo encarnizadamente por años, filtrando información en contra suya a la prensa y difamándolo.
Larrazabal es la carta que presentará el PAN en este juego electoral. Y si como él argumenta, los tres principales partidos en la entidad tienen un supuesto voto duro que ronda 15% y ya los otros candidatos llegaron a su techo, él lleva ventaja porque es la opción inesperada, con potencial para crecer. Meta que es todo un reto para Larrazabal porque la puntera en todas las encuestas reales y serias se llama Clara Luz Flores.
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